OBITUARIO
Eduardo Vílchez, leyenda del fútbol español, ante su "trofeo" más importante...
Eduardo Vílchez / Foto Revista Santa Eugenia, 2005
(JORGE FERNÁNDEZ, 05/07/2016) | Acabo de llegar del Tanatorio. Me enteré de que había fallecido nuestro querido Eduardo Vílchez y, aunque hacía 15 años que no le veía a él ni a su familia, no quise dejar pasar la oportunidad de honrar su memoria y de expresarles mis condolencias a su familia, de modo particular a su viuda, Loli, y a su hijo Rodolfo. También a sus otros dos hijos, Eduardo y Sergio, a quienes no conocía hasta hoy.
Desde su participación con la selección española en aquellos II Juegos del Mediterráneo en Barcelona (1955), cuando con apenas 21 años fuera considerado por los críticos como “el mejor jugador de España”, Eduardo desarrolló una amplia y fecunda carrera como futbolista |
Tenía 86 años y, aunque había superado bien una intervención para sustituirle el viejo marcapasos por uno nuevo, finalmente el Árbitro Supremo pitó “final del partido” y, como buen futbolista profesional que había sido, Eduardo acató deportivamente la decisión y marchó al “túnel de salida”, en busca de su trofeo más importante: la corona de la vida eterna.
Y, trofeos… no es que tuviera pocos. Porque si algo le sobraban a Eduardo eran trofeos y gloria deportiva. Eso, y cariño; porque Eduardo fue una persona muy querida.
Desde su participación con la selección española en aquellos II Juegos del Mediterráneo en Barcelona (1955), cuando con apenas 21 años fuera considerado por los críticos como “el mejor jugador de España”, Eduardo desarrolló una amplia y fecunda carrera como futbolista --en el Rayo Vallecano; el club El Espanyol de Barcelona, “los periquitos” (1955-1960); el Getafe; el Murcia; el Alcoyano y el Albacete, entre otros—y como entrenador, disciplina en la que también destacó en distintos clubes y categorías.
Futbolista de otra época, cuando no había “galácticos” ni “derechos de imagen”, Eduardo nunca tuvo representantes que le buscaran oportunidades, ni los necesitó. “Sus oportunidades siempre han brotado casi de forma espontánea: termina un partido, alguien le da en la espalda y le felicita por su buen juego. Después, le proponen un nuevo fichaje, un nuevo proyecto...”-- así lo cuenta la periodista Diana Fernández, en una entrevista que le hizo en 2005 para la revista “Santa Eugenia”[1], medio informativo local del barrio en el que Eduardo residió con su familia desde 1994. Desde allí podía seguir de cerca el devenir del club de sus amores, el Rayo Vallecano, del que era el socio nº 123.
UNA BUENA PERSONA
En un partido con el Rayo Vallecano, el equipo de sus amores. / Foto: Vallecas Web |
Buena gente, dentro y fuera de la cancha, Eduardo demostraba con sus hechos y sus palabras que, por encima de todo, incluso del fútbol, estaba su deseo de “ser una buena persona”. Quizás por eso cuando, a ese jugador hábil y solidario que fue, le preguntaban acerca de su éxito, respondía con humildad que su juego no era tanto de fuerza, sino de un conjunto de habilidad, amor por el fútbol y solidaridad. "Mi juego era de bondad con mis compañeros", gustaba decir.
Y sin duda que “la bondad”, virtud divina donde las haya, en la medida limitada en la que un ser humano pueda expresarla, era una cualidad que brillaba en el carácter de Eduardo.
Yo le conocí a mediados de los 90, en la Comunidad Cristiana El Faro, en Puente Vallecas (Madrid), donde durante varios años pude servirle a él y a su familia como pastor. Eduardo y su esposa Loli, habían llegado a la comunidad evangélica siguiendo con preocupación paterna las huellas erráticas de su hijo Rodolfo, que en un período crítico de su juventud había tenido un encuentro salvador con Jesucristo y se había convertido a la fe cristiana bíblica.
Allí era habitual ver a Eduardo los domingos, y cuando hiciera falta, participando en las celebraciones, apoyando las actividades y las distintas iniciativas sociales de la comunidad. Allí nos ofrecía su infaltable saludo, su sonrisa sincera y sus palabras amables. (No recuerdo haberle visto nunca triste o enojado). Allí podía oírsele cantar alabanzas a Dios, entre ellas una de sus favoritas:
“Quiero levantar mis manos,
Quiero levantar mi voz
Y ofrecerte a Tí mi vida
En santidad y amor…
… Hijo de Dios, recibe hoy
Toda la Gloria, la Honra y Honor…”
Fue allí, también, donde Eduardo se entrenó para el partido más importante de su vida: el de la fe. Donde aprendió que la religión no salva ni produce vida eterna, del mismo modo que las mejores botas de fútbol no hacen crack a un jugador. Donde entendió que “esperanza” es saber que, si Cristo está en tu equipo, no importa que el partido se ponga cuesta arriba… ¡la victoria final está asegurada!
Así ha partido hoy Eduardo al encuentro con su Dios. Lo imagino entrando al Cielo como cuando, en sus años jóvenes, salía del túnel del vestuario y pisaba la cancha: con su sonrisa espontánea, saludando respetuosamente al Gran Árbitro, mientras, desde unas tribunas colmadas, una celestial multitud de ángeles hoy corea su nombre…
© Jorge Fernández – Madrid, 2 de julio de 2016.-
Vílchez, primero por la derecha, con sus compañeros de la Asociación de Veteranos del Rayo Vallecano. (© Foto: A. LUQUERO / Vallecasweb.com)
Noticia relacionada:
. Fallece Eduardo Vílchez, el jugador al que el Rayo Vallecano atrapó para siempre (Vallecas Web, 03/07/2016)
[1] Eduardo Vilches, una leyenda del fútbol español - Revista “Santa Eugenia”, Diana Fernández (http://www.vallecastodocultura.org/cabecera/QUIEN/VILCHES/)
Autor: Jorge Fernández
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