ANÉCDOTAS DE UN PASTOR JUBILADO (19) / por MÁXIMO GARCÍA RUIZ

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"Los embajadores del Rey era una organización juvenil importada de los bautistas de Estados Unidos una especie de Boy Scouts evangélica.".

Foto de Annie Spratt en Unsplash

(Redacción, 15/04/2025) Yo era, nada más y nada menos, que el consejero nacional de los Embajadores del Rey. A lo largo de mi vida he ejercido diversas actividades y ostentado diferentes cargos en ámbitos muy dispares, pero nunca ninguna otra cuya denominación fuera tan pomposa como esa y, por otra parte, tan gratificante. Me encontraba en la etapa previa al ingreso en el Seminario.

Los embajadores del Rey era una organización juvenil importada de los bautistas de Estados Unidos una especie de Boy Scouts evangélica. Fui designado como “consejero” a nivel de iglesia local y, posteriormente, a nivel nacional. En la Iglesia de Lacy de Madrid había un grupo de ocho o diez embajadores entre 13 y 15 años con los que disfruté de un período muy gratificante de mi vida.

Por entonces yo no conocía el célebre poema de Walt Witman ¡Oh, capitán! ¡Mi capitán! ni la película El club de los poetas muertos que le diera fama mundial. Por consiguiente, no podía establecer una especie de paralelismo entre el argumento de la película y la experiencia colectiva que estaba viviendo con ese grupo de muchachos.

Celebrábamos un encuentro semanal sin sujeción a un orden determinado y una programación determinada, sin liturgias preestablecidas. Las sesiones discurrían en un ámbito de libertad y compañerismo, en las que los mismos integrantes del grupo solían introducir el tema de diálogo, en función de sus inquietudes, de sus problemas, o de sus experiencias familiares o escolares, de trabajo o de cualquier otra índole; o bien se proyectaba alguna salida o actividad especial. La capacidad de dialogo, de preguntas y respuestas, unas veces del consejero y otras de los propios integrantes del grupo, era tan dinámica y fluida que no daba lugar al bostezo, al desinterés o al aburrimiento. El proceso de integración y participación fue siempre en aumento.

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Vamos a ofrecer un solo ejemplo de actividad “no religiosa” que contribuyó a fortalecer los vínculos entre el grupo. La Iglesia disponía de un piso vacío en la segunda planta del edificio; un piso que era utilizado especialmente para el desarrollo de algunas clases de la Escuela dominical. Solicitamos al Consejo de Iglesia que cediera al grupo de embajadores una de sus salas para celebrar allí sus actividades. Y les fue concedido. El primer encuentro en esa dependencia fue de satisfacción por una parte y de cierta frustración por otra, al reparar en el aspecto de abandono, deterioro de las paredes, falta de pintura, etc., que mostraba.

Después de un par de minutos de silencio, uno de ellos dijo: “¡Ánimo! Sólo falta que lo restauremos y pintemos”. El optimismo iluminó el rostro de todos y, efectivamente, así fue. Una semana después, pertrechados de pintura, brochas, y las herramientas necesarias, una vez recabado el permiso de padres y madres para un trasnoche previsible y provistos de un buen bocadillo, allí estábamos todos, más dos amigos de uno de ellos añadidos, dispuestos a transformar la presencia del local. Y así se hizo, con un trabajo en equipo que duró hasta las cuatro de la noche-madrugada.

Pero no era el acondicionamiento del local lo importante. Lo realmente sustancial de esa y otras actividades semejantes, era que ofrecían la oportunidad de hablar de la vida y de Dios; servían para dar aliento al que atravesaba un tiempo difícil y gozarse con las alegrías y éxitos de otros. Allí, en esa fraternidad alimentada a veces, a juicio de algunos, por acciones poco ortodoxas, fueron tomadas o confirmadas decisiones importantes y fueron aliviadas preocupaciones y alentados proyectos que tan solo en una comunidad fraterna como la que se formó en aquél colectivo de muchachos adolescentes, puede darse. 

Claro que no todo fueron aleluyas. Fui convocado por el Consejo de Iglesia para recabar información (es decir, para regañarme), sobre las actividades “tan extrañas” que estaba patrocinando. Salí indemne y sin prohibiciones, que no era poco.

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¡Ah! falta lo más importante. De aquel grupo de muchachos un tanto heterodoxo, poco ajustado “a lo religioso”, salieron dos pastores (aparte del consejero, ya jubilados), un prestigiado ejecutivo de banca y otros profesionales de valor. Sobre todo, salió un grupo de gente de bien, honestos, responsables y con valores incorruptibles.

Autor: Máximo García Ruiz. Abril 2025 / Edición: Actualidad Evangélica