APRENDER A DESAPRENDER / por JUAN MANUEL QUERO
No hay sacrificios ni altares
"Hay religiones que todavía tienen sus altares y hacen sus sacrificios. Existe el oficio de altarero. Pero el altar del Antiguo Testamento era un símbolo de Jesús. Y el sacrificio de Él solo se hizo una vez y para siempre..."
(JUAN MANUEL QUERO, 31/10/2024) | Entre las culturas cristianas el concepto de altar puede ser muy utilizado, pero la mayoría de las veces sin entender su verdadero significado. Por ello, hay ideas que debemos ajustar en el sentido adecuado, aprendiendo a desaprender lo que la tradición nos ha hecho asimilar, casi por ciencia infusa.
Tan comunes son las expresiones que comprenden la palabra «altar» que incluso en el lenguaje coloquial se utiliza el término para diferentes asuntos, como «poner a alguien en los altares»; destacando así que se la ha puesto en una situación de gran privilegio. Esto trasciende así cuando entendemos que allí es donde se recibe la bendición. Los novios van al altar a contraer matrimonio; y otros se arrodillan. ¿Qué de cierto hay en todo esto? ¿Los evangélicos o protestantes tienen altares en nuestras iglesias? ¿Qué es un altar?
Un altar en términos generales es un lugar donde se hacen sacrificios y, hablando de la Biblia, estos se encuentran en toda la teología del Antiguo Testamento, que señalaban especialmente al Mesías que vendría para redimirnos. Es por ello que en el Nuevo Testamento los seguidores de Cristo -el Mesías que ya vino- no participaron de tales sacrificios con animales u holocaustos. En las iglesias católicas, ortodoxas o coptas, siguen teniendo altares donde se realizan sacrificios. Estos sacrificios tienen que ver con la eucaristía[1], que en una mesa que constituye el altar, se realiza el rito que comprende la transustanciación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesús, entrañando esto un nuevo sacrificio en cada misa, aunque estos sean incruentos o sin dolor[2].
En este sentido que referimos en el párrafo anterior, los evangélicos no tienen altares en sus iglesias porque entienden que después del sacrificio de Cristo ya no son necesarios más sacrificios para complementar la redención, o para perdonar nuestros pecados, como explicaremos en las próximas líneas. En muchas iglesias evangélicas también suelen encontrarse estas mesas en el centro de la sala de cultos, donde se encuentran los elementos que se usan para servir la santa cena o eucaristía (nombre más común para los católicos); pero no constituye ningún altar para realizar sacrificios que se produzcan allí mismo.
Llegados a este punto, hemos de introducirnos más en las enseñanzas de las Escrituras para verificar y constatar esto. La importancia del altar en la Biblia es grande. El templo judío sin altar no tiene sentido, sin embargo el altar sin el templo ya funcionaba. La primera vez que aparece el altar en la Biblia es con Noé (Génesis 8:20). Se supone que la ofrenda de Caín y Abel también fue sobre altar, pero no se menciona. El altar siempre ha sido un símbolo del santuario, es decir, del lugar donde Dios se manifestaba. Dios hacía de un lugar su santuario; esto es, el lugar escogido para presentarse. El hombre entonces ponía su granito de arena, un altar que señalaba el lugar y por el cual se acercaba a Dios.
La etimología de la palabra es hebrea «mirbeah», que literalmente significa inmolar o lugar de sacrificio. Podría ser Cualquier concavidad rocosa no construida sino escogida para ese fin (Jueces 6:20; Jueces 13:19,20). También podrían ser altares construidos detalladamente con piedra no tallada, o con tierra, es decir ladrillo crudo. Existen ejemplos de diferentes altares levantados junto al río Jordán: algunas tribus de Israel construyen allí un altar, (Josué. 22:10); allí David construyó un altar, que más tarde llegaría a ser el mismo solar del Templo de Israel (2ª Samuel 24:25).
Efectivamente, en el mismo templo se prepararon altares. Estos son muy descriptivos y detallados. Se mencionan dos: el Altar de Bronce o de los holocaustos, hecho de madera de acacia y chapado en bronce. Era para sacrificio de animales. El Altar de Oro o de Incienso, era otro, hecho de madera de acacia y chapado en oro. Se encendía cada mañana y cada noche (Éxodo 40:5 ss.). El primero, el de bronce o de los holocaustos, es del que estamos hablando y el que marca el trasfondo del altar de sacrificios en algunas iglesias mencionadas antes.
Estos altares tenían cuatro protuberancias que simbolizaban la fuerza y el poder de Dios. Era protección para el fugitivo que se sujetaba de sus salientes (1ª Reyes 2:28). En el día de la expiación se tenía la costumbre de frotarlos con sangre del animal, implicando redención. El altar tenía un profundo significado religioso. Allí se depositaba la ofrenda que podría ser de diferentes formas, según los propósitos. Allí se consumía dicho sacrificio, ya que era una donación y ofrenda a Dios, buscando respuesta de Él mismo. ¿Dónde hay hoy un altar así? Todo esto llegó al culmen profetizado: el sacrificio de Cristo:
« 10 Tenemos un altar, del cual no tienen derecho de comer los que sirven al tabernáculo. 11 Porque los cuerpos de aquellos animales cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento. 12 Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta.» (Hebreos 13:10-12).
Aclarado todo esto, creo que es bueno dedicar unas líneas para explicar lo relacionado con el «Altar de Oro», mencionado anteriormente. Este era el altar para quemar incienso ubicado la sección del templo llamado el Lugar Santo, junto a la cortina o puerta del Lugar Santísimo. El incienso que se quemaba en este lugar era símbolo de las oraciones: «13 Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. 14 Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.» (Juan 14:13, 14).
Es cierto que haciendo abundancia de simbología podemos encontrar en algunas iglesias evangélicas la idea del altar donde se pueden acercar los creyentes. Esto tendría el sentido del lugar para orar, o para encontrarnos con Dios, con la idea de ese «sacrificio de alabanza» que ofrecemos a Dios.
Como ejemplos del «altar de oro» podemos ver el altar de donde se cogió el carbón que tocó los labios del profeta Isaías, quien se consideraba inmundo para servir a Dios (Isaías 6:5-7). También podemos pensar en el altar donde sirvió el sacerdote Zacarías, ya en tiempos del Nuevo Testamento (Lucas 1:9-11); o bien en el altar mencionado en Apocalipsis con los 24 ancianos (Apocalipsis 5:8). Este incienso se nos explica en la Biblia, que era puro y de gran valor. Esto es importante ya que, hay mucho humo, pero un incienso nada santo.
El incienso no es el humo de la religiosidad sino la expresión de agradecimiento que sube hasta lo alto como olor agradable a Dios. No es el resultado de una serie de obras buenas, tanto como una vida de obediencia a Dios. El incienso verdadero es nuestra propia vida entregada a Dios: «Como incienso agradable os aceptaré, cuando os haya sacado de entre los pueblos, y os haya congregado de entre las tierras en que estáis esparcidos; y seré santificado en vosotros a los ojos de las naciones.» (Ezequiel. 20:41). Este incienso tenía que ser quemado permanentemente, así como nuestras oraciones tienen que ser elevadas sin cesar: «Orad sin cesar» (1ª Tesalonicenses 5:17).
Hay religiones que todavía tienen sus altares y hacen sus sacrificios. Existe el oficio de altarero. Pero el altar del Antiguo Testamento era un símbolo de Jesús. Y el sacrificio de Él solo se hizo una vez y para siempre, por ello hoy sobran este tipo de altares (Hebreos 9:26). La cruz fue un altar para Jesús (1ª Pedro 2:24). Él fue sacado del templo de la ciudad como animal de expiación (Levítico 16) para morir por nosotros. Por eso no hacen falta nuevos altares para ir a Dios, Jesús es nuestro único mediador (Hebreos 13:13-15). Jesús mismo es nuestro sacrificio. Tenemos que encontrarnos con Él, no para hacer otro sacrificio, a no ser que sea de alabanza, es decir de gratitud, de confesión, de arrepentimiento.
Los protestantes creen que Dios quiere que sean su santuario, es decir sus hijos; personas que permitan que Él dirija sus vidas. Los evangélicos son personas que se sujetan a Jesús como su único «altar vivo», como el Salvador, como de otra forma hacían los fugitivos de la época veterotestamentaria, que se ataban al altar de los sacrificios. Los evangélicos no fabrican otros altares, viven la salvación de Dios. El altar de la redención que Jesús realizó en la cruz es único y suficiente sacrificio para la salvación.
** Notas:
[1] Cf. L. Bouyer. Diccionario de Teología. Barcelona: Editorial, Herder, 1977, pp. 62-63.
[2] El tema de la eucaristía o la cena del Señor, lo trataremos en otra sección.
Autor: Juan Manuel Quero Moreno
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