SILBO APACIBLE
La mantilla en la Iglesia Protestante
GUILLEM CORREA, 05/10/2012 | Ahora que ya hace más de 40 años que se abrió el debate en la Iglesia Protestante sobre la mantilla, tal vez ha llegado el momento de escribir la historia de aquellos acontecimientos.
Eran a principios de los años 70 cuando algunos jóvenes de la época abrimos un debate informal sobre tres aspectos de nuestra vida eclesiástica:
1. ¿Evangélicos o protestantes?
2. ¿Capillas o Templos Evangélicos?
3. Las mujeres, ¿tenían que llevar o no debían llevar mantilla?
El primero de los tres temas, a pesar de que resulta difícil delimitar por cuál de los tres se empezó, fue el debate sobre si debíamos referirnos a nosotros mismos como protestantes o como evangélicos. La mayoría de nosotros proponíamos llamarnos evangélicos para diferenciarnos de la palabra protestante que tanto había utilizado el franquismo contra nosotros y porque queríamos que el resto de la sociedad nos identificara como hombres y mujeres portadores del evangelio de Jesús.
Este debate lo ganamos pero el analfabetismo religioso de nuestro país nos ha llevado a volver a reivindicarnos como evangélicos pero sobre todo como protestantes para diferenciarnos de la palabra "evangelistas" -que es como popularmente los medios de comunicación nos han dado a conocer-.
El segundo debate giró en torno a la palabra "capilla" que era la palabra utilizada para referirse a lo que hoy identificamos como templo. Nos parecía que ésta era una palabra hija de un protestantismo forastero. Este debate también lo ganamos y aquel avance ha perdurado hasta el día de hoy. Hoy hablamos de los Templos Evangélicos o Protestantes.
El tercer debate giró en torno a la mantilla. Las mujeres, ¿debían llevar mantilla durante el culto? Hasta entonces era costumbre hacerlo así, como también era costumbre que las mujeres no llevaran pantalones e, incluso, las más cuidadosas se recogían el cabello en un moño.
A algunos de nosotros nos pareció que era purificar nuestra fe de tradiciones culturales y entendimos, sin ponernos explícitamente de acuerdo entre nosotros, que si ganábamos el debate de la mantilla caerían a continuación los perjuicios en contra de que las mujeres llevaran pantalones o un espléndido peinado.
Para resumir diré que el debate sobre la mantilla confrontaba dos posiciones teológicas.
Una, el literalismo bíblico, que enseña que lo que leemos en el texto bíblico debe interpretarse tal cual, aliado con la teología que jerarquiza, que enseña la superioridad del hombre sobre la mujer.
La otra, la interpretación contextual de la Biblia, según la cual el texto debe interpretarse en los principios espirituales y permanentes que recoge y no sólo en función del momento histórico y cultural en que nos es dado, y reforzando la teología igualitaria, según la cual Dios nos ha hecho iguales a los hombres y las mujeres.
¿Qué tenía que ver la mantilla en el debate entre jerarquización e igualitarismo?
Pues tenía que ver que la mantilla era interpretada como símbolo de sometimiento de la mujer a Dios y a su marido.
Un argumento no menor, en contra de nuestras posiciones, era que las mismas mujeres eran las que se encontraban mejor llevando la mantilla porque así mostraban exteriormente lo que vivían en su corazón.
Para nosotros el contraargumento era muy claro: si lo que se quería era ser fieles a la palabra de Dios no se podía ofender a Dios imponiendo a las mujeres que llevaran mantilla, ni que ellas mismas lo pidieran, porque este hecho iba en contra del principio establecido por Dios de que los hombres y las mujeres somos iguales a sus ojos.
El debate fue largo.
Todavía recuerdo determinadas publicaciones evangélicas que dedicaron páginas enteras a defender bíblica y teológicamente la necesidad de que las mujeres llevaran mantilla en el culto.
Estas páginas periodísticas podían dar la sensación de que se había perdido el debate pero poco a poco, sin muchos debates públicos, unos y otros se fueron acercando a nuestra comprensión del evangelio, a nuestras convicciones bíblicas y teológicas.
Gracias a aquellas iniciativas, la mayoría de las iglesias evangélicas hoy se definen a sí mismas como protestantes, las mujeres pueden ejercer todos los ministerios, no en función de ser mujeres sino en función de sus dones, y prácticamente en ninguno de nuestros Templos hay una mujer que lleve mantilla sino que se visten a la moda según su propio parecer.
No fue fácil aprender a diferenciar entre fe y costumbres culturales pero abrir el debate nos ha permitido purificar nuestra fe.
Hoy, cuando todo esto es una realidad, hay que recordar esa parte de nuestra infrahistoria para no perder parte de nuestra memoria y para continuar sabiendo diferenciar entre fe y costumbres culturales.
Autor: Guillem Correa Caballé
© 2012. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA como fuente.
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