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LA REFORMA PROTESTANTE Y LA CREACIÓN DE LOS ESTADOS MODERNOS EUROPEOS (III)

Martín Lutero, monje agustino

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20161110-4
 
 
(MÁXIMO GARCÍA RUIZ*, 10/11/2016) | 31 de octubre de 1517. Martín Lutero, un monje agustino, profesor de Sagrada Escritura, irrumpe en la historia colocando sus 95 Tesis en la puerta de la iglesia de la universidad de Wittenberg.
 

No nos detendremos en detallar su biografía, sobradamente difundida y al alcance de cualquier lector curioso que esté interesado en conocer detalles de su vida. Tan solo relatar algunos datos de interés a los fines propuestos, relacionados con su condición de monje agustino. El más destacado, al menos en la primera y fundamental etapa de su vida, es precisamente ese: que Lutero era un monje agustino, alemán, de origen campesino y, consecuentemente, un cristiano sometido a las enseñanzas de la Iglesia de Roma.

Lutero se hizo monje en cumplimiento de una promesa derivada de una experiencia traumática en el terreno espiritual.

Lutero se hizo monje en cumplimiento de una promesa derivada de una experiencia traumática en el terreno espiritual. Pasaremos por alto aspectos comunes de su vida en la comunidad y el temor obsesivo al castigo eterno en el Purgatorio y en el Infierno que le atormentó durante bastantes años, preocupado por las consecuencias del Juicio Final. Una profunda y dilatada en el tiempo crisis espiritual, que no era capaz de superar ni mediante la confesión y la penitencia impuesta ni por medio de las disciplinas a las que sometía su cuerpo, así como a los ayunos o el recurso a la eucaristía, a los que acudía con frecuencia.

Pero volvamos sobre el hecho de que Lutero era un monje agustino, es decir, integrado en una de las congregaciones más prestigiadas del catolicismo medieval con amplia proyección hasta nuestros días. Esta Orden había sido creada formalmente en el siglo XIII por el papa Inocencio IV, unificando los diferentes grupos de comunidades eremitas que habían surgido bajo la advocación de Agustín de Hipona y su Regla del siglo IV, habiéndose convertido en la tradición monástica más antigua y prestigiada del monasticismo occidental, aunque siempre en competencia con franciscanos y dominicos.  

El hecho de que Martín Lutero fuera designado para enseñar Sagrada Escritura en la Universidad fue el revulsivo para leer y estudiar la Biblia en profundidad y encontrar en ella respuesta a muchas de las inquietudes que le atormentaban, especialmente cuando profundizó en algunos salmos y, sobre todo, en las cartas de Pablo, más concretamente en las epístolas a los romanos y a los gálatas donde se identifica con la doctrina paulina de la salvación, no por obras, sino por medio de la gracia divina, recibida únicamente a través de la fe en el sacrificio expiatorio de Cristo hecho en la cruz.

Lutero, aunque vehemente en sus relaciones dentro y fuera de la comunidad, no se muestra como un monje díscolo o poco amoldado a las exigencias de la Regla a la que se ha sometido voluntariamente: antes bien, parece gozar de prestigio y contar con la confianza de sus superiores, que no sólo le encomiendan la delicada tarea de estudiar y enseñar las Sagradas Escrituras, sino que le comisionan la importante tarea de  emprender una visita a la sede vaticana, juntamente con otro fraile, en representación de la Orden, a causa del conflicto originado en su seno entre “observantes” y “reformados”,  con objeto de entrevistarse con el prior general de la Orden y, también, si era preciso, con otros dignatarios de la Santa Sede.

El hecho de que Martín Lutero fuera designado para enseñar Sagrada Escritura en la Universidad fue el revulsivo para leer y estudiar la Biblia en profundidad y encontrar en ella respuesta a muchas de las inquietudes que le atormentaban...

No viene al caso aquí tanto, el motivo del conflicto entre los conventos de agustinos que dio origen al viaje, sino la experiencia de Lutero en Roma, que contaba a la sazón con 27 años de edad y era la primera vez que abandonaba su país. Visitar la Ciudad Santa era el sueño de cualquier cristiano de la época y, mucho más, si se trataba de un monje-sacerdote del perfil de Lutero. Soportando estoicamente el rigor del frío invernal, realizaron un largo y difícil recorrido a pie de más de 1.400 km., lleno de dificultades y peligros, debido a la inseguridad de algunos parajes. Salieron de Alemania en noviembre y llegaron a Roma a finales de diciembre, hospedándose en el convento de los agustinos.

Con la fe sencilla de un peregrino medieval, el joven fraile Martin aprovechó su estancia en la sede del cristianismo occidental, para visitar la basílica constantiniana de San Pedro en el Vaticano, mientras ya se estaba construyendo la nueva basílica. Conmovido, visitó los sepulcros de los apóstoles e hizo una confesión general para hallar a Dios propicio. También pudo visitar las cuatro monumentales basílicas, las numerosas iglesias y monasterios y las catacumbas de San Sebastián y San Calixto.

Transcurrido un mes largo sin lograr canalizar adecuadamente el motivo de su visita a Roma, los dos monjes decidieron emprender el viaje de regreso.

Para algunos historiadores, fue tan profundo y negativo el impacto recibido por Lutero a causa de la corrupción y el libertinaje observados en la curia romana, que despertó en él un profundo sentimiento de rechazo que justifica, sobradamente, las acciones emprendidas posteriormente. Otros historiadores, sin embargo, lo niegan, argumentando que se trata de una fábula que no encuentra apoyo en una documentación rigurosa, aunque si no de forma inmediata, si existe testimonio del propio Lutero, denunciando años después la conducta poco ejemplar observada en torno al Vaticano.  Para estos últimos, no fueron la degradación moral o los vicios escandalosos observados la razón del rompimiento de Lutero con la Iglesia de Roma, sino que su denuncia responde más bien a razones doctrinales y dogmáticas. Para estos autores, Lutero no se alzó en rebeldía para corregir las costumbres y la disciplina, sino que se enfrentó con los dogmas y la doctrina de la Iglesia.

En realidad, son varias las causas que justifican la conversión del monje disciplinado y fiel a las reglas monásticas en in reformador de la Iglesia. Como telón de fondo está la atormentada crisis espiritual que venía sufriendo desde comienzos de su vida monástica; a esto hay que añadir su experiencia en Roma y el vuelco teológico que ´experimenta a causa de su comprensión de la doctrina paulina de la justificación por la fe, que pone a prueba su escrupulosa observancia de las buenas obras y de los castigos corporales como medio de agradar al Dios de Justicia; y a todo ello se une la escandalosa campaña emprendida por el Vaticano para recaudar fondos para la construcción de la nueva basílica de San Pedro, comerciando con las almas supuestamente en el Purgatorio.

Todo ello convierte al monje, de forma no premeditada ni querida, en reformador de la Iglesia.

Autor: Máximo García Ruiz*, Octubre 2016.


© 2016- Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

20120929-1*MÁXIMO GARCÍA RUIZ, nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Sociología y Religiones Comparadas en la Facultad de Teología  de la  Unión Evangélica Bautista de España (UEBE), en Alcobendas, Madrid y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 24 libros, algunos de ellos en colaboración.

 

 

 

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Máximo García Ruiz

 

La creación de los estados modernos europeos, tal y como los conocemos hoy en día, no hubiera sido posible sin la existencia de la Reforma protestante y su correlato, el Concilio de Trento, tal y como veremos más adelante.

De igual forma, la Reforma no hubiera podido tener lugar, en su inmediatez histórica, sin la existencia del Humanismo y su manifestación artística y científica conocida como Renacimiento. Ahora bien, para poder centrar el tema, tenemos que remontarnos a la era anterior, la Edad Media, y poner nuestra mirada inicial, como punto de partida, en la Escolástica, el sistema educativo, el sistema teológico que identifica ese período, así como en el Feudalismo como forma de gobierno y estructuración social.

Para el escolasticismo la educación estaba reservada a sectores muy reducidos de la población, sometida a un estricto control de parte de la Iglesia. A esto hay que añadir que el sistema social estaba subordinado, a su vez, al ilimitado y caprichoso poder de los señores feudales bajo el paraguas de la Iglesia medieval que no sólo controlaba la cultura, sino que sometía las voluntades de los siervos, que no ciudadanos, amparada por un régimen considerado sagrado, en el que sus representantes actuaban en el nombre de Dios.

La Escolástica se desarrolla sometida a un rígido principio de autoridad, siendo la Biblia, a la que paradójicamente muy pocos tienen acceso, la principal fuente de conocimiento, siempre bajo el riguroso control de la jerarquía eclesiástica. En estas circunstancias, la razón ha de amoldarse a la fe y la fe es gestionada y administrada por la casta sacerdotal.

En ese largo período que conocemos como Edad Media, en especial en su último tramo, se producirían algunos hechos altamente significativos, como la invención de la imprenta (1440) o el descubrimiento de América (1492), que tendrán una enorme repercusión en ámbitos tan diferentes como la cultura, las ciencias naturales y la economía. En el terreno religioso, la escandalosa corrupción de la Iglesia medieval llegó a tales extremos que fueron varios los pre-reformadores que intentaron una reforma antes del siglo XVI: John Wycliffe (1320-1384), Jan Hus (1369-1415), Girolamo Savonarola (1452-1498), o el predecesor de todos ellos, Francisco de Asís (1181/2-1226) y otros más en diferentes partes de Europa. Todos ellos, salvo Francisco de Asís, que fue asimilado por la Iglesia, tuvieron un final dramático, sin que ninguno de esos movimientos de protesta, no siempre ajustados por acciones realmente evangélicas, consiguiera mover a la Iglesia hacia posturas de cambio o reforma.

 

No era el momento. No se daban los elementos necesarios para que germinaran las proclamas de estos aguerridos profetas, cuya voz quedó ahogada en sangre. El pueblo estaba sometido al poder y atemorizado por las supersticiones medievales; las élites eran ignorantes y no estaban preparadas para secundar a esos líderes que, como Juan el Bautista, terminaron clamando en el desierto, a pesar de que su mensaje, como las melodías del flautista de Hamelin, consiguiera arrastrar tras de sí algunos centenares o miles de personas. ¿Cuál fue la diferencia en lo que a Lutero se refiere? La respuesta, aparte de invocar aspectos transcendentes conectados con la fe de los creyentes es, desde el punto de vista histórico, sencilla y, a la vez, complicada; hay que buscarla, entre otras muchas circunstancias históricas, en el papel y en la influencia que ejercieron el Humanismo y el Renacimiento. Existen otros factores, sin duda, pero nos centraremos en estos dos.

 

Identificamos como Humanismo, al movimiento producido desde finales del siglo XIV que sigue con fuerza durante el XV y se proyecta al XVI, que impulsa una reforma cultural y educativa como respuesta a la Escolástica, que continuaba siendo considerada como la línea de pensamiento oficial de la Iglesia y, por consiguiente, de las instituciones políticas y sociales de la época. Mientras que para la educación escolástica las materias de estudio se circunscribían básicamente a la medicina, el derecho y la teología,  los humanistas se interesan vivamente por la poesía, la literatura en general (gramática, retórica, historia) y la  filosofía, es decir, las humanidades. Con ello se descubre una nueva filosofía de la vida, recuperando como objetivo central la dignidad de la persona. El hombre pasa a ser el centro y medida de todas las cosas.

 

La corriente humanista da origen a la formación del espíritu del Renacimiento, produciendo personajes tan relevantes como, Petrarca (1304-1374) o Bocaccio (1313-1375), Nebrija (1441-1522), Erasmo (1466-1536), Maquiavelo (1469-1527), Copérnico (1473-1543), Miguel Ángel (1475-1564), Tomás Moro (1478-1535), Rafael (1483-1520), Lutero (1483-1546), Cervantes (1547-1616), Bacon (1561-1626), Shakespeare (1564-1616), sin olvidar la influencia que sobre ellos pudieron tener sus predecesores, Dante (1265-1321), Giotto (1266-1337), y algunos otros pensadores de la época. Estos y tantos otros humanistas, unos desde la literatura, otros desde la filosofía, algunos desde la teología y otros desde el arte y las ciencias, contribuyeron al cambio de paradigma filosófico, teológico y social, haciendo posible el tránsito desde la Edad Media a la Edad Contemporánea, período de la historia que algunos circunscriben al transcurrido desde el descubrimiento de América (1492) a la Revolución Francesa (1789).

 

El Renacimiento se identifica por dar paso a un hombre libre, creador de sí mismo, con gran autonomía de la religión que pretende mantener el monopolio de Dios y el destino de los seres humanos. El Humanismo y el Renacimiento se superponen, si bien mientras el Humanismo se identifica específicamente, como ya hemos apuntado, con la cultura, el Renacimiento lo hace con el arte, la ciencia, y la capacidad creadora del hombre. El Renacimiento hace referencia a la civilización en su conjunto.

 

En resumen, el Humanismo es una corriente filosófica y cultural que sirve de caldo de cultivo al Renacimiento, que surge como fruto de las ideas desarrolladas por los pensadores humanistas, que se nutren a su vez de las fuentes clásicas tanto griegas como romanas. Marca el final de la Edad Media y sustituye el teocentrismo por el antropocentrismo, contribuyendo a crear las condiciones necesarias para la formación de los estados europeos modernos. Una época de tránsito en la que desaparece el feudalismo y surge la burguesía y la afirmación del capitalismo, dando paso a una sociedad europea con nuevos valores.

 

Visto lo que antecede, estamos en condiciones de juzgar la influencia que este cambio de ciclo histórico pudo tener en la Reforma promovida por Lutero en primera instancia, secundada por Zwinglio, Calvino, y otros reformadores del siglo XVI, y valorar de qué forma estos cambios contribuyeron a la formación de los modernos estados europeos.

 

Pero éste será tema de una segundan entrega.

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