EDITORIAL:
Democracia con apellidos
Imagen de la concentración en la Puerta del Sol (Madrid) después que la Junta Electoral la prohibiera
(ACTUALIDAD EVANGÉLICA, 20/05/2011) El movimiento “Democracia Real” -tambiĂ©n conocido como "movimiento 15-M"- ha irrumpido en la campaña electoral con el Ămpetu de una riada embravecida, pero con una exquisitez cĂvica ejemplar en las formas, lo que constituye en sĂ mismo un signo esperanzador, más allá del Ă©xito que puedan alcanzar sus reivindicaciones.
La onda expansiva producida por las revueltas en Túnez también ha alcanzado a España, confirmando la eficacia de las redes sociales, no solo para sensibilizar conciencias y crear opinión pública al margen de la industria informativa tradicional, sino también para movilizar a las masas.
Existen, sin embargo, diferencias significativas en los objetivos de la “primavera árabe” y los de los acampados en Sol. Mientras que las movilizaciones en los paĂses magrebĂes son para protestar contra regĂmenes totalitarios y exigir democracia, en España –con más de 30 años de recorrido constitucional y un Estado de Derecho plenamente consolidado- la exigencia es otra: “democracia real”.
El movimiento, que a estas horas ya se ha extendido por 50 capitales españolas y ha tenido rĂ©plicas frente a las embajadas de España en ParĂs y en otros lugares, ha conseguido restar protagonismo a los dirigentes polĂticos en plena campaña electoral y ponerles nerviosos, obligándoles a pronunciarse al respecto con la mayor de las prudencias.
Algunos dirigentes y lĂderes de opiniĂłn han sido algo más audaces y han cuestionado que a la democracia “haya que ponerle apellidos”, porque –dicen- eso “devalĂşa a la democracia".
Interesante, pero equĂvoco. Porque, igual que pasa con otros tĂ©rminos, que describen grandes conceptos –libertad, igualdad, paz, amor, etc.-, la democracia necesita explicarse cuando deja de ser una abstracciĂłn, o un ideal, para materializarse en una realidad concreta, siempre mejorable y perfectible.
La expresiĂłn “Democracia real” señala claramente el desencanto popular con “una” versiĂłn del sistema, que ha dejado al concepto de “soberanĂa popular” convertido en un mero eufemismo. Para describir el estado actual de cosas cabrĂa hablar de “democracia cautiva”, o “democracia secuestrada”, gestionada por “Estados rehenes”, sin apenas márgenes de autonomĂa, a merced de “los mercados”, ese nuevo imperio intangible, transnacional y transestatal, que gobierna hoy los destinos del mundo bajo el valor supremo de la codicia.
Por eso, y más allá de lo que pueda dar de sĂ este movimiento popular de pacĂfica y cĂvica protesta, resulta importante el aire de frescura con el que ha revitalizado y despertado a la ciudadanĂa, dejándonos infinidad de imágenes que ya formarán parte de nuestra historia para siempre.
Una de esas imágenes, recogida por las cámaras de RTVE en el telediario de ayer, enfocaba una consigna peculiar: “Queremos Amorcracia”. Es decir, el “gobierno del amor”.
Puede parecer demasiado utópico… o no, según el concepto que se tenga del amor. Al fin y al cabo, los sociólogos y distintos expertos que analizan el fenómeno señalan “el distanciamiento entre el poder y la gente”, como una de las causas fundamentales del levantamiento.
Claro que, en nuestros dĂas, “amor” es otra de las palabras devaluadas que necesita de “apellidos” para ser definida.
Pero si el concepto de amor fuera el que describe San Pablo en su carta a los cristianos de Corinto (1) en el primer siglo de nuestra era, entonces sà puede tener sentido reclamar “Amorcracia”. Es decir, el gobierno entendido como vocación de servicio, como labor humilde y altruista de dirigentes que “sirven” a su pueblo (no que “se sirven” de él), porque “no buscan lo suyo”, sino el bien del ciudadano.
TambiĂ©n serĂa una democracia que premiarĂa a banqueros y capitalistas “que sean ricos en buenas obras” (2) -que invirtieran en la economĂa productiva y en el desarrollo social y educativo de los ciudadanos-, pero que perseguirĂa y castigarĂa a los que apostaran por la especulaciĂłn financiera, buscando beneficios y alta rentabilidad inmediatos, a costa del desempleo, los recortes sociales y la corrupciĂłn.
ÂżUn ideal demasiado utĂłpico para perseguirlo?
En estos dĂas se evoca con frecuencia una conocida frase del escritor uruguayo Eduardo Galeano: “La utopĂa está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ÂżEntonces para que sirve la utopĂa? Para eso, sirve para caminar”.
La “Amorcracia” puede parecer una consigna tan utĂłpica como la “Democracia real”. Pero si sirvieran para ponernos en pie, para inspirarnos y para distanciarnos de esta democracia devaluada por intereses mezquinos y liderazgos rehenes, avanzando hacia un horizonte de mayor compromiso por parte de todos en la construcciĂłn del bien comĂşn, podrĂan convertirse en vocablos llenos de sentido.
Autor: Actualidad
(1) 1 Corintios 13: 1
(2) 1 Timoteo 6:17-19