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GRANDES ENIGMAS DE LA BIBLIA / por Máximo García Ruiz

El Tercer Cielo de Pablo.

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20160203-5

(MÁXIMO GARCÍA RUIZ*, 03/02/2016) | En su segunda carta a los cristianos de Corinto, Pablo introduce un concepto sobre el que solemos pasar de puntillas cuando leemos esa epístola. El texto se encuentra en 2ª Cor. 12:2: “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo no lo sé, si fuera del cuerpo no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo”.

Se trata de una experiencia vivida en el inicio de su condición de seguidor de Jesús resucitado.

Aparte de las visiones apocalípticas, que encierran un lenguaje específico cuya interpretación necesita conocer ciertas claves ocultas para el común de los lectores, hay en la Biblia algún otro pasaje que podemos vincular con éste del apóstol de los gentiles. Del mismo Pablo son estas palabras: “Y me aconteció, vuelto a Jerusalén, que orando en el templo me sobrevino un éxtasis, y le vi [a Jesús de Nazaret] que me decía…” (Hch. 22:17,18a). De Felipe se narra una experiencia similar: “Cuando subieron del agua el Espíritu del Señor arrebató a Felipe” (Hech. 8:39).

En el Antiguo Testamento hay algún testimonio similar como en Eze.11:24: “Luego me levantó el Espíritu y me volvió a llevar en visión del Espíritu de Dios a la tierra de los caldeos, a los cautivos. Y se fue de mi la visión que había visto”. Se trata de textos que plantean un serio conflicto entre el concepto de equilibrio que tenemos de un universo creado por Dios con leyes perfectas que damos por supuesto que él mismo no incumple arbitrariamente, a cuyo argumento ya hemos hecho varias referencias anteriormente y el profundo sentido de respeto que se tiene desde la fe cristiana hacia la Biblia como libro sagrado, cuya lectura se tiende a efectuar de forma acrítica.

La metáfora es una figura retórica frecuentemente utilizada en la literatura oriental...

Son textos que nos introducen en situaciones que, o bien los aceptamos literalmente, sin cuestionarnos nada, o bien nos aproximamos a ellos asumiendo que se trata de metáforas a través de las cuales se nos facilita la comprensión de conceptos que sobrepasan el marco natural de nuestra comprensión, de los que debemos descubrir las claves para su interpretación. La metáfora es una figura retórica frecuentemente utilizada en la literatura oriental, por medio de la cual una realidad o un concepto se representa por medio de una figura diferente; ambas realidades o conceptos guardan cierta relación de semejanza entre sí.

También muchos literatos occidentales y, entre ellos, algunos españoles, hacen uso de metáforas en sus obras. Una de las más deslumbrantes en la literatura española es la que utiliza Cervantes para que don Quijote describa a su sin par Dulcinea: “Sus cabellos son de oro, su frente de campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve[1].

El poema-metáfora de John Milton, El paraíso perdido, es una de las obras más deslumbrantes en este género, hasta el punto que muchas de las figuras que se manejan en el ámbito religioso-cristiano sobre el cielo y el infierno se derivan de la creatividad imaginativa de este autor, a través de las cuáles se ha dado forma, o han sido interpretados, determinados textos bíblicos. Otro ejemplo más próximo para el sector protestante, es El Progreso del Peregrino de John Bunyan (1678), que muestra el progreso del cristiano desde este mundo al mundo venidero, como un sueño.

En la Biblia sobreabundan igualmente las metáforas, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. Algunos ejemplos: la parábola del buen pastor que da su vida por las ovejas; la figura para designar a los discípulos como la luz del mundo, la sal de la tierra o templos de Dios; Jesús presentándose a sí mismo como el pan de vida, o la vid verdadera.

Pero vamos a centrarnos en tratar de entender qué está queriendo decir Pablo cuando habla acerca del “tercer cielo”, al margen de otras connotaciones conexas, como puede ser el significado de “ser arrebatado” o transportado a determinados lugares en circunstancias concretas, de cuyo tema nos ocuparemos en otra ocasión. Pablo tal vez esté haciendo suyo el texto de Deuteronomio 10:14: “He aquí de Jehová tu Dios son los cielos y los cielos de los cielos…”. En cualquier caso, el concepto de “tercer cielo” no es ajeno a tradiciones judías relativamente cercanas en a la época del apóstol. Se trata de una percepción acuñada durante el periodo del Segundo Templo, que es cuando se estructura la religión judía propiamente dicho, que tenían muy presentes los judíos contemporáneos de Pablo. Un concepto que estaba en conformidad con las ciencias astronómicas de entonces, distinguiendo entre el cielo atmosférico (las nubes, la lluvia y los fenómenos meteorológicos), el de los astros (el sol, la luna y las estrellas), y el superior o empírico en el que se situaba el trono y la morada de Dios con sus ángeles.

... por mucho que se trate de un fenómeno que puede llamar nuestra atención, no fue eso lo más destacado que ocurrió en la vida de Pablo, una experiencia que el apóstol no utiliza en su tarea evangelizadora, ya que tardó nada menos que catorce años en compartirla y, aun así, de forma un tanto velada y subordinada a sus propias flaquezas.

 

Pablo está recordando su proceso de conversión a la fe cristiana y las experiencias vividas, un tema de gran relevancia teológica cuyo análisis no corresponde hacer en esta ocasión.  Recordemos, eso sí, que no es la descrita a los corintios la única experiencia de esa índole contada por el apóstol de los gentiles. Conocida y suficientemente difundida en su momento es la que vivió en el camino hacia Damasco. En la que comentamos ahora, se sirve de una perífrasis (“conozco un hombre…”) de la que se desprende claramente que está refiriéndose a sí mismo, si bien tiene un recuerdo vago de si fue “en el cuerpo”  o “fuera del “cuerpo”, es decir, si se trata de una experiencia tangible o una experiencia intangible, virtual, de contenido exclusivamente espiritual que bien pudo realizarse a través de un sueño, a semejanza de cómo se produce en muy diversas ocasiones en el Antiguo Testamento cuando se dice que Dios transmite un mensaje especial o actúa de manera excepcional, y así lo interpretan sus receptores.

Ahora bien, por mucho que se trate de un fenómeno que puede llamar nuestra atención, no fue eso lo más destacado que ocurrió en la vida de Pablo, una experiencia que el apóstol no utiliza en su tarea evangelizadora, ya que tardó nada menos que catorce años en compartirla y, aun así, de forma un tanto velada y subordinada a sus propias flaquezas. Se trata de una experiencia íntima, personal, que narra en un lenguaje aparentemente identificable para sus lectores, que en un momento determinado Pablo comparte, sin despejar ninguna de las incógnitas que plantea, sobre cuya experiencia no fundamenta ninguna doctrina o consigna a seguir. En ningún caso hay base suficiente para pensar que estamos en presencia de fenómenos paranormales.

El apóstol habla el lenguaje de sus contemporáneos, como cuando hace referencia a lo que muy probablemente se trate de una enfermedad que estaba condicionando y limitando su ministerio, y la denomina como “aguijón en mi carne” atribuyéndola a “un mensajero de Satanás” (12:6), ya que era algo corriente entre los judíos atribuir las enfermedades directamente al demonio sin entrar en mayores explicaciones al respecto (cfr. Luc. 13:16, Job 2:6).

En resumen, Pablo comparte experiencias de tipo espiritual en términos intimistas en los que muestra su fragilidad física, por una parte y su fortaleza espiritual que justifica en experiencias vividas por él mismo, por otra, sin que eso forme parte del meollo de su predicación como lo demuestra el hecho de que no sea un tema recurrente en sus escritos.


[1] Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, capítulo XIII.

Autor: Máximo García Ruiz*, Febrero 2016.


© 2016- Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

20120929-1*MÁXIMO GARCÍA RUIZ, nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Sociología y Religiones Comparadas en la Facultad de Teología  de la  Unión Evangélica Bautista de España (UEBE), en Alcobendas, Madrid y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 24 libros, algunos de ellos en colaboración.

 

 

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