SIN ÁNIMO DE OFENDER / por JORGE FERNÁNDEZ
“Se les ha informado que estás contra Israel…”
Un relato de ficción basado en una historia real (Hechos 21:17-36)
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(JORGE FERNÁNDEZ, 10/06/2025) Aquel había sido un viaje largo y lleno de incertidumbre, pero el recibimiento tan caluroso y gozoso de los hermanos de Jerusalén había sido tan emotivo y reconfortante, que los corazones de los viajeros se sintieron aliviados de los temores que les habían acompañado, más pesados que el pobre equipaje de mano que llevaban.
***
—Querido hermano Saulo, ¡cuánto nos alegra verte, sano y salvo! ¡Temimos tanto por tu vida!—. Jacobo estrechó contra su pecho a su hermano y amigo con un fuerte abrazo. A ambos hombres les unía un sincero amor fraterno y una mutua admiración. —¡Y qué maravilla todo lo que nos cuentas sobre la obra de Dios entre los gentiles! ¡Glorificamos a Dios por ello!—.
—Veo que aquí las cosas tampoco han ido tan mal—, respondió Pablo, mientras recorría con su mirada el amplio y luminoso salón de reuniones de la iglesia y los rostros satisfechos de los ancianos que acompañaban al obispo de la iglesia en Jerusalén.
¡Si vieras lo que han hecho en Galacia! Han conseguido convencer a griegos para que se circunciden y para que abracen el judaísmo. Algunos han aprendido palabras en hebreo, que chapurrean de forma ridícula, y de las que abusan hasta el cansancio, solo para impresionar a los demás, para mostrarse superiores a los otros creyentes gentiles... |
—Así es, querido hermano. Dios ha tenido misericordia de nosotros y parece que las autoridades religiosas se han calmado. Las persecusiones violentas han cesado y, aparte de algunas restricciones, tenemos bastante tranquilidad para vivir nuestra fe. No sabemos si por prudencia, siguiendo la advertencia del venerable maestro Gamaliel, o por estrategia, pero nos han dejado un poco en paz. Gracias a ello, la Iglesia ha crecido y los discípulos se han multiplicado. ¡Ya ves cuántos millares de judíos hay que han creído, y todos son celosos por la Ley!—.
Pablo observó el rollo de la Torá sobre una mesilla junto a la menorá y se sintió atraído por una réplica bastante realista de las tablas de piedra con los Diez mandamientos en el centro de un austero retablo. Finalmente, posó su mirada en el infinito, fijándolos en la luz que entraba por la ventana.
—Celosos por la Ley…—, musitó. —Yo también fui celoso por la Ley y perseguí con violencia a la Iglesia de Cristo. No deberías fiarte mucho de ese celo, hermano Jacobo. En Asia nos acusan y apedrean muchos que se dicen “celosos por la Ley”, pero ni obedecen a Moisés, ni mucho menos a Cristo. Su celo, es un celo fanático, sin ningún entendimiento—.[1]
Jacobo bajó la cabeza y balbuceó algo, como buscando las palabras adecuadas para lo que tenía que decir.
—Lo de Asia… sí, precísamente de eso quería hablarte, Saulo—. Jacobo hizo una pausa. —Resulta que por aquí han llegado rumores…—. Ahora el obispo buscó la mirada directa del apóstol de los gentiles. Pablo le correspondió con una mirada indagatoria.
—¿Rumores¿ ¿Qué rumores?—.
—Pues… algunos discípulos han recibido informes de sus contactos en Asia, sobre ti…—. Jacobo tragó saliva. —Dicen que enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen las costumbres…—.
—¡Eso es una infamia!—, interrumpió Pablo, con el rostro enrojecido y los puños apretados. —¡Hipócritas mentirosos!—.
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—Lo sabemos, hermano, lo sabemos…, tranquilízate por favor. Conocemos todas las injusticias que has sufrido por causa del evangelio y las mentiras que se han dicho acerca de ti y de tus mensajes—. Jacobo puso sus manos sobre los hombros del apóstol y le suplicó con la mirada que tomara asiento. Pablo accedió, a la vez que recuperaba la compostura.
—No me importa lo que digan de mí, sino el daño que están causando a la Iglesia—, dijo Pablo con tono más calmado. —Son peligrosos, Jacobo, y se aprovechan de nuestra vocación de paz, de nuestra mansedumbre. ¡Si vieras lo que han hecho en Galacia! Han conseguido convencer a griegos para que se circunciden y para que abracen el judaísmo. Algunos han aprendido palabras en hebreo, que chapurrean de forma ridícula, y de las que abusan hasta el cansancio, solo para impresionar a los demás, para mostrarse superiores a los otros creyentes gentiles. ¡Necios!—.
Y cuando consiguen un prosélito gentil para su causa… ¡estos son los peores! Investigan o se inventan genealogías para encontrar o fabricarse un antepasado judío, se cambian el nombre o el apellido. ¡Y se esfuerzan por ser más judíos que nosotros! Son los peores. Su supremacismo y arrogancia apestan—. |
Jacobo escuchaba atentamente y con gesto de preocupación. Notaba en el apóstol una mezcla de enojo, cansancio y decepción.
—No todos los judíos mesiánicos son así—, continuó Pablo. Los hay honestos, que son verdaderos israelitas y verdaderos creyentes, como tú y como yo. Pero muchos son falsos hermanos, que vienen a espiar la libertad que se respira en las iglesias y a sabotearla. [2] Y cuando consiguen un prosélito gentil para su causa… ¡estos son los peores! Investigan o se inventan genealogías para encontrar o fabricarse un antepasado judío, se cambian el nombre o el apellido. ¡Y se esfuerzan por ser más judíos que nosotros! Son los peores. Su supremacismo y arrogancia apestan—.
Jacobo esperó a que Pablo concluyera su relato, y luego habló.
—Comprendo todo lo que dices, hermano Saulo, y tienes toda la razón. Los falsos hermanos y los falsos judíos son un gran peligro. Una amenaza mayor que los judíos no cristianos, que nos detestan por considerarnos unos herejes y blasfemos. Por lo menos, estos sabemos por donde vienen y lo que piensan. En cambio, los que fingen y se disfrazan de ovejas en medio del rebaño, a esos es más difícil desenmascararlos—.
Jacobo hizo una pausa, suspiró y continuó.
—Pero mira, quizás lo mejor sería no provocarles y buscar evitar una confrontación directa. Por eso, te voy a proponer —o suplicar— una cosa—.
Pablo levantó la vista con curiosidad, sin poder evitar ponerse un poco a la defensiva.
—Pronto la multitud se reunirá porque oirán que has venido—, continuó Jacobo. Haz esto que te decimos: acompaña y hazte cargo de los gastos de cuatro hermanos que hayan cumplido su voto de nazareato. De ese modo, todos verán que no hay nada de lo que se informó sobre ti, sino que andas ordenadamente, cumpliendo la Ley—.
—¿Qué ando ordenadamente…?—.
—Tú me entiendes, Saulo. Hazlo por nosotros. Por la Iglesia de Jerusalén, para quitarle excusas a los falsos hermanos y a los fanáticos—.
Pablo dudó por un momento, pero tras unos minutos de silencio, accedió.
—Muy bien, Jacobo. Me someteré a vuestro consejo y particularmente a ti, como autoridad en esta Iglesia local. Pero déjame que te diga algo…—.
Jacobo hizo un gesto, mostrando máxima atención. Pablo continuó.
—Quiero que os quede claro, a ti y a los ancianos aquí presentes, que soy absolutamente escéptico respecto a cualquier intento de complacer a los fanáticos e hipócritas. Son insaciables, incapaces de reconocer su error. Si no les damos una excusa ahora, encontrarán otra mañana. Dicho esto… contad conmigo. Que por mí, no sea—.
—Gracias, hermano—, dijo Jacobo, y le dio otro abrazo—.
***
Ha pasado una semana después de aquella conversación, y hoy Jacobo llora. Llora de rabia y de indignación. Y no deja de pensar en las palabras de su amigo y hermano. Tampoco olvida aquella mirada con que le miró mientras el Tribuno y los centuriones se lo llevaban encadenado a la Fortaleza. “¿Qué te dije, Jacobo?”, parecía decirle con la mirada, con ese rostro enrojecido y lastimado por los puñetazos y patadas de la turba de fanáticos violentos que había intentado lincharle.
—“¡Varones israelitas! ¡Este es el hombre que en todas partes enseña contra Israel, contra la Ley y contra este lugar!”—, habían gritado aquellos alborotadores. Y aquella burda e inverosímil calumnia fue suficiente para encender a los violentos y manipular a los débiles y pusilánimes.
Aquella tarde Jacobo tomó una pluma y escribió sobre una hoja de papiro:
“Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan…”.[3]
***
Notas:
[1] Romanos 10:2
[2] Gálatas 2:4
[3] Santiago 2:19
© Jorge Fernández – Madrid, martes10 de junio de 2025-
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