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UNA REFLEXIÓN DE SEMANA SANTA / POR MÁXIMO GARCÍA RUIZ

El mensaje de la piedra removida

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Texto de referencia: Marcos 16:1-8

20220417 1

(Máximo García Ruiz, 17/04/2022) En aquella mañana primaveral de domingo, que hoy recordamos, ha quedado atrás:

1) El jueves de la pasión.

2) El viernes de la crucifixión.

3) El sábado de la desolación.

Los discípulos y amigos han quedado totalmente abatidos por la muerte del Maestro. Recuerdan cómo Jesús había cambiado sus vidas. Ante ellos se habían abierto horizontes nuevos. Y ahora parece como si todo hubiera sido tan solo un sueño. Ellos se habían reclinado en Jesús y dejado conducir por él y, ahora, cuando les abandona, quedan desorientados. Sus vidas pierden todo sentido. ¿Qué podían hacer en tales circunstancias?

Es precisamente en ese primer día de la semana... cuando los ánimos de los verdugos y jueces han sido calmados, cuando ya ha pasado la festividad de la Pascua, cuando los peregrinos regresan a sus hogares y los lugareños se integran a sus trabajos, cuando, muy de mañana, sin apenas haber despuntado el día, tres mujeres se acercan al huerto de José de Arimatea, que sirviera de sepulcro a su Señor.

¿Qué sería del cristianismo sin la resurrección de Cristo? Una nueva filosofía, atrayente, sugestiva, pero nada más. Carecería de poder redentor. No podría transformar al pecador en heredero del reino.

Eran María Magdalena, María madre de Jacobo y Salomé. De nuevo, como ante la cruz, tres mujeres. Han preparado drogas aromáticas para ungir el cuerpo del Maestro, según las costumbres de la época, pero no todo está resuelto. Es necesario tener presentes algunos detalles bastante significativos.

Los sacerdotes habían puesto guardas para que nadie pudiera robar el cuerpo del Galileo, evitando posibles fanatismos; era de prever que los que se identificaran de alguna manera con sus discípulos, corrieran suerte semejante a la del Maestro (de aquí la negación de Pedro). Por el camino iban reflexionando en estas y otras dificultades.

Pero aquellas mujeres sentían una profunda gratitud hacia el Señor. Habían recibido bendiciones espirituales y materiales. En vida, iban tras el Maestro, sirviéndole. Ahora, no dudan en arriesgar su vida para ir a ungir el cuerpo del Maestro.

***

Aquellas tres mujeres que van al sepulcro han escuchado decir a Jesús que era preciso que él muriera, pero que luego resucitaría... han sido testigos de sus milagros... han presenciado sus sanidades... han recibido consolación. Las tres caminan tristes, en silencio, pesimistas.

Ante ellas se presenta un grave problema que no saben cómo podrán resolver. La tumba, una cueva amplia, abierta en la roca, estaba cerrada con una enorme piedra redonda. Saben que no pueden remover aquella piedra para poder entrar en el sepulcro. ¿Cómo se arreglarían? Quizá sea ése el único comentario que se cruzan en el camino. Pero aún sin ver la solución, siguen caminando. Son mujeres acostumbradas a los milagros; los presienten. ¿Debería ser esta nuestra experiencia personal?

Y el milagro que sin saber cómo ha de producirse esperan, se iba  a producir. Se presenta con la maravillosa sencillez con que Dios concede sus prodigios. Allí, sentado al lado derecho, un muchacho cubierto con ropas blancas, con aspecto “como de relámpago”, les espera. La fe de las mujeres es recompensada: escuchan las primicias del mensaje de la resurrección.

***

Jesús había revelado a Nicodemo que le era preciso nacer de nuevo. Esto era incomprensible para la mente humana. Por otra parte, parecía cosa antinatural. Sin embargo, la doctrina más maravillosa del NT es la del nuevo nacimiento. Cuando Cristo entra en nuestra vida, todo es nuevo. “Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”, anuncia Pablo a los corintios (2ª Cor. 5:17).

Pero hubiera sido absurdo anunciar ese nuevo nacimiento sin ofrecer un medio para hacerlo realidad. Teorías, parábolas, consejos... no resuelven nada. Cristo, con su resurrección, abre la puerta del Cielo a toda criatura. La resurrección de Jesús provee nueva vida, vida inmortal, a los hombres.

¿Qué sería del cristianismo sin la resurrección de Cristo? Una nueva filosofía, atrayente, sugestiva, pero nada más. Carecería de poder redentor. No podría transformar al pecador en heredero del reino. La obra se consuma cuando Cristo resucita y asciende al Padre.

Pablo resume así su mensaje: “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (1ª Cor. 15:14). Como alguien dijo: “Es la espina dorsal de todo el Edificio de la Gracia de Dios manifestada en Cristo”. ¡Qué vacía nuestra vida espiritual, y qué insulsa nuestra doctrina, si careciéramos de esta verdad tan maravillosa!  La resurrección de Cristo es el triunfo supremo del amor de Dios; la manifestación máxima de su potencia; la expresión sublime de su paternidad.

Él nunca separó la vida eterna que prometía de su resurrección. Dijo: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn. 11:25). La vida vence a la muerte. Es por eso por lo que el domingo es el día de mayor significado para el cristianismo, día especial de adoración.

***

En la semana que concluye traemos a la memoria los días por los que Jesús tuvo que atravesar. Duros en extremo, tanto moral como físicamente. Bueno es recordarlos, para valorar el precio que Cristo tuvo que pagar para ofrecernos la vida eterna. Algunos proclaman que la salvación es gratuita. No es cierto. Lo que ocurre es que ya ha sido pagado el preciso por Cristo.

Ahora hay que dejar atrás la Semana de Pasión. La cruz ha quedado totalmente vacía. Como vacío está el sepulcro en que fuera enterrado Jesús. “¡Cristo ha resucitado!”, fue la exclamación gloriosa de Pablo; y ésta debe ser también la nuestra.

Al igual que las mujeres, vayamos a la tumba. Esa piedra –que representa toda clase de impedimentos humanos- ha sido removida. ¡Cristo vive! Y con El podemos vivir eternamente nosotros.

Autor: Máximo García Ruiz. Abril 2022 / Edición: Actualidad Evangélica

© 2022- Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

20120929-1*MÁXIMO GARCÍA RUIZ nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Historia de las Religiones, Sociología e Historia de los Bautistas en la Facultad de Teología de la Unión Evangélica Bautista de España-UEBE (actualmente profesor emérito), en Alcobendas, Madrid y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 29 libros y de otros 14 en colaboración, algunos de ellos en calidad de editor.

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