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APRENDER A DESAPRENDER / por JUAN MANUEL QUERO
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"Sorprendido, [el periodista] preguntó al pastor dónde estaban los santos en esta iglesia.  Mi amigo tuvo que responderle que si quería ver los santos de esta iglesia tendría que venir el domingo, y vería más de cien santos, que eran los creyentes que allí se congregaban."

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«Abadía de Saint Jacques». Lejia, Bélgica. / Imagen Pixabay

(JUAN MANUEL QUERO, 04/09/2024) | Cuando hablamos de santos en un marco histórico-cultural, permeado por las enseñanzas de la Iglesia Católica, rápidamente viene a nuestra mente una persona, un santo o una santa, con una aureola de revestimiento de pureza para ser puesto en los altares.

Hasta en la famosa serie de televisión británica de los años sesenta, «El Santo», protagonizada por Roger Moore, aparece en la presentación de cada capítulo con esa aureola que es seña de identidad del santo. La misma tradición de los países latinos e hispanos especialmente, se ha ido dirigiendo de forma intencionada para desarrollar, en este sentido, una participación ingente de la sociedad. Durante muchos años, las personas han celebrado su santo como si fuera su cumpleaños. En España, años atrás, la celebración del santo de cada persona tenía una importancia mucho mayor que la del cumpleaños. Las personas cuando nacían, por imposición, solamente podían llevar el nombre reconocido en el santoral. Esto me recuerda la estrategia de los signos zodiacales, que se asocian a las personas por la fecha de nacimiento, de manera que pocas personas existen que no conozcan su signo zodiacal, con todo lo que ello significa.

Además, hay santos que por su relevancia o reconocimiento en distintos lugares, llegan a marcar fechas festivas o feriadas, que pueden ser, nacionales, regionales o locales en muchos lugares. Es el caso incluso del «Día de Todos los Santos», festejado el día 1 de noviembre, que conlleva mucha actividad social en la celebración y que se relaciona inevitablemente con el día 2, el día siguiente, que es la «Conmemoración de los Fieles Difuntos». Hay que recordar que uno de los protagonistas de la Reforma Protestante, Martin Lutero, expuso sus 95 tesis en la puerta de la Iglesia de Wittemberg, llamada «Iglesia de Todos los Santos», en la víspera de esta celebración (31 de octubre), de manera que la gran multitud que se dirigía aquí con ese motivo de celebración pudiera conocer las famosas tesis que impulsarían la Reforma.

Si bien mucho de lo mencionado anteriormente se refiere a  una percepción popular y simple de lo que para muchos son los santos, en la misma enseñanza católica existe una teología relacionada con esto, donde se habla de la adoración con matices diferentes. Se señala que la adoración o «latría» es solo para Dios y que dulía o hiperdulía sería un tipo de adoración, en el sentido de veneración para los santos, o para las imágenes; o a la misma virgen, que en este caso último sería «hiperdulía».[1]

Recuerdo que un amigo gallego, que también ha sido pastor durante años, y que hasta donde sé continúa ejerciendo, me explicó lo ocurrido cuando un periodista llegó a su iglesia, ya que quería hacerle una entrevista para conocer mejor a los evangélicos o protestantes en la zona. Cuando el periodista entró al lugar de culto evangélico, le llamó la atención que no vio ninguna imagen o escultura en el interior de la iglesia. Por ello, sorprendido, preguntó al pastor dónde estaban los santos en esta iglesia.  Mi amigo tuvo que responderle que si quería ver los santos de esta iglesia tendría que venir el domingo, y vería más de cien santos, que eran los creyentes que allí se congregaban. Efectivamente, nosotros sí tenemos santos, pero no de los que la Iglesia Católica ha querido representar con aureola a lo largo de la historia.

Se hace necesario explicarnos en detalle sobre este tema, y de nuevo hemos de hacer el esfuerzo pedagógico para desaprender lo incorrecto, de lo que se ha querido mostrar bajo la idea de «santo». Para aprender lo que, al menos en el ámbito evangélico o protestante en general, se entiende por «santo», refiriéndose a las personas, debemos de ir a la Biblia.

Los evangélicos no adoramos imágenes de santos, vírgenes, cristos, o de cualquier otro tipo; ni hacemos distinción entre latría, dulía o hiperdulía, que para ello mencionábamos al principio. Creemos que no se deben fabricar imágenes con intención de que las personas las adoren o veneren, con la idea de buscar favores o por otros motivos. Entendemos que esto es simplemente idolatría, algo que la Biblia condena como podemos ver en el segundo mandamiento del Decálogo de Moisés, y que tan mal se ha enseñado en algunos ámbitos: «No te harás ningún ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No los adorarás ni los servirás [...] (Éxodo 20:4-5). El mismo Señor Jesús aclarará cuando es tentado en el desierto por Satanás que solamente hay que adorar a Dios (Mateo 4:10).

En el libro de los Salmos, el 115 es muy descriptivo al respecto: 

1 No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros,
Sino a tu nombre da gloria,
Por tu misericordia, por tu verdad.

¿Por qué han de decir las gentes:
Dónde está ahora su Dios?

Nuestro Dios está en los cielos;
Todo lo que quiso ha hecho.

Los ídolos de ellos son plata y oro,
Obra de manos de hombres.

Tienen boca, mas no hablan;
Tienen ojos, mas no ven;

Orejas tienen, mas no oyen;
Tienen narices, mas no huelen;

Manos tienen, mas no palpan;
Tienen pies, mas no andan;
No hablan con su garganta.

Semejantes a ellos son los que los hacen,
Y cualquiera que confía en ellos.

Entonces, ¿tenemos o no tenemos santos en las iglesia evangélicas o protestantes? Tenemos santos, sin aureola, que no son imágenes ni esculturas y que no reciben ninguna adoración sino todo lo contrario, son los pecadores que, arrepentidos, son redimidos por Cristo y adoran a Dios. Esta concepción de santidad o de santo desmorona lo que muchos piensan al respecto.

La palabra «Santo» viene a significar, al hilo de lo que estamos tratando, alguien que es apartado para servir a Dios. Un santo o santa es el cristiano o  cristiana que lo es, no por nombre o por tradición, sino porque ha experimentado la regeneración que se tiene cuando aceptamos el sacrificio que Jesús hizo para redimirnos o liberarnos de la consecuencia eterna del pecado. Cuando uno vive esta conversión o experiencia de salvación, es para servir a Dios; ya que, aceptar a Jesús como Salvador implica de forma inherente e inexorable aceptarle como Señor de nuestras vidas. En este aspecto, el cristiano es apartado, santo, para vivir en santidad, o en el proceso de santificación que es nuestro crecimiento espiritual que se da por obra del Espíritu Santo.

Según lo anterior, todo cristiano es santo, no en el sentido de que sea perfecto o de que esté por encima de otros, sino de que ha sido colocado en el terreno de los que sirven a Dios. La Biblia nos enseña que la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado y, si bien Dios nos justifica en Cristo y nos hace aptos, todavía somos pecadores. «La lucha sigue», pero ya estamos en la esfera de los hijos de Dios (Juan 1:12). No podemos entender que alguien sea cristiano sin tener a Dios como Señor de su vida, y esto es ser santo. La santidad implica pertenencia a Cristo, por ello Dios mismo diría: «Sed santos, porque yo soy santo» (1ª Pedro 1:16).

Juan Manuel QueroCuando el apóstol Pablo escribía a las iglesias, cuyas epístolas constan en la Biblia, vemos con frecuencia que se dirigía a ellos como santos. Este es el caso de las cartas dirigidas a los corintios, iglesia que estaba constituida por hijos de Dios, pero que en muchos casos dejaban mucho que desear, ya que existían problemas entre ellos que tenían que arreglar (1ª Corintios 1:2; 2ª Corintios 1:1). Así podríamos poner otros diferentes ejemplos, como el de la iglesia que existía en Éfeso, a la que Pablo se dirige de manera similar: «Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, a los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso» (Efesios 1:1).

Así podemos concluir, que las iglesias evangélicas o protestantes están llenas de santos, pero sin aureola; personas pecadoras, que han decidido poner remedio a sus vidas creciendo en Cristo, y sirviéndole según el llamamiento que Dios hace cada uno.

*** Notas:

[1] Cf. L. Bouyer. Diccionario de Teología. Barcelona: Editorial Herder, 1977 (cuarta edición), pp. 35, 229, 316.

Autor: Juan Manuel Quero Moreno


© 2024. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA. Las opiniones de los autores son estrictamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

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