APRENDER A DESAPRENDER / por JUAN MANUEL QUERO
Las obras y la salvación, algo distinto a lo que muchos creen
"Para los evangélicos la salvación no implica una acción o un mérito; sino que es mucho más, ya que requiere la entrega de toda la vida a Cristo"
"Cruz en el atardecer" / Imagen de sspiehs3 en Pixabay
(JUAN MANUEL QUERO, 04/07/2025) | Cuando hablamos de los evangélicos, parece que resalta rápidamente la idea de que es una «religión» sencilla de asumir porque no hay que hacer nada para ser salvos. Esto hace necesario que profundicemos mejor en este asunto; ya que, es todo lo contrario.
Para los evangélicos la salvación no implica una acción o un mérito; sino que es mucho más, ya que requiere la entrega de toda la vida a Cristo. Adentrémonos en el Evangelio, que da nombre a los evangélicos.
La salvación tiene que ver con la «gracia», concepto básico en la doctrina cristiana (soteriología). Era columna fundamental en la Reforma del Siglo XVI, y así se recogió entre las famosas «Cinco Solas», que resumen los pilares o mayores énfasis de la Reforma Magistral: «Solo la Escritura, solo la fe, solo la gracia, solo Cristo, solo a Dios la gloria».
La gracia salta de la confesión de fe y de los artículos doctrinales para insertarse en la experiencia de la misma vida. En la Biblia, es el apóstol Pablo quien más trata este tema. Podía hacerlo desde la revelación que recibe, así como desde la experiencia. El que persiguió a Cristo, no se entendía digno de ser cristiano, pero su ministerio era posible por gracia: «Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.» (2ª Corintios 12:9).
Las cartas que Pablo escribe a las iglesias, están llenas de esta gracia. Esta se convierte, al mencionarla tanto, en una especie de fórmula de salutación: «Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo» (1ª Corintios 1:3). «Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, a los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo» (Efesios 1:2). Así mismo también utiliza el término para despedirse, en lo que la iglesia suele llamar «doxología»: «Hermanos, la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu. Amén» (Gálatas. 6:18).
Gracia es la iniciativa de Dios, es un don «charis», un «carisma», que nos rehabilita o regenera para vivir. Es lo que el apóstol Juan vivió en sus carnes, y expresa en 1ª Juan 4:19, «nosotros le amamos porque él nos amó primero». Los evangélicos creen en un Dios vivo, con un corazón muy grande, que rompe todas las barreras del pecado para llegar como un misil a nuestro propio corazón, amándonos en Cristo. La obra de Dios en nuestras vidas es por pura gracia, es decir que no la merecemos, que no depende de nuestras obras (Efesios 2:5-9): «Cuando estábamos muertos… nos dio vida» (v. 5); «porque por gracia sois salvos […]» (v. 9.)
Los protestantes creen así, que la salvación por gracia, es un regalo, que solamente se recibe mediante la fe, «extendiendo la mano hacia la mano misericordiosa de Dios». Pero, para un regalo tan grande tenemos que extender toda nuestra vida, lo requiere todo. La salvación no es gratis, pero la pagó Jesús a un precio muy alto, esta no es una gracia barata, como diría Dietrich Bonhoeffer, ya que Cristo pagó un precio muy alto, pero es la muestra del amor de Dios a todo ser humano.
Entonces, si la salvación se recibe por gracia mediante la fe, ¿las obras que podamos hacer no son necesarias? Evidentemente, que tras lo expuesto y según lo que dice la Biblia, los evangélicos entienden de forma clara que no es por nuestros méritos u obras que nosotros podamos salvarnos. ¿Entonces qué sentido tiene para los evangélicos las obras en el contexto de la salvación o de la soteriología, como dirían los teólogos? Los evangélicos creen que las obras son consecuencia de la salvación. La redención de Cristo es el sacrificio vicario por todos los pecadores que no se puede comprar, sino que se entrega por gracia. Pero solamente se puede recibir por fe, no por obras. Las obras son la consecuencia de experimentar la redención, o la liberación de los efectos de nuestros pecados, como nos aclara la epístola a los Efesios: «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.» (2:10).
La Biblia enseña la hipocresía de una fe desnuda de obras, y cuando se habla de obras se refiere, no a lo que la fuerza humana puede conseguir, sino al producto de la fe que nos mueve. Y es que la fe es algo que tiene contenido. Por ello expresa la Biblia que la fe sin obras está muerta, no existe, porque en realidad se estaría hablando de otra cosa. Si decimos tener fe, tenemos que actuar de una forma consecuente. Si yo creo que va a llover me llevo el paraguas; si creo que va hacer calor no me pongo el abrigo. La fe nos lleva a actuar, a adorar, a tener victoria en el mundo (1ª Juan 5:4). La Biblia enseña que al obtener salvación somos guiados a realizar obras que den testimonio de ello.
Por otra parte, está el extremo de decir que la salvación es por obras. En este caso las obras aquí son diferentes a las que produce la fe o la salvación en nosotros, porque son obras que quieren comprar, mas que agradecer y glorificar a Dios. Las obras sin fe no sirven en la relación con Dios, aunque toda la vida esté dedicada a hacer el bien, si no se tiene la fe de que solamente en Jesús está la vida lo demás no sirve de nada: «Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.» (Romanos 3:28). No obstante, sabemos que la fe no tiene peso, no se puede oler, no se puede fotografiar, pero sin embargo ha de tener el contenido de esas obras que muestran la realidad de lo que se cree.
Es por ello que en la epístola de Santiago, el autor de la misma, hablando con su interlocutor, trata de esa fe que no salva: «Tú crees que Dios es uno, bien haces. También los demonios creen, y tiemblan» (Santiago 2:19). La fe debe estar compuesta por nuestro sentir y por nuestra acción. La combinación de fe más obras ha de producir un sinergismo regenerador. Un sinergismo es lo que se produce al combinar dos o más elementos, de tal modo que el todo es más que la suma de sus partes. Un ejemplo lo tenemos en la sal común, que consiste de sodio y de cloro. Aislado el sodio es un elemento venenoso, lo mismo que el cloro. Sin embargo, al mezclarlos se forma el cloruro de sodio (sal común), la cual no es venenosa, sino que además es necesaria para vivir. La aplicación es clara con respecto a la fe.
Los evangélicos tienen un texto áureo sobre este tema, que resume mucho contenido bíblico al respecto, y es el que se encuentra en el evangelio de Juan 3:16, donde la Biblia enfatiza que Cristo es un don ofrecido a todos para poder ser salvos, de manera que solamente los que tienen fe pueden tener esa redención que se describe como «vida eterna»: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna.».
Autor: Juan Manuel Quero Moreno
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