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COSAS DE CASA

CHIST……SILENCIO, POR FAVOR.

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msarrias-125(MANUEL F. SARRIAS MARTÍNEZ, 30/05/2011) A finales de 2006 se estrenó en las pantallas una película insólita. Se titulaba EL GRAN SILENCIO y  en la misma no se habla nada. Estuvo rodada en un monasterio cartujo francés, 16 años después que el director alemán Philip Gröning lo solicitara al prior y el permiso fue con condiciones: solamente podía entrar él en el monasterio con su cámara y un micrófono. No podía entrevistar a los monjes, ni añadir material adicional  de sonido ni de imagen. Y los monjes tenían que ver la película antes que nadie. Convivió allí seis meses. El resultado fue esta película de 164 minutos, en la que el silencio es su principal protagonista.

No se puede negar que vivimos en un mundo ruidoso al que acompaña un ritmo y forma de vida estresante que demasiadas veces da como resultado ansiedad y depresión. Hablamos demasiado y demasiado alto, casi gritamos.  Televisores, obras interminables en las calles y edificios,  coches con música a todo volumen,  cafeterías, restaurantes y centros comerciales  donde es casi imposible mantener una conversación.  Existen serios problemas para descansar y dormir por culpa de la contaminación acústica. España es una buena muestra de ello. Y si alguien desea experimentar un elevado y constante nivel de decibelios que se acerque por Valencia en los días de las Fallas. Incluso hay quien padece problemas de acúfenos en los oídos y tiene necesidad de compensar ese sonido permanente con otro tipo de ruidos. Ruidos y más ruidos. Y como excusa no añadamos más ruidos como  aquel predicador que llegado a una parte de su bosquejo leía: “Parte tercera. Punto flojo. Levantar la voz y golpear el púlpito”.  Tanto ruido afecta nuestra capacidad de audición. Los ambientes de silencio suelen ser algo extraño en nuestro tiempo. No es fácil  encontrarlos. Hoy vivimos con exceso de ruidos. Muchos ruidos y pocas nueces.

Trailer de la película EL GRAN SILENCIO

La Biblia nos habla del silencio. “Guarda silencio, oh Israel, hoy has venido a ser pueblo del Señor tu Dios y oirás su voz” (Deut. 27:9).  “Guarda silencio ante Dios y espera en él” (Salmo 37:7). Isaías se refiere al Siervo del Señor y dice que “ante sus maltratadores se quedó callado, sin abrir la boca” (53:7). “Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor” (Lamentaciones 3:26). Recordamos la fuerza y dignidad del silencio de Jesús ante Herodes. Al periodo intertestamentario se le ha llamado los 400 años de silencio de Dios. Alguien  dijo, con sentido del humor, que los chismosos e incontinentes verbales difícilmente podrán estar en el cielo, ya que según Apocalipsis 8:1 “…se hizo silencio en el Cielo como por media hora”. Eclesiastés manifiesta que hay tiempo para hablar y callar. Hay personas que jamás podrán oír la voz de Dios porque simplemente no saben callar y, por lo tanto, no han aprendido a escuchar. Por el contrario, María es también en la reflexión un ejemplo a seguir, ya que ante los acontecimientos del nacimiento de su hijo, “guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lucas 2:19). Moisés oyó la voz de Dios en medio de la quietud y soledad del desierto. Así se preparó Juan el Bautista. Y Pablo necesitó un tiempo de “digestión” y aislamiento  en Arabia tras su shock  espiritual en el camino de Damasco.

Incluso en nuestras relaciones hemos de aprender en más de una ocasión a guardar silencio. Proverbios enseña que “aun cuando calla, el necio es contado por sabio”. El lema del empresario italiano y propietario del club de fútbol Chievo de Verona, Luca Campedelli, que heredó de su padre Luigi, el patriarca de la familia, está enmarcado en sus oficinas: “es mejor permanecer en silencio y parecer tonto, que abrir la boca  y despejar cualquier duda al respecto”. Para la gente de nuestro tiempo es una asignatura pendiente ser capaces de saber guardar silencio, escuchar con respeto al otro y no solamente soltar nuestra parrafada y taponarnos los oídos, algo que aprendemos de los debates de nuestros representantes políticos y contemplamos en los debates de distinto signo en radio y televisión. Olvidamos que el silencio es tan importante como la palabra, pues nos enseña a escuchar, a pensar antes de hablar y a intentar comprender las ideas ajenas. Incluso en el amor, el silencio invita a contemplar a quien queremos, expresando en ocasiones lo que no consiguen las palabras, que no pueden abarcar la inmensidad de los sentimientos. El silencio es una conquista que huye de tanta palabra vulgar, innecesaria, apresurada y vacía.

También en nuestras iglesias necesitamos recuperar el silencio, ese ambiente de recogimiento, respeto, solemnidad que debe representar estar en la Casa de Dios y que en este aspecto tendríamos que aprender del ambiente de recogimiento que se encuentra en otros templos cristianos. A veces entramos y salimos de los lugares de culto y encontramos algarabía, ruidos, falta de silencio y preparación personal y reflexión posterior para ese tiempo solemne y grandioso de adorar a Dios en espíritu y en verdad. Incluso la importancia durante el culto tener momentos de silencio como algo natural y no ponernos nerviosos esperando que el pastor o quien está presidiendo comience a hablar y dé paso a otras participaciones. Escuchar de manera atenta, concentrada, silenciosa la lectura y predicación de la Palabra, aspecto central que no debemos olvidar. Sin caer en un tiempo de alabanza en ocasiones excesivo, cuando no ruidoso, tanto que no se puede escuchar la letra de lo que se está cantando  y que puede derivar en un show. Menos mal que en muchas  de las Iglesias la alabanza se presenta con calidad, alegría y equilibrio, recordando que en la música las pausas y los silencios tienen una función creadora.

Una tarde de domingo de febrero de 1965, en una  Iglesia Evangélica de Valencia,  el Pr. Diego Fernández del Río (ya con el Señor)  hacía alusión a las cabinas telefónicas recién instaladas en la ciudad e invitaba a aislarse del ruido para escuchar la voz de Dios. En silencio, un jovencito de 16 años pudo escucharla con nitidez,  ese silbo apacible y delicado que no estaba  en el fuego, ni en el terremoto, ni en un grande y poderoso viento, que no se hallaba entre los ruidos. Porque el Señor es tierno, dulce, amorosamente exquisito. Hoy necesitamos con urgencia oír de nuevo lo que el Espíritu dice a las Iglesias, a los creyentes, desechando tantas voces de sirenas. Afilar nuestra capacidad auditiva espiritual, estar “con la antena puesta”. Para eso necesitamos recuperar el silencio. Para profundizar en nuestra interioridad, en nuestra espiritualidad cristiana, para saber estar con nosotros mismos.

Quietud, reflexión, sosiego, serenidad, paz. Encontrar la calma y la  belleza que hallamos en el silencio Para bajar con garantías al valle del servicio es imprescindible estar con la mayor frecuencia posible en el monte de la Transfiguración con el Señor. En su presencia. Anhelando oír Su voz. “Oh Dios, no guardes silencio; no calles, Señor”. (Salmo 83:1). “Oye, pueblo mío, y hablaré” (Salmo 50:7). “Estad quietos –y callados-, y conoced que Yo soy Dios” (Salmo 46:10).  “Habla, Señor, porque tu siervo escucha”. (1 Sam. 3:10).

Autor: Manuel Sarrias Martínez

© 2011. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA como fuente.

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