500 AÑOS DE REFORMA - por Juan Manuel Quero
Símbolos de la Reforma Protestante: La cruz, en lugar del crucifijo
(JUAN MANUEL QUERO, 07/01/2016) | El crucifijo, es decir, la cruz con Cristo crucificado, fue y sigue siendo algo característico de la Iglesia Católica. Se enfatizó, incluso después de la Reforma Protestante del XVI, y como parte de la simbología de la Contrarreforma Católica del XVII, que destacaba el dolor, las lágrimas, la sangre y lo cruento, para despertar el sentimiento de pena y afección a la penitencia.
En España, al igual que en otros países, lo tenemos muy bien representado en el Barroco, movimiento muy aprovechado en lo religioso para expresar esto. Podríamos así recordar los cristos y crucifijos de Velázquez o de Zurbarán, por citar algunos de los más conocidos de los artistas españoles de aquel tiempo. La mayoría de las veces se representa a Cristo como si fuera un bodegón (naturaleza muerta), lleno de sangre, tristeza y dolor.
La crucifixión era una práctica romana, para los que eran sentenciados a muerte. Esta condena ignominiosa fue lo que tuvo que sufrir Jesús, siendo crucificado entre malhechores. Pero, la Reforma Protestante, como una reforma desde el Evangelio, tuvo que desmantelar de sus mentes esta «estampa». La Biblia indicaba que cualquier representación de este tipo, obra de la imaginería humana, invitaba a la adoración de las imágenes, es decir a la idolatría. Uno de los 10 mandamientos, dados ya a Moisés (Éxodo 20; Deuteronomio 5), explícitamente indicaba la prohibición de hacer imagen de algo del cielo o de la tierra. Un crucifijo es una imagen de un «cristo» que invita a la adoración idolátrica. Uno de los símbolos de la Reforma sería una cruz desnuda, sin cuerpo, sin «cristos». El salmista en Salmos 115:4-8 dice lo siguiente:
Los ídolos de ellos son plata y oro, obra de manos de hombres.
Tienen boca, mas no hablan; tienen ojos, mas no ven;
orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no huelen;
manos tienen, mas no palpan; tienen pies, mas no andan;
ni hablan con su garganta;
como ellos son los que los hacen, y cualquiera que en ellos confía.
El motivo de esto, no sería una simple prohibición. La teología protestante, manifiesta a Cristo y a la cruz, de forma diferente, y según muestra el Evangelio. La teología protestante, o evangélica es una teología de la resurrección, frente a la romana. La muerte es la nota predominante en el catolicismo; pero la base de la evangélica es la resurrección, que implica la muerte; pero, donde esta se ve desde la resurrección y la vida abundante.
Las enseñanzas de la resurrección y la muerte de Jesús están unidas como concepto; pero, el protestantismo, o el pueblo evangélico, tiene como perspectiva, la resurrección. La vida del creyente tiende a esto, a la resurrección, y no a lo contrario, que sería la muerte. La cruz nos muestra la expresión de amor más importante de Dios, al morir Cristo por nuestros pecados, sin que lo mereciéramos; pero, esto sin resurrección no tendría sentido.
Las sociedades no cristianas se mueven fácilmente en «la cultura de la muerte», pero el cristiano que vive la Palabra de Dios, tiene una visión distinta, porque tiene un Cristo vivo. La cruz, así como la tumba vacía, tiene una enseñanza que afecta la vida del cristiano. Se trata de superar la muerte desde la vida que nos da Cristo, entendiéndola como algo que se supera en él; por el perdón de pecados; por la muerte vicaria de aquél que es el autor de la vida: «Porque yo vivo, vosotros también viviréis» (Juan 14:19).
No solamente Cristo resucitó, sino que ya no muere (Heb. 9:24-28). Murió solamente una vez para siempre, y ya ni puede volver a morir, ni lo pueden volver a matar. Nadie nos puede separar de Cristo. Esta es una característica de las enseñanzas evangélicas, ante las romanistas. En
Para muchos la resurrección es una locura, porque escapa de los límites del conocimiento humano; pero para los creyentes evangélicos es la base de nuestra fe. La cruz y no el crucifijo es un símbolo de la Reforma del XVI, pero también es parte de la teología de todo el pueblo evangélico.
Autor: Juan Manuel Quero
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