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OPINIÓN / por MÁXIMO GARCÍA RUIZ

Una fe oscura: Teresa de Calcuta vs. Miguel de Unamuno

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Teresa de Calcuta y Miguel de Unamuno

(MÁXIMO GARCÍA RUIZ*, 09/09/2016) | Un siglo después, el personaje que creó Unamuno, producto de una profunda e irredenta crisis religiosa, se reencarna en Teresa de Calcuta.

Manuel Bueno, declarado santo y mártir por el controvertido autor vasco, se  transmuta  en personaje de carne y hueso, adoptando la frágil figura de una vulnerable monja a quien, aún antes de morir ya muchos consideraban santa y que no ha sido necesario que transcurran demasiadas décadas desde su fallecimiento ni que se identificaran suficientemente los dos milagros preceptivos en estos casos, para que su iglesia, la católico-romana, la canonice e incluya en el santoral; y lo haga, según decía el cronista del acto con motivo de la liturgia de santificación, “a todos los efectos”, sin que sepamos a ciencia cierta cuáles son esos efectos.

Un siglo después, el personaje que creó Unamuno, producto de una profunda e irredenta crisis religiosa, se reencarna en Teresa de Calcuta.

Miguel de Unamuno plasmó la síntesis de su teología laica en una de sus magistrales obras que tituló precisamente San Manuel Bueno, mártir. Pone el relato en boca de Ángela Carballino, quien narra la historia de un párroco rural cualquiera, en este caso de Valverde de Lucerna. Su amor, su bondad y su entrega a los parroquianos, especialmente a los más necesitados, le hacen ser percibido como un santo vivo, de carne y hueso. Consuela a los marginados y ayuda a todos a bien morir.

El trato cercano hace que Ángela empiece a percibir la tortura interior que sufre el párroco que, dicho sea de paso, no es otra que la que atormentaba al autor, el propio Unamuno. Su desbordante actividad acompañada de una profunda tristeza hace que Ángela comience a sentirse intrigada por las razones que puedan afligir a don Manuel.

La situación cobra una nueva dimensión con la llegada al pueblo de Lázaro, el hermano de Ángela, un personaje de ideas progresistas y anticlericales, quien termina sintiéndose seducida por la forma de vida y la entrega generosa que caracterizan al párroco. Tal es la afinidad que se establece entre ambos que don Manuel terminará confesando a Lázaro su grande y terrible secreto: no tiene fe, y por más que lo intenta no puede creer en Dios, ni en la resurrección de la carne, ni en la vida eterna, a pesar de que su mayor deseo y a lo que consagra su más grande esfuerzo sea llegar a creer en lo que con tanto éxito predica a sus fieles. Ante la demanda de Lázaro de priorizar la verdad, “la verdad ante todo”, le exige, la respuesta de don Manuel es que con la verdad sus feligreses no vivirán. Su objetivo es hacer de ellos personas felices.

Curiosamente, es esa falta de fe, esa sincera entrega motivada por su desbordante dimensión humana y sus enormes ganas de creer, sin pretensiones de trascendencias, lo que convierte a Lázaro en el más fiel discípulo del párroco y en el vicario más entusiasta del santo. La propia Ángela seguirá también su ejemplo.

La paradoja es que un hombre sin fe ni esperanza se convierte en el prototipo del amor y de la más generosa de las entregas, dejando tras sí discípulos dispuestos a continuar su obra.

"¿Dónde está mi fe? Incluso en lo más profundo, no hay nada, excepto vacío". Ésas no son palabras de Unamuno, ni siquiera en boca de Manuel Bueno, sino de  Agnes Gonxha Bojaxhiu, nacida en Skopje, actual Macedonia, en 1910, más conocida como Madre Teresa de Calcuta.

"¿Dónde está mi fe? Incluso en lo más profundo, no hay nada, excepto vacío". Ésas no son palabras de Unamuno, ni siquiera en boca de Manuel Bueno, sino de  Agnes Gonxha Bojaxhiu, nacida en Skopje, actual Macedonia, en 1910, más conocida como Madre Teresa de Calcuta. Las suyas son unas palabras pronunciadas no en una época de juventud agnóstica y rebelde sino en plena madurez, cuando su figura había alcanzado ya la dimensión universal que la condujo a ser receptora del premio Nobel de la Paz y, finalmente, a ser declarada santa por la Iglesia católica.

Como religiosa albanesa, se hizo pobre con los más pobres de la India con el propósito de curar sus heridas, ayudarles a encontrar su sustento y sembrar en ellos una semilla de esperanza. Su obra alcanzó pronto dimensiones universales; a su muerte, las Misioneras de la Caridad, una Orden religiosa fundada por ella, contaba con más de quinientos centros distribuidos por el mundo y había logrado remover no sólo los sentimientos sino las cuentas corrientes de muchos poderosos de la Tierra, motivados por el ejemplo y la dedicación de esta diminuta y frágil monja, preocupada también por dar a conocer el nombre de Cristo, según pedía cuando recibió en diciembre de 1997 el premio Nobel.

Muchos son los que se han preguntado qué es lo que premia la Iglesia católica al declarar santa a esta mujer. El Comité que le concedió el Nobel lo tenía suficientemente claro; premiaba su dedicación al servicio de los más pobres, su contribución a la paz entre las gentes; su obra de alcance universal. ¿Y su iglesia? ¿Qué es lo que reconoce y premia su iglesia? Se supone que, además de haber sido intermediaria de algunos milagros (se requieren al menos dos) un factor importante y necesario sería, o debería ser, la dimensión de su fe.

A este respecto resulta curioso el legado testimonial que la propia Teresa de Calcuta dejó; un legado que la Iglesia católica ha procurado dejar en oculto. Poco antes de recibir el premio Nobel, escribía a su confesor: "Jesús tiene un amor muy especial por ti, pero por mí... el silencio y el vacío son demasiado grandes, miro y no veo, escucho y no oigo, la lengua se mueve, pero no habla". Uno de sus biógrafos ha buceado en su correspondencia, más de 40 cartas escritas a lo largo de más de 50 años, en las que vuelca sus sentimientos espirituales, sus dudas, su angustia vital, describiendo sus sentimientos como “un enorme vacío y oscuridad”. Cartas que, por cierto, pidió que fueran destruidas poco antes de morir.

En uno de los textos (1959) llega incluso a cuestionar la existencia de Dios. "Señor, mi Dios, ¿quién soy yo para que me abandones? [...] Yo llamo, me aferro, quiero, pero nadie responde, nadie a quien agarrarme, no, nadie. Sola, ¿dónde está mi fe? Incluso en lo más profundo, no hay nada, excepto vacío y oscuridad, mi Dios, qué desgarrador es este insospechado dolor, no tengo fe [...] Tantas preguntas sin responder viven dentro de mí con miedo a destaparlas por la blasfemia. Si hay Dios, por favor, perdóname [...] ¿Me equivoqué rindiéndome ciegamente a la llamada del Sagrado Corazón?". Tal vez el más tremendo de sus desgarros íntimos lo reflejen estas otras palabras: "Si no hay Dios, no hay alma, si no hay alma, entonces, Jesús, tú tampoco eres verdadero".

Para los lectores del autor de Diario Íntimo, o de Del sentimiento trágico de la vida y, por supuesto, de San Manuel Bueno, mártir, al leer las confesiones íntimas de Teresa de Calcuta nos parece estar escuchando a Manuel Bueno en sus confidencias con Lázaro. Al uno le hizo santo Unamuno, a la otra la ha elevado a los altares la Iglesia católica. Uno y otra, al igual que Job en su tiempo, dejan flotando el drama que supone la duda para aquellos      que anhelan con toda su alma tener fe y no la encuentran.

Autor: Máximo García Ruiz*, Septiembre 2016.


[i] Para un estudio en mayor profundidad sobre Palabra de Dios, recomendamos mi libro Redescubrir la Palabra. Como leer la Biblia, Clie, 2016.


© 2016- Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

20120929-1*MÁXIMO GARCÍA RUIZ, nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Sociología y Religiones Comparadas en la Facultad de Teología  de la  Unión Evangélica Bautista de España (UEBE), en Alcobendas, Madrid y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 24 libros, algunos de ellos en colaboración.

 

 

 

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