EN PERSPECTIVA
«La Curva de la Muerte»
(JUAN MANUEL QUERO, 30/07/2013) | El título ya estaba servido, «La Curva de la Muerte». Me refiero, como no, al grave accidente del pasado día 24 de Julio de 2013, que se produce en una curva cerrada, en el barrio de Angrois, a
En la Historia de la Humanidad, han habido muchas «curvas de la muerte», unas más sinuosas y peligrosas que otras, donde casi, de «una pasada» murieron millones de personas.
Podríamos escribir libros sobre guerras, genocidios y actos terroristas que terminaron con la vida de millones de personas. Estas «curvas de la muerte», por poner algunos ejemplos del mismo siglo XX, podrían ser los siguientes genocidios: «Genocidio Armenio», entre 1915-1923, con la masacre de vidas, entre 1.500.000 y 2.000.000 teniendo dificultad para concretar un número más concreto. Holocausto o Solución Final nazi (1942), donde son gaseados unos 6.000.000 de judíos, además de gitanos y discapacitados entre otros. Hiroshima y Nagasaki con bombardeos atómicos los días 6, 9 de agosto respectivamente, del 1945, con más de 200.000 muertos. Genocidio de Ruanda, como intento de exterminar a la población tutsi por el gobierno hutu en 1994, con el asesinato de 800.000 personas, y más de 5.000 niños, hijos de las mujeres tutsi violadas. Se podría seguir recordando otras «curvas de la muerte» del pasado siglo nada más.
Quizás la «curva de la muerte» de ALVIA, no sea tan pronunciada como las mencionadas anteriormente, pero para cualquiera de las familias de las víctimas, esta ha sido la curva más sinuosa, la más cruel. En realidad la muerte es una curva que en nuestras vidas crea un dolor que deja una huella imborrable.
La muerte no respeta a nadie, y esta no es la voluntad de Dios, sino que según la Biblia, es una condición del hombre caído, es decir, de toda la humanidad, aunque esto no formara parte del proyecto inicial de Dios. Una de las premisas sicológicas con las que trabajan los sicólogos con las familias que sufren las perdidas, es la aceptación de lo ocurrido. Hay que trabajar esto, dicen, para que no se dé un duelo patológico. ¿Pero quién acepta la muerte inicialmente? La muerte la tenemos al margen de la vida y la miramos de reojo. No se quiere morir, y muchas veces se llega a creer, --a pesar de que la estadística nos muestre que a todos nos sobrevendrá--, que a mí nunca me ocurrirá. A veces hablamos de estar preparados o no para morir, pero esto, siempre es un tema que nos presenta la tensión entre muerte y vida, porque la muerte forma parte de la vida actual, pero es algo extraño, ajeno, a pesar de ser cotidiano. Nadie quiere morir. Jesús en cuanto a la cruz, oraba al padre ante la posibilidad de que no se diera esto. Jesús que es Dios, y que vino a esto, nos estaba mostrando desde la humanidad, el significado de la muerte. El apóstol Pablo, decía que prefería marchar con el Señor (morir o dejar el cuerpo), pero que por las circunstancias que vivía era necesario seguir en este mundo.
La tensión se da, incluso entre creyentes, que tenemos la esperanza de que cuando dejemos este cuerpo, tendremos una vida eterna para disfrutar, un cielo, que es la promesa de lo mejor. Podemos tener la alegría de esta esperanza en estos momentos, pero también las lágrimas del dolor de la separación de los seres queridos y de otras situaciones; se da esta tensión. Porque seamos creyentes, tampoco es natural afrontar la muerte como si fuera una fiesta; se da esta tensión.
A veces los mismos creyentes nos apresuramos a la hora de explicar algunas cuestiones al respecto. Cuando una persona se salva de morir en un accidente como el de ALVIA, se suele hablar del milagro que hizo Dios con ellos; pero yo me pregunto ¿qué pensarán las personas que no se salvaron? ¿Dios no los quiso salvar?, ¿eran peores? La tensión vuelve a surgir. Como en un artículo no se puede abrir una disquisición de tipo escatológico, como este, lo dejaré aquí, esperando que podamos reflexionar, llegando a conclusiones correctas.[1] Solamente unas palabras finales, pensando en las personas que todavía siguen sufriendo, y que seguirán teniendo un gran dolor, una marca en sus almas, por esta «curva de la muerte». La vida que Dios nos da en Cristo, no tiene fecha de caducidad, que es eterna, a pesar del mal trago de la muerte: Mas para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. (Filipenses 1:21).
Aunque muchos religiosos, y muchas personas con buenas intenciones vengan con respuestas estereotipadas para consolar, la verdad es que lo importante es acompañar en el dolor, y dejar que Dios que da la vida, siga actuando dando aliento. Como dijo el pensador francés Paul Claudel «Jesús no vino para explicar el sufrimiento, sino para llenarlo con su presencia». Me llega a doler el dolor que ha provocado esta «curva de la muerte», y oro para que Dios llene con su presencia las vidas de todos los que sufren ahora.
[1] En el libro Capellanías Evangélicas: Instituciones penitenciarias; centros hospitalarios, aeropuertos, grandes catástrofes. Que puede adquirirse en el Consejo Evangélico de Madrid (CEM), o dirigiéndose a mí mismo juanmanuelquero@gmail.com, se tratan de estos temas de forma amplia. Concretamente en las páginas en las que pude colaborar (40 a 102).
Autor: Juan Manuel Quero
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