SIN ÁNIMO DE OFENDER / por JORGE FERNÁNDEZ
Tridentinos y laicistas, extremos que se tocan en su prejuicio antievangélico
“Lo verdaderamente preocupante no es el crecimiento de una comunidad de fe, sino que el debate se contamine con la etiqueta de la "invasión" o la "ultraderecha" sin un análisis riguroso”

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(JORGE FERNÁNDEZ, 30/10/2025) | Estamos asistiendo a un fenómeno que, si bien recurrente en la historia de nuestro país, no deja de ser profundamente revelador sobre el estado actual de la conversación pública: la confluencia de dos extremos ideológicos históricamente antagónicos en un mismo punto de recelo y crítica .
Me refiero, a la inesperada alianza tácita entre la nostalgia de un catolicismo tridentino, representada en ciertos círculos de la derecha mediática, y el laicismo más excluyente, visible en un sector de la izquierda radical, frente al crecimiento del fenómeno evangélico en España.
La polémica comenzó esta semana con un reportaje superficial de Espejo Público (Antena 3) que, con un titular sensacionalista ("Las iglesias evangélicas invaden España"), trataba el tema como si fuera una "invasión extraterrestre". Un lenguaje que distorsiona la realidad para generar audiencia, en ese formato televisivo de hoy en día, que mezcla entretenimiento con información sin que, en ocasiones, sepamos si estamos ante una cosa o la otra.

Luego, el vídeo del exfutbolista brasileño Dani Alves, un personaje en sí mismo complejo y controversial, participando en un congreso juvenil y en un culto evangélico, exhibiendo un momento de fe personal. Un hecho de la esfera íntima y social que, de pronto, se convierte en un asunto de Estado, o al menos, en munición para dos columnistas de trinchera, como veremos a continuación.
Por un lado, D. Riaño, en el conservador La Razón, elogia a Felipe II por "blindar" España "para evitar casos como el de Dani Alves". El titular lo dice todo: Cuando Felipe II blindó Barcelona para evitar casos como el de Dani Alves. El diagnóstico es nítido: añoranza de una España blindada, imperial y homogénea.
Por otro lado, Ana Pardo de Vera, en el progresista Público, califica de "pésima noticia" el crecimiento evangélico y el "salto viral del exjugador del Barça desde la cárcel a una iglesia de este culto".
La nostalgia del ultraconservador

Felipe II
La celebración de las medidas de Felipe II que hace D. Riaño –prohibiciones universitarias, censura de libros, refuerzo de la Inquisición– no es un mero dato histórico. Es la proclamación de un modelo de identidad nacional basado en la exclusión y la imposición, donde la diversidad religiosa era vista como una amenaza existencial. La alusión a que el evangelismo se propaga en Hispanoamérica y África gracias a un "terreno fértil" y a una "poca exigencia" litúrgica es un desliz que, bajo una pátina de análisis cultural, revela un claro tinte de supremacismo y xenofobia. En el fondo, el mensaje es desolador: el exjugador de fútbol, como inmigrante, es aceptable en el campo de juego, pero resulta peligroso en la plaza pública de la identidad española si su fe no es la "correcta", la de la España Católica. Es una mirada anclada en el siglo XVI que ignora la pluralidad y la complejidad de la España del siglo XXI.
La contradicción del progresismo excluyente
En la otra esquina, encontramos el discurso de Ana Pardo de Vera, directora corporativa de PÚBLICO, que descalifica el fenómeno evangélico en términos de "ultraconservadurismo" y, lo que es más grave, lo vincula a las derivas políticas más inquietantes del trumpismo. “Ese mensaje ultra que Alves y Trump nos dejan”, es el titular con el que de forma rocambolesca pone al mismo nivel el testimonio de arrepentimiento y de fe del exbarcelonista, dirigido a un grupo de 500 jóvenes en Girona, con el discurso político del Presidente de la primera potencia mundial que con cada anuncio sacude al mundo.

La directora corporativa y columnista de PÚBLICO, Ana Pardo de Vera
La columnista de Público extrapola el "supremacismo blanco estadounidense y trumpista" a la inmigración evangélica latina con una hipérbole teñida de prejuicios. Aunque matiza que los evangélicos latinoamericanos en España no encajan en el perfil "blanco" de los radicales norteamericanos, no oculta su incomodidad ante la cercanía de Alves a la fe evangélica tras su salida de prisión.
Es una maniobra de extrapolación injusta: se traslada un problema político de Estados Unidos a un fenómeno social en España, con matices y realidades muy distintas. La incomodidad con la reinserción social de Alves a través de la fe es un síntoma de un laicismo tan férreo que se vuelve dogmático. ¿Desde cuándo la transformación personal de un ciudadano en un hombre de bien, absuelto por la justicia en su caso, es motivo de alarma democrática? ¿No es la reinserción del preso que ha pagado sus deudas con la Justicia un valor fundamental de cualquier estado de derecho progresista?
La contradicción alcanza su punto álgido cuando la columnista, involuntariamente, señala un vacío del Estado: la labor "integradora, de asilo y protección a inmigrantes vulnerables" que, según ella, es suplida por las iglesias evangélicas. Criticar con vehemencia que una red de apoyo cubra una carencia de las políticas públicas es, paradójicamente, un reconocimiento del fracaso estatal y, al mismo tiempo, una negación del valor cívico de esa ayuda, bajo el único argumento de que se ofrece a cambio de "creencias ultraconservadoras y milagrosas".
Alarmismo y miedo en los extremos
La gran paradoja se sella cuando ambos discursos convergen en el alarmismo y el miedo. El conservador teme la pérdida de la uniformidad nacional; la laicista teme la irrupción de una fe que considera oscura y ajena al espacio público. La insólita advertencia de Pardo de Vera sobre la jerarquía católica, que "va a parecer... una cándida influencia" al lado de los "agresivos neopentecostales" —cuando dicen “neopentecostales” ambos autores usan a menudo el término de forma indiscriminada y confusa, generalizando a toda la comunidad evangélica—, refleja un temor compartido: si la única religión que conocíamos y que manteníamos a raya era la 'propia', la llegada de otra, con una fuerza social innegable, especialmente entre las comunidades de inmigrantes, desata una alarma que unifica a quienes, teóricamente, deberían estar en las antípodas.
Lo verdaderamente preocupante no es el crecimiento de una comunidad de fe, sino que el debate se contamine con la etiqueta de la "invasión" o la "ultraderecha" sin un análisis riguroso.
Este fenómeno nos obliga a reflexionar sobre la persistencia de un prejuicio antiprotestante y antievangélico en España que, independientemente de la ideología, convierte la pluralidad y el ejercicio de la libertad religiosa en una amenaza, uniendo en la misma trinchera a quienes añoran el pasado de la Contrarreforma y a quienes se autoproclaman adalides del progreso.
Autor: Jorge Fernández - Madrid, 30 de octubre de 2025.-
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