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SIN ÁNIMO DE OFENDER / por Jorge Fernández

"En vez de bronce traeré oro…" (Isaías 60:17)

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"Sigue adelante, aunque pierdas el calzado...". Es lo que parece decir esta imagen de la atleta etíope, que emocionó al mundo en Río 2016 (http://bit.ly/2b95Lqz)

(JORGE FERNÁNDEZ, 19/08/2016) | Como sucede cada cuatro años, este verano nos hemos vuelto a enganchar a los Juegos Olímpicos (JJOO), esta vez en Río, una cita deportiva con características propias que, aunque solo sea por unas semanas, consigue sacarnos del “bipartidismo” deportivo del “Fútbol-Baloncesto” y engancharnos a deportes minoritarios, que habitualmente no gozan del interés de las masas.

Sufrimos decepciones, cuando nuestros favoritos fallan; gozamos hasta la exageración cuando los nuestros ganan. Y nos emocionamos con la épica de algunas victorias in extremis...

Así, contemplamos con admiración a los gimnastas que se columpian en las barras asimétricas, sufrimos los reveses de un combate de Judo perdido en el último segundo, “soplamos” la vela de nuestros representantes en las regatas, contenemos la respiración y estiramos el cuello hacia adelante durante las carreras de cien metros, seguimos como a una mosca la extraña parábola de la peculiar pelotita (volante) de bádminton, y sentimos la tensión y el peso que soportan nuestros representantes en halterofilia.

Sufrimos decepciones, cuando nuestros favoritos fallan; gozamos hasta la exageración cuando los nuestros ganan. Y nos emocionamos con la épica de algunas victorias in extremis, o las alcanzadas por atletas que a priori no despertaban mayores expectativas.

Quizás sea esta épica lo más característico y atractivo de esta cita deportiva; de lo que asociamos con el “espíritu olímpico”.

Los medios de comunicación se entregan a la caza de estas “perlas” informativas que tanto nos gustan a los espectadores, cuando “los davídes” derrotan a “los goliats” de turno. Y, las más emotivas, aquellas en las que detrás del desconocido o inesperado vencedor se esconde una historia dramática de superación personal. Esas historias son nuestras preferidas.

El deporte en general, y el deporte olímpico en particular, nos ofrece la oportunidad que, desgraciadamente, no siempre nos ofrece la vida: la oportunidad de batirnos contra nuestras propias limitaciones y contra los adversarios de nuestra felicidad, con unas reglas de juego claras y en igualdad de condiciones; sin importar la raza, la religión o la condición económica y social del deportista y del país que representa. En la pista, por poner un ejemplo, un keniata y un alemán olvidarán por un momento la superioridad económica, social o cultural, del uno sobre el otro, y competirán sin otra cualificación que la de ser “hombres” y atletas; y buscarán la gloria deportiva en condiciones de justicia e igualdad.

El deporte en general, y el deporte olímpico en particular, nos ofrece la oportunidad que, desgraciadamente, no siempre nos ofrece la vida: la oportunidad de batirnos contra nuestras propias limitaciones y contra los adversarios de nuestra felicidad, con unas reglas de juego claras y en igualdad de condiciones...

No creo necesario insistir en que esto no es lo que ocurre en la vida, donde algo tan baladí y ajeno al mérito o al demérito propio, como ser el rincón del mundo donde uno nace, puede determinar el destino y las condiciones de injusticia y desigualdad extrema en las que una persona tendrá que abrirse paso para alcanzar sus metas de progreso y desarrollo personal.  

LA CARRERA DE LA VIDA

El apóstol Pablo usa el símil del atleta olímpico para describir la vida cristiana como una carrera. Señala los sacrificios y privaciones que un atleta asume, voluntariamente, para competir con posibilidades de éxito y alcanzar la corona; “la corona de la vida eterna”, en el caso del cristiano. Siguiendo la misma analogía, al acercarse al final de sus días, el apóstol afirma haber acabado la carrera: “he guardado la fe”, dice.

No debe sorprendernos la aparente humildad y pequeñez de su balance personal. Guardar la fe es mantener una vela encendida mientras se corre, y no es algo fácil; requiere del esfuerzo, la concentración y la disciplina de un atleta.

Guardar la fe, en medio de una generación incrédula, por ejemplo, requiere buena musculatura espiritual; gran determinación y fortaleza de carácter.

Guardar la fe no es fácil, cuando la vida se asemeja a una carrera de obstáculos en la que lo fácil es tropezar y caer.

Guardar la fe es un desafío, cuando el peso de las responsabilidades parece aplastarnos, como quien compite en una prueba de halterofilia.

Guardar la fe, es seguir remando cuando los principios y valores de la sociedad que nos rodea desafían la relevancia del Evangelio y, como creyentes, debemos saber resistir y esforzarnos, como el piragüista que navega contra la corriente, o el regatista que debe luchar contra los vientos contrarios que soplan sobre su vela.

Guardar la fe, es levantarse y seguir corriendo cuando hemos sufrido una inoportuna caída, o sufrido una lesión, sabiendo que en Cristo tenemos una nueva oportunidad de alcanzar la meta y la victoria.

...la fe en el Espíritu Santo, que en ocasiones actúa como esa “pértiga” que nos eleva a las alturas para superar obstáculos totalmente imposibles para el hombre natural.

Se acaba el verano y con él las vacaciones; y a la vuelta de la esquina nos aguarda la temible “cuesta de septiembre” con sus múltiples desafíos: desafíos laborales, desafíos académicos, desafíos económicos o familiares… Los expertos nos advierten sobre los efectos psicológicos y anímicos de estos desafíos y nos ofrecen sus consejos para reducir su impacto negativo en nuestra salud física y mental.

UNA FE “MUCHO MÁS PRECIOSA QUE EL ORO”…

Como cristianos apreciamos también nuestra salud espiritual, y sabemos bien que no estamos exentos de ser atacados por los mismos sentimientos de ansiedad que los que no corren con Dios, ante los muchos obstáculos que se vislumbran ante nosotros.

Pero tenemos el precioso y poderoso recurso de la fe para correr la carrera que tenemos por delante. La fe en el Dios vivo; la fe en el Jesús que prometió estar con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo”; la fe en el Espíritu Santo, que en ocasiones actúa como esa “pértiga” que nos eleva a las alturas para superar obstáculos totalmente imposibles para el hombre natural.

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Guardemos la fe; esforcémonos recordando que el Señor corre por nosotros.

Y, un consejo: ¡no aspires a un diploma o a un “bronce”! Nos mueve una fe “mucho más preciosa que el oro”[1].  ¡No aspires a menos que a la victoria!

Autor: Jorge Fernández


[1] La Biblia RVR60, 1 Pedro 1:7


© 2016. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA.Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

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