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OPINIÓN / POR MÁXIMO GARCÍA RUIZ

Los nombres de Jesús

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“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Marcos 13:31). “…La palabra del Señor permanece para siempre” (1 Pedro 1:25).

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El arresto de Cristo (Caravaggio, Italia 1602) / Dublin. Galería Nacional de Irlanda

(Máximo García Ruiz, 28/07/2022) Soy consciente de que no planteo ningún tema original al hacer referencia expresa a los nombres de Jesús. Otros lo han hecho y, algunos con una maestría excepcional, como es el caso de Fray Luis de León con su brillante obra , una joya del Siglo de Oro español.  

¿Qué sentido tiene poner nombre a alguien? ¿Qué significa un nombre? ¿Tienen alguna importancia los títulos y nombres dados a Jesús de Nazaret, hijo de María y de José?

Los israelitas escogían nombres para sus hijos basados en el carácter del niño o en su apariencia. Por ejemplo, Esaú = velludo, Coré = calvo; a algunos niños se les adjudicaba un nombre relacionado con algún incidente ocurrido en su nacimiento, o relacionados con la esperanza o creencia de sus padres, como ocurrió con Zacarías, equivalente a “Dios se acuerda”; con frecuencia el nombre hacía referencia al papel que los padres esperaban que desarrollara su hijo en el mundo.

El nombre impuesto a Jesús se atribuye a una revelación profética recibida en sueños por José, su padre (“… Llamarás su nombre Jesús [Dios con nosotros] porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (cfr. Mateo 1:21). A partir de ese nombre se le atribuyen muchos más, hasta un total de 200 según algunos que han tenido la paciencia de contarlos, dos de ellos son nombres propiamente dicho (Jesús y Emmanuel) y, el resto, títulos. Nosotros vamos a ocuparnos únicamente de cuatro.

1.- Jesús.

Universalmente conocido como Jesús de Nazaret. Su nombre en hebreo es Jeshua, formado por Yahveh y la raíz yz, salvación. Así, pues, Jesús significa “aquel para quien Yahvé es su salvación”, o bien, “aquél para quien Yahvé es su salvador” o, simplemente, “Yahvé es salvación”.

En el nombre se encierra el alcance de su misión en la tierra. Pero hay algo más. Detrás del nombre hay una persona, un hombre real y verdadero. No se trata de un espíritu fugaz, inmaterial. Esta realidad ontológica y antropológica, fue preciso recuperarla siglos después, cuando algunos de los teólogos conciliares se debatían en cábalas poniendo en cuestión, e incluso negando, la condición humana de Jesús. Claro que también estos u otros colegas de la época ponían en duda igualmente que las mujeres tuvieran alma; también, siglos después, otros aplicaron esa actitud negacionista a los negros, incluso con la insolencia de hacerlo en defensa de la verdadera fe.

En el nombre que le fuera impuesto por designación divina, queda reflejada la dimensión humana de Jesús de Nazaret. Su carne era carne real, su sangre era sangre semejante a la de cualquier otro mortal y estaba sujeto al dolor y a las pasiones del resto de seres humanos. Otra cosa diferente es que, sin hacer uso de ningún otro recurso fuera del alcance de cualquier otro ser humano, tuviera y tuvo la capacidad de resistir las tentaciones y soportar estoicamente el dolor.

2.- Mesías.

La palabra mesías en su lengua original significa ungido, es decir, rey o personaje que Dios ha de enviar para liberar a los oprimidos, vinculado en el lenguaje de los profetas al “Día de Yahvé”, con amplias connotaciones escatológicas. La doctrina que envuelve la figura del Mesías es que será enviado para liberar a Israel de todo tipo de opresión.

La figura del Mesías representa la esperanza suprema del pueblo elegido por Dios. Para los profetas la figura del Mesías se movía en un ámbito espiritual, pero en tiempos del Nuevo Testamento había derivado en muchos sectores hasta tomar la forma de un mesianismo político que les libraría de la opresión romana, algo que fue encarnado en primer lugar en los macabeos a finales del siglo I a.C. y en los zelotes y grupos afines, ya en tiempos neotestamentarios.

Efectivamente, a raíz de la abortada época de independencia protagonizada por los macabeos, sometido el pueblo de nuevo por una potencia extranjera, en este caso la imperial Roma, el sentimiento mesiánico se había acrecentado entre la población judía, sentimiento que en el siglo I de nuestra era había alcanzado un nivel considerable al haberse autoproclamado algunos de los profetas callejeos como el Mesías esperado, algo que pronto fue motejado de falsedad. El Mesías, pues, forma parte de las creencias y tradiciones de los judíos

Sólo algunos, no muchos, reconocieron a Jesús en vida como Mesías; tal vez Pedro y algún otro. Una de las huellas dejadas por los apóstoles mantiene la idea de que Judas formaba parte de ese sector mesiánico-político, razón por la que se unió al grupo de los discípulos. Cuando comprobó que tanto la conducta como las palabras de Jesús no iban por ese camino, impaciente, optó por facilitar su captura para provocar que, por fin, actuara como Mesías libertador de su pueblo. Tal vez se trate únicamente de una fantasía, una elucubración, imposible de contrastar.

Un dato importante a resaltar y tener en cuenta es que Jesús nunca se atribuyó a sí mismo la condición de Mesías o Hijo de David, posiblemente porque no quería despertar en sus oyentes judíos ninguna esperanza de liberación nacional, poder político y bienestar material, alimentando de esa forma la postura en la que habían caído los judíos contemporáneos. Nunca quiso ser el Mesías político que los judíos de su entorno esperaban. Lo repite con frecuencia: “Mi reino no es de este mundo”.

3.- Cristo.

Entre los cristianos prevalecerá el término equivalente a Mesías, Christós, con idéntico significado de ungido, tal vez rememorando la pregunta de Jesús y la respuesta de Pedro, tal y como figura en nuestras versiones de la Biblia: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo:  Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:15, 16).

A las primeras generaciones de cristianos les parecía una falta de respeto referirse al Salvador con su nombre; Jesús, se les antojaba demasiado familiar, inapropiado, así es que optaron por el de título Cristo, reafirmando su fe en que era realmente el ungido de Dios. Pablo, cuyos escritos tanto han influido en el cristianismo, lo utiliza ampliamente.

El uso de este título por las primeras generaciones de seguidoras del Maestro, una vez que van adquiriendo identidad comunitaria propia al margen de las comunidades judías, pone de manifiesto no sólo su autonomía, sino el hecho de que están asumiendo como propias las creencias básicas del judaísmo profético como antecedente necesario para dotar de contenido teológico a la nueva religión, aunque su formato religioso y el lenguaje tenga que ser adaptado y termine siendo diferente. Cuando los seguidores de Jesús se identificaban como cristianos y hacían referencia al Cristo, estaban haciendo una confesión de fe expresando que Jesús era el ungido de Dios. Claro que, como veremos a continuación, ese proceso de ajuste aún tendría que superar un nuevo peldaño.

4.- Jesucristo.

Jesucristo o Cristo Jesús, fue el paso siguiente. Este nombre que, a su vez, es un título, se convierte en el culmen de la fe cristiana. Resuelve un enigma teológico, al que hicimos mención anteriormente, remarcando que el ungido de Dios adoptó forma humana sin dejar de ser el ungido de Dios. Se entrelazan los títulos de “hijo del Hombre” e “hijo de Dios”. Signo de humanidad y recurso de divinidad; lo tangible con lo intangible; muere como hombre y resucita como Dios.

En el título Jesucristo se encierra un extenso tratado de teología que aglutina en una sola palabra el testimonio universal de la Iglesia cristiana.

Autor: Máximo García Ruiz. Julio 2022 / Edición: Actualidad Evangélica

© 2022- Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

20120929-1*MÁXIMO GARCÍA RUIZ nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Historia de las Religiones, Sociología e Historia de los Bautistas en la Facultad de Teología de la Unión Evangélica Bautista de España-UEBE (actualmente profesor emérito), en Alcobendas, Madrid y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 29 libros y de otros 14 en colaboración, algunos de ellos en calidad de editor.

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