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GRANDES ENIGMAS DE LA BIBLIA / por Máximo García Ruiz

Las plagas de Egipto

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(MÁXIMO GARCÍA RUIZ*, 24/02/2016) | La salida del pueblo hebreo de Egipto conducido por Moisés y su travesía por el desierto hasta llegar a la tierra prometida, es una de las epopeyas más dramáticas y deslumbrantes de la historia de la humanidad. Generación tras generación sería contada esa historia a sus descendientes para recordarles que Dios les había sacado de la esclavitud y, venciendo todo tipo de dificultades, les había conducido victoriosos hasta la tierra prometida.

Una gesta que a través del cristianismo ha trascendido la historia de Israel para convertirse en el referente de otros muchos pueblos oprimidos a lo largo del tiempo y un paradigma de liberación espiritual en tiempos recientes para muchos pueblos latinoamericanos, a través de la conocida como “teología de la liberación”. Y si épico y admirable es el éxodo, las siete plagas que lo preceden, que hicieron posible romper el cerco puesto por Faraón para impedirlo, resultan tan misteriosas y deslumbrantes, que continúan acaparando el interés de los investigadores.

A la muerte de José, los hebreos son una comunidad integrada perfectamente en Egipto, que goza de respeto y prosperidad. Por el contrario, el libro de Éxodo presenta a un pueblo oprimido y esclavizado, fruto de un cambio de dinastía en Egipto. Los Icsos, de raza semita, fueron sustituidos por Amosis I, de la Dinastía XVIII, de fuerte ideología nacionalista, una dinastía que no sólo explota a los hebreos reducidos a la esclavitud, sino que tiene miedo de ellos a causa de su imparable crecimiento hasta llegar a formar una población estimada en unas 600.000 personas. Se calcula que desde la llegada de José a Egipto habían transcurrido más de cuatro siglos en los que los israelitas han formado parte del imperio sin ningún tipo de tensión aparente hasta entonces.

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Con el paso del tiempo, los descendientes de Jacob se habían relajado en su relación con el Dios de sus antepasados. No obstante, aún les queda resuello para clamar a Jehová cuando la situación se les antoja ya inaguantable; y el relato bíblico nos dice que el clamor de este pueblo sometido y humillado logra romper las barreras de incomunicación que se habían establecido por parte del pueblo con el Dios de sus antepasados, y Jehová provee una forma de liberación a cuyos efectos elige a un caudillo y libertador que saque al pueblo de Egipto y le conduzca a la tierra prometida a sus antepasados (cfr. Éxo. 3:9).

...el libro de Éxodo es un eslabón importante entre la época del patriarcado y el inicio de una nación que ha perdurado, al menos ideológicamente, hasta nuestros días.

La historia que narra el libro de Éxodo tiene como protagonista a Moisés, profeta, legislador y caudillo del que, salvo en este libro y en las referencias que de él se tienen en otras partes de la Biblia, no existe ninguna otra en los anales egipcios contemporáneos, a pesar de lo relevante que es la historia que se le atribuye; tampoco existen datos extra bíblicos de la gesta narrada en el libro de Éxodo,  por lo que algunos críticos han deducido que se trata de un personaje y de una historia de ficción creados siglos después para robustecer los signos identitarios del pueblo hebreo con ocasión de encontrarse de nuevo cautivos, ahora en Babilonia. Por nuestra parte, no entraremos en el fondo de esta deducción, sea científica o especulativa, para centrarnos exclusivamente en el fenómeno de las plagas. En cualquier caso, el libro de Éxodo es un eslabón importante entre la época del patriarcado y el inicio de una nación que ha perdurado, al menos ideológicamente, hasta nuestros días.

En cuanto a lo referido a la fecha, si seguimos algunas evidencias internas, se deduce que los hechos que se narran en el propio libro de Éxodo podrían datarse en el siglo XV a. C. Otra cosa es la fecha atribuida a su versión escrita, que se fija en la época del destierro babilónico, en torno al siglo VI a. C., fecha en la que pudieron ser recopiladas las diferentes tradiciones orales y, posiblemente, algunos fragmentos escritos en el período que transcurre entre la salida de Egipto y el cautiverio en Babilonia. Se trata de un período en el que se están estableciendo las bases históricas y teológicas de la religión judía y se elaboran pensando en un Dios poderoso cuyo poder es preciso atestiguarlo con prodigios deslumbrantes, superiores a los que solían atribuir los sacerdotes paganos a sus dioses.

El cronista o compilador no está narrando unos hechos de los que esté siendo testigo, sino el relato de acontecimientos que le han llegado vía oral, fruto de la memoria colectiva, transmitidos de generación a generación en formato de epopeya nacional

El relato justifica las plagas como una forma de presión que Jehová lleva a cabo a través de Moisés, para conseguir que Faraón acceda a la reclamación de dejar salir a su pueblo. Son diez en total: la de la sangre, la de las ranas, la de los piojos, la de las moscas, la de la muerte del ganado, la del sarpullido o de las úlceras, la del granizo, la de las langostas, la de las tinieblas, la de la muerte de los primogénitos (cfr. Éxodo 7:14-11:10). Los hechos se narran uno a continuación de otro, sin señalar tiempo de duración ni el período que media entre uno y otro fenómeno. Puede tratarse de días, meses o años el tiempo en el que se producen todos estos prodigios.

El cronista o compilador no está narrando unos hechos de los que esté siendo testigo, sino el relato de acontecimientos que le han llegado vía oral, fruto de la memoria colectiva, transmitidos de generación a generación en formato de epopeya nacional, la más grande, la más sublime, la más gloriosa de todas cuantas ha vivido el pueblo que siente el orgullo de ser considerado pueblo escogido por Dios. Un recordatorio necesario en una época, la que están atravesando como cautivos en Babilonia, que les hace vivir una experiencia homologable a la vivida en Egipto. Sin que olvidemos un dato significativo; una cosa es el perfil de Dios, cómo es y cómo se manifiesta, y otra la forma cómo es percibido por los cronistas y líderes religiosos de esa época (y también de la nuestra). Recordemos que se trata de un relato escrito nueve siglos después de la fecha en la que se datan los hechos.

Una vez más nos encontramos con un fenómeno, o una serie de fenómenos de la naturaleza que pueden ser aceptados en su literalidad, tal y como fueron redactados, sin tener en cuenta ningún tipo de explicación histórica, literaria o científica, o  ser sometidos a interpretación, sirviéndonos del conocimiento de las ciencias naturales que explican ciertos fenómenos que, a primera vista, pueden parecer inexplicables y que los hebreos perciben como una intervención directa de Dios en favor de su pueblo.

Así, pues, vamos a buscar alguna explicación siguiendo, en este caso, aunque sea de forma muy esquemática, a G. O. Gillis, quien fuera profesor de Biblia en el Seminario Evangélico Bautista de Buenos Aires, Argentina, considerado como teólogo conservador, que se ocupa del tema en su obra Historia y literatura de la Biblia, publicado por la no menos conservadora Casa Bautista de Publicaciones de El Paso, Texas, en una época, año 1954, caracterizada por seguir una teología conservadora, especialmente entre bautistas y otros sectores evangélicos. Hacemos referencia de forma muy resumida a la explicación que Gillis da a cada una de las diez plagas.

20160225-1bPrimera plaga: Las aguas del Nilo suelen enrojecerse a causa de una substancia que hace que adquieran un fuerte color rojizo, por lo que los nativos lo conocen como Nilo Rojo. En la ocasión descrita por la Biblia es de suponer que la intensidad del rojo fue mayor que en otras ocasiones, hasta asemejarse a la sangre. Puesto que el Nilo era un objeto de culto, resultaba fácil deducir desde la distancia que se trataba de un castigo de Dios

Segunda plaga: La rana era un batracio sagrado para los egipcios. Objeto de culto. No se permitía matar a este animal. La diosa Heka era representada con la cabeza de una rana. Este tipo de plagas suele ser frecuente en Egipto, incluso en la actualidad. Tal vez en esta ocasión cobró unas dimensiones mayores de las habituales o, desde la distancia, se magnificó el hecho.

Tercera plaga: Hay divergencia en la traducción de la palabra original, dudando si debe ser piojo, mosquito o jején (insecto díptero, más pequeño que el mosquito y de picadura más irritante). La Vulgata utiliza la segunda, considerando a los insectos seres inmundos; el hecho de que entraran en los templos se percibe como una profanación. De esta forma, tanto esta plaga, como las otras, fueron consideradas como un golpe de Jehová contra la religión egipcia y, por ende, contra Faraón.

20160225-1cCuarta plaga: Otra plaga común en Egipto es la de las moscas, un insecto reverenciado por los egipcios que aquí se vuelve en un objeto repugnante. Alguna circunstancia o cambio meteorológico hizo que la intensidad de moscas alcanzara una dimensión excepcional, un hecho que sería transmitido y recordado por los hebreos como una nueva intervención directa de Jehová a su favor.

Quinta plaga: El ganado fue afectado por algún tipo de enfermedad que supuso una gran tragedia. Los animales domésticos eran una fuente de trabajo y riqueza y una enfermedad de ciertas dimensiones suponía un duro golpe a la economía y, por extensión, a la propia religión. No es infrecuente, especialmente en épocas en las que el control de enfermedades, tanto en humanos como en animales, era tan limitado, que se produjeran desastres de estas dimensiones.

Sexta plaga: Conociendo la existencia de epidemias recientes en la historia: peste negra en el siglo XIV, la viruela a través de la historia, el cólera en el siglo XIX, la gripe española en 1919, la gripe asiática en 1957, el VIH-Sida a partir de 1980, la gripe aviar en 2003 o el virus del ébola en 2014, entre otras muchas, que tantos estragos han producido en amplias regiones de la tierra, no cuesta demasiado trabajo imaginar una enfermedad semejante, en este caso una especie de erupción cutánea acompañada de úlceras muy dolorosas, que los hebreos no dudaron en calificar como una plaga divina para castigar a quienes les tenían sometidos y no permitían que fueran liberados de la esclavitud.

Séptima plaga: En Egipto llueve poco y los relámpagos y los truenos son infrecuentes, lo cual no impide que se produzcan grandes y estrepitosas tormentas que no sólo atemorizan a los ciudadanos nada acostumbrados a esos fenómenos meteorológicos, sino que son capaces de destrozar las cosechas, arrasar las viviendas e incluso matar a animales y personas, en casos extremos (tal y como ocurre en otros tiempos y en otras regiones del planeta).

20160225-1dOctava plaga: La langosta es un insecto que no se cría en Egipto. Cuando llega, es llevada por el viento desde otras latitudes. En este caso son conducidas por el viento oriental procedentes de Arabia. Nada fuera de un fenómeno que se da con cierta frecuencia en la naturaleza pero que, cuando se produce, puede causar destrozos irreparables. Uno más para incitar a Faraón a que acceda a dejar marchar a los israelitas.

Novena plaga: Los egipcios adoraban a Ra, el dios del sol. Se sugiere que estas tinieblas, una forma de ofender a Ra, fueron causadas por una fuerte neblina, aunque se dice que incluso podían ser palpadas, lo cual induce a pensar que se trata del fino polvo procedente del desierto impulsado por el viento, que los viajeros describen como “noche muy oscura”. Sea lo que fuere, los esclavos hebreos lo interpretan una vez más como la intervención directa de Dios, la luz verdadera.

Décima plaga: La más terrible de todas, la muerte de los primogénitos. ¿Una epidemia? ¿Por qué sólo los primogénitos? Se trata de un enigma que tiene una cierta conexión con la práctica del sacrificio a los dioses de los primogénitos, una práctica frecuente en algunas de las culturas antiguas. Tal vez una forma de justificar las muertes a causa de las catástrofes sufridas y una manera de introducir y explicar la Pascua como festividad central del judaísmo. Algunos eruditos la han definido como “una plaga teológica”.

No faltan otras explicaciones de corte más científico, como la ofrecida por National Geographic, (”El secreto de las diez plagas bíblicas”), de fácil acceso por su amplia difusión a través de diferentes medios de comunicación, relacionando el hecho con la erupción del volcán Tera de la isla Santorini, Grecia, en torno al año 1500 a.C., época en la que se datan las plagas, coincidentes con los efectos de las erupciones de dicho volcán, que pudieron desencadenar, uno tras otro, los desastres que dan origen a las nueve plagas iniciales, a cuyo relato no vamos a dedicar mayor atención, no porque nos parezca objetable, ya que tiene una base científica muy respetable, sino porque sobrepasa el marco de nuestro interés, que no pretende entrar en demostraciones científicas sino en reflexionar sobre el texto bíblico en busca de enseñanzas teológicas desprovistas de explicaciones míticas.

20160225-1eNo obstante, señalar que tanto las explicaciones que ofrece Gillis como las que da el National Geographic resultan poco convincentes en lo que se refiere a la última de las plagas, es decir, la muerte de los primogénitos, lo cual nos lleva a pensar que pudo ser una licencia literaria para dar soporte histórico a la Pascua, como apuntamos más arriba. Ahora bien, la conexión de los fenómenos que la Biblia identifica con plagas, pudieran estar perfectamente concadenados entre sí, si aceptamos la explicación científica que la revista National Geographic ofrece, unos fenómenos desencadenados como consecuencia de la erupción del volcán Tera y, por consiguiente, producidos en un corto espacio de tiempo.

Al margen de las dificultades y discrepancias que la interpretación del texto pudiera plantear, podemos afianzarnos en la idea de que Dios, en su soberanía, mueve los hilos de la historia y cualquier acontecimiento natural o extra natural, explicable o ignoto, puede servir para dar a conocer su propósito para este mundo y para cada uno de nosotros. Reafirmarnos, por otra parte, que la soberanía de Dios no es controlable por ninguna capacidad humana. Nuestra misión es interpretarla en la medida de lo posible y asumirla, aceptando que no siempre somos capaces de entender todo su alcance. Y, finalmente, admitir como algo natural que, desde la fe, el creyente puede extraer enseñanzas espirituales de hechos naturales que, a los no creyentes, pueden pasarles desapercibidos o no encerrar ningún significado especial para ellos.

Autor: Máximo García Ruiz*, Febrero 2016.


© 2016- Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

20120929-1*MÁXIMO GARCÍA RUIZ, nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Sociología y Religiones Comparadas en la Facultad de Teología  de la  Unión Evangélica Bautista de España (UEBE), en Alcobendas, Madrid y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 24 libros, algunos de ellos en colaboración.

 

 

 

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