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SIN ÁNIMO DE OFENDER / POR JORGE FERNÁNDEZ
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"Del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre” (Mateo 15:19)

"¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis” (Santiago 4:1-2)

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Arriba: Will Smith abofetea a Chris Rock en la Gala de los Oscar. Abajo: Sociedad religioso-civil para la guerra (el Patriarca ortodoxo de Moscú Cirilo I junto a Vladimir Putin)

(JORGE FERNÁNDEZ, 31/03/2022) El primer acto de violencia física que encontramos en la Biblia es el asesinato de Abel a manos de su hermano Caín. Desde entonces, la violencia ha sido compañera inseparable de la especie humana. Violencia personal y colectiva en todas sus manifestaciones: peleas, homicidios, violaciones, torturas, guerras, genocidios…

A veces esa violencia extrema ha sido (es) legitimada por las leyes y los estados, como es el caso de la guerra, o la aplicación de castigos, torturas y pena capital para los criminales: apedreamientos, fusilamientos, ahorcamientos, ejecuciones sumarias, guillotina, esclavitud, latigazos, crucifixiones, silla eléctrica, inyecciones letales, etc.

Son muchos los que han justificado el bofetón de Will Smith a Chris Rock por considerar que “el honor de su esposa había sido manchado” y que, por lo tanto, la reacción era “muy humana”.

Otras veces, no tanto, pero ha sido legitimada de facto por la cultura: venganzas por crímenes de sangre, crímenes “pasionales” (violencia machista), ecocidios (crímenes contra la naturaleza), violencia como entretenimiento (gladiadores, juegos con maltrato de animales -riñas de gallos, toros-, boxeo, violencia en el fútbol, bullying, etc.).

El papel de las religiones, en general, ha sido variopinto en este tema. En algunos casos, la religión ha puesto límites a la violencia en contextos culturales primitivos, señalando en qué casos esa violencia estaba justificada y era legítima y en qué casos no. En las religiones primitivas, ciertas formas de violencia eran sacralizadas, incluyendo sacrificios humanos a los dioses. En religiones más evolucionadas, los límites han sido mayores, aunque siempre se han tolerado, cuando no legitimado, ciertas formas de violencia. Y esto ha sido factor clave en la creación de una "una cultura de la violencia".

Para los cristianos, que creemos en el Jesús de los evangelios y en el Nuevo Pacto de la gracia, la violencia es, tal como lo indican los textos que encabezan estas líneas, fruto de la condición humana tras la caída por la desobediencia de Adán y, por lo tanto, una conducta inexcusable e inadmisible para un hijo de Dios perdonado y transformado por la obra redentora de Cristo y la acción del Espíritu Santo.

Que una autoridad religiosa de máxima relevancia como Cirilo I, abone el camino de la guerra de forma tan grotesca y primitiva (porque lamentablemente no es nada original), debería escandalizarnos y preocuparnos a todos los que nos llamamos cristianos.

Y si inexcusable es la conducta violenta, también lo es su justificación o apología.

Eso es lo que han creído muchos cristianos a través de la historia de la Iglesia, adoptando el pacifismo como regla de fe y de conducta. Tal es el caso, por ejemplo, de los cristianos evangélicos menonitas, por citar a un grupo bien conocido. Tal es el caso, también, del activista y pastor bautista, Martin Luther King Jr, que adoptó la no violencia como instrumento para transformar la sociedad.

Con todo, la mayoría de los cristianos aceptan (aceptamos), con todas las reservas del caso, que el Estado está legitimado para un uso limitado de la violencia en situaciones puntuales, para mantener el orden interno, hacer cumplir las leyes, proteger a los ciudadanos de acciones criminales o defender sus fronteras de enemigos extranjeros (Policía, Ejército, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad). Y esto es así porque vivimos en un mundo peligroso, que exige una vigilancia permanente y fuerzas que disuadan, prevengan e intervengan ante las acciones de ladrones y criminales para garantizar la convivencia más o menos pacífica en el marco de las leyes. Esto último es muy importante, porque incluso el uso de la fuerza pública debe atenerse a los límites establecidos por la ley y, cuando esto no sea así, por ejemplo, en los casos de abuso policial, la Justicia debe actuar de forma ejemplarizante. Porque un agente del orden que abusa de su autoridad está fallando al conjunto de la ciudadanía que le ha confiado el uso de un arma o de la fuerza, solo para usarlas en casos de extrema necesidad.

Lamentablemente, no existe un criterio común y global sobre qué es violencia y cuáles son sus límites tolerables. En cada época y en cada lugar se impone el peso de la cultura. Eso explica que, en países tan civilizados como los EEUU, existe aún la pena de muerte (aunque se aplica cada vez menos), y mucha gente cree que no hay que confiar en la seguridad del Estado, que es mejor armarse para defenderse uno mismo. Y las leyes lo admiten y legitiman.

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“Caín y Abel”. Autor: Tiziano Vecellio, óleo sobre lienzo (1542) – Santa María della Salute, Venecia, Italia.

¿Cómo es posible, por ejemplo, que en países con mayoría cristiana -en algunos casos, de mayoría evangélica- sigan prevaleciendo conceptos culturales contrarios a los principios del reino de Dios? ¿Qué exista tanta tolerancia social hacia la corrupción, hacia la mentira, hacia el machismo y la violencia? Hacia el “ojo por ojo”…

Hay culturas -y subculturas- en las que todavía se considera que “las ofensas al honor” justifican una reacción violenta, como hemos podido comprobar esta semana, con lo sucedido en la Gala de los Oscar. Son muchos los que han justificado el bofetón de Will Smith a Chris Rock por considerar que “el honor de su esposa había sido manchado” y que, por lo tanto, la reacción era “muy humana”. O han equiparado la “violencia verbal” de Rock, a la “violencia física” de Smith, pretendiendo ignorar la enorme distancia de grado y proporcionalidad que existe entre una y otra.

También son muchos los que han justificado (o se han mostrado comprensivos) con la invasión de Rusia a Ucrania, por distintos motivos. Motivos entre los que también estaba en juego “el honor”, porque, como defendió el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa de Moscú, Cirilo I, “en Ucrania se estaba sembrando la rusofobia” (sic), es decir, algo que ofendía los sentimientos y el orgullo del pueblo ruso.

Que una autoridad religiosa de máxima relevancia como Cirilo I, abone el camino de la guerra de forma tan grotesca y primitiva (porque lamentablemente no es nada original), debería escandalizarnos y preocuparnos a todos los que nos llamamos cristianos. Y llevarnos a una reflexión seria y profunda sobre, “¿qué significa ser un discípulo de Jesús?”.

Una reflexión que nos ayude a salir del desconcierto que nos produce el hecho de que exista tanta tolerancia hacia la violencia, en sus distintas expresiones y grados, entre aquellos que nos confesamos creyentes en Jesucristo.

El problema está en la cultura. Y en la forma en que discipulamos (o no discipulamos).

¿Cómo es posible, por ejemplo, que en países con mayoría cristiana -en algunos casos, de mayoría evangélica- sigan prevaleciendo conceptos culturales contrarios a los principios del reino de Dios? ¿Qué exista tanta tolerancia social hacia la corrupción, hacia la mentira, hacia el machismo y la violencia? Hacia el “ojo por ojo”…

El problema está en la cultura. Y en la forma en que discipulamos (o no discipulamos).

No debemos olvidar que Jesús no nos envió a “hacer creyentes” sino a “hacer discípulos”. Pero, ¿qué clase de discipulado es necesario? Convengamos en que mucho del discipulado que realizamos en nuestras iglesias evangélicas se limita a instruir a los creyentes en los fundamentos de la fe cristiana, de la salvación y la santidad personal, según la doctrina de la denominación correspondiente (bautista, pentecostal, metodista, etc.), pero en la mayoría de los casos no se prepara al discípulo de Cristo para tener una mirada crítica de la cultura en la que ha formado su pensamiento, sus valores y sus creencias. El resultado es que muchos cristianos vivimos (y pensamos) nuestra fe de forma condicionada por los valores, los prejuicios, las pasiones y los sentimientos predominantes de nuestra cultura, con frecuencia en clara contradicción con los valores y los principios de la cultura del reino de Dios.

Solo con discernimiento espiritual, reflexión honesta y profunda, con un gran empeño de la voluntad y el indispensable auxilio del Espíritu Santo, podremos identificar, diseccionar, purificar y separar “el trigo de la cizaña cultural” arraigada en lo más profundo de nuestro subconsciente. De nuestro corazón.

Solo con discernimiento espiritual, reflexión honesta y profunda, con un gran empeño de la voluntad y el indispensable auxilio del Espíritu Santo, podremos identificar, diseccionar, purificar y separar “el trigo de la cizaña cultural” arraigada en lo más profundo de nuestro subconsciente. De nuestro corazón.

Solo así podremos juzgar con justo juicio (Jn. 7:24) los pecados de nuestra cultura y denunciarlos proféticamente. El apóstol Pablo nos exhorta a derribar y apresar "todo argumento y todo pensamiento que se levante contra el conocimiento de Dios" (2 Cor. 10:5). Eso incluye denunciar "un cristianismo" que no refleje el carácter y la voluntad del Príncipe de Paz.

Solo así podremos ser libres del condicionamiento cultural para vivir en plenitud la espiritualidad del Evangelio.

yo2Solo así podremos evangelizar nuestra cultura y, de ese modo, conseguir que la oración “Venga tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”, se manifieste en nuestro hogar, en nuestra ciudad o en nuestra nación, aunque solo sea de forma imperfecta, temporal y testimonial (eso que llamamos “despertar” o “avivamiento”), como anuncio profético del regreso de Cristo en la consumación de su reino.

Que Dios nos ayude.

© Jorge Fernández Basso – Madrid, 31 de marzo de 2022

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© 2022. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA. Las opiniones de los autores son estrictamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

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