LA HISTORIA DE LA IGLESIA A TRAVÉS DE LOS AVIVAMIENTOS - POR JUAN MANUEL QUERO
La Baja Edad Media: Pandemia y tiempo de avivamiento (I)
Continuamos con una nueva entrega de esta interesante serie titulada "La historia de la Iglesia a través de los avivamientos", a cargo de Juan Manuel Quero Moreno.
Pieter Brueghel, El Viejo. «El Triunfo de la Muerte». 1562-1563. Museo del Prado. Sala 025
(JUAN MANUEL QUERO, 24/11/2021) | Entramos en lo que históricamente se relaciona con la «Baja Edad Media» (s. XIV-XV), diferenciando «la Plena Edad Media» (XI-XIII) que, si bien muchos historiadores prefieren no hacer dicho desglose, a nosotros nos viene bien para poder parcelar mejor los acontecimientos, ya que son muchos siglos y muchas directrices nuevas que se darán hasta entrar en el Renacimiento, del final de este siglo XV).
Este tiempo se relacionará con mucho de lo que acababa de crearse en la Plena Edad Media, pero ahora se darán circunstancias que crearán una identidad nueva tanto culturalmente como en la forma de buscar a Dios e impulsarse hacia el futuro, destacando así un nuevo despertar que retoma las energías necesarias para seguir avanzando hasta la gran eclosión del Reforma Protestante.
Se repiten ciertos elementos que son prácticamente sistémicos en el desarrollo histórico del cristianismo, concatenado por la experiencia del avivamiento que mantendrá el fuego encendido: 1) Una gran necesidad marcada por «la Guerra de los Cien años» (1337-1453) pero, también y de forma especial, por la Peste Bubónica que azotaría de manera pandémica a Europa; 2) el caos social y la crisis económica que llevará a una remoción de todos los sistemas; 3) la interpretación cristiana de lo que está ocurriendo, con una Iglesia Católica dividida y una gran necesidad del mensaje bíblico; 4) una mirada al cielo buscando esperanza y solución; y 5) un descubrimiento más vivo y real de Dios para depender de él.
Los acontecimientos que se dan no pueden colocarse «en cajones estancos» para separarlos radicalmente, sino que tendrán efectos significativos en el devenir histórico. El feudalismo había llegado a su punto álgido para eclosionar en una serie de derivaciones que afectarían a todas las esferas sociales. La Guerra de los Cien Años, que supondría 116 años de batallas con ciertos periodos de paz, se sostuvo entre los reinos de Inglaterra y Francia pero afectando al resto de Europa. Después de muchas victorias inglesas, entraría en la última etapa de esta guerra la heroína Juana de Arco, que decía tener una serie de visiones para librar a su reino francés de los ingleses. Lideró alguna victoria hasta que fue reducida y quemada por la Santa Inquisición en una hoguera como hereje y bruja el 30 de mayo de 1412. Curiosamente, en 1909 fue beatificada y en 1920 canonizada, siendo actualmente la santa patrona de Francia. La derrota final de Inglaterra la debilitó bastante, pero las muertes de muchos nobles y el trasiego de los feudos también animó el declive del feudalismo. Los pequeños reinos irían conformando naciones con una unidad más amplia y la relación de nobles con el campesinado fue dando a luz un sistema que animaba más al comercio, traspasando las fronteras.
Añadido al desgaste de la Guerra de los Cien Años, la Peste Bubónica (1347-1350), o peste negra, sería otra gran grieta que afectaría al sistema feudal creando una gran mortandad en aquel tiempo. Los historiadores arrojan porcentajes que se acercan a la mitad de la población europea, estimándose la cifra de unos 100 millones de personas fallecidas en todo el mundo. Esta epidemia no respetaba clases sociales, ni edades ni posiciones eclesiásticas; la estructura social fue azotada. En la representación Brueghel se muestra una escena infernal donde ejércitos de esqueletos que representa la muerte no respetan a nadie. Entre los que intentan huir y los que mueren, aparecen reyes, jóvenes y mayores, frailes y diferentes clérigos. Unos luchan contra la muerte, otros se dejan llevar a un gran ataúd y algunos que intentan vivir en otra realidad, como la pareja de jóvenes que parecen permanecer ajenos a lo que ocurre, también son acechados por la mortandad. Una de las órdenes mendicantes más fuertes en este tiempo, los franciscanos, se esforzó en ayudar a los enfermos pero más de ciento veinticuatro mil monjes franciscanos perecieron mientras prestaban ayuda a moribundos y enfermos.[1]
«El matrimonio Arnolfini», Jan Van Eyck, 1434. Estuvo en el Museo del Prado, y actualmente se encuentra en el Nacional Gallery de Londres.
La gran mortandad generó nuevos empleos y la búsqueda de mano de obra. Los feudos se iban deshaciendo y unos pocos recibieron la heredad de muchos, haciéndose los estados más independientes, pero también generando problemas bélicos para controlar territorios y posesiones que no tenían bien constatada su pertenencia. Lo negocios de la lana abrieron las fronteras de mercado, no solamente en los limites más cercanos de los estratos de los estamentos feudales, sino en las fronteras internacionales. Se radicalizaron los niveles extremos de la aristocracia frente a una pequeña clase noble que fue herida en su economía. Entre los clérigos de la misma Iglesia Católica también se darían estas diferencias. El sistema económico dejaría de tener una base de agricultura y del campo para convertirse en una economía de mercado que tendría sus bases en los burgos. Sería toda una revolución urbana donde la agricultura no tendría el propósito principal de autoabastecer el propio consumo de sus productores, sino que se proyectaría a terceros, a la población no productiva.
Un ejemplo de las nuevas familias que se formarían como fruto de todo este devenir histórico es el que se recoge en la representación pictórica de «El matrimonio Arnolfini», del pintor flamenco Jan Van Eyck, fechado en 1434. Se trataba de una familia en la que Giovanni di Nicolao Arnolfini, el marido, sería un comerciante de seda que hizo gran fortuna. Podríamos comentar diferentes simbolismos, con las sandalias con hebillas importadas sobre el cuero, que serían un detalle de la opulencia de la época, así como las mismas naranjas propias de otros países y por lo tanto también, producto de comercio elevando y de intercambio económico internacional. En ese mismo sentido de riqueza se puede mencionar la alfombra, los vestidos y otros detalles. Llama la atención como el marido muestra con su mano el propósito de bendecir, y todo ello ante los testigos que se pueden ver en el espejo. Toda una representación pomposa, donde curiosamente no aparecen clérigos en la escena principal a pesar de los símbolos hieráticos que circunscriben el espejo, que son 10 representaciones de la pasión de Jesús. No obstante, se suelen identificar a los dos personajes que aparecen en el espejo como un clérigo y el mismo pintor.
Todo esto afectaría también a la Iglesia Católica y su sistema de recaudación, que cada vez demandaba más impuestos en diferentes formatos y con trasfondos muy corruptos. El historiador Pablo Deiros hace el siguiente listado de recaudaciones explicando sus propósitos: anatas, que sería la entrega de las ganancias de un año de obispos y abades a la iglesia de Roma; colaciones, que sería la forma corrupta de crear más vacantes para obispos y abades, para conseguir más anatas; preservaciones, que consistirían en el control del Papa de los mejores oficios; expectativas, que suponía la venta de cargos eclesiásticos; dispensaciones, o pago de por el perdón de las violaciones de la ley canónica; indulgencias, para perdón de pecados, a cambio de una cantidad de dinero; simonías, que era la venta de oficios; nepotismos, recomendaciones a cambio de dinero; y diezmos[2].
El esfuerzo supranacional de aglutinar a todo el mundo se seguiría manteniendo. En esta época se dio lo que se llamó «el Cautiverio Babilónico de la Iglesia Católica». La sede del papado se trasladó a Aviñón en Francia desde el año 1305 al 1378. Esto minaría el malestar entre los católicos y entre los pueblos, sobre todo durante la Guerra de los Cien años, que la iglesia parecía declinarse por los francos. Tras diferentes vaivenes de elecciones y promesas de establecerse de nuevo en Roma o Francia, todo se fue enturbiando más. Un nuevo Papa, napolitano, Urbano VI, tendría que haberse trasladado a Aviñón según se acordó, pero no lo hizo, por lo que declaró que no era válida la elección y se nombró a otro papa en Aviñón: Clemente VII. Así hubo dos papas, uno en Roma y otro en Aviñón. En el Concilio de Pisa (1409) se depuso a los dos papas y se eligió a un nuevo Papa: Alejandro V. Los otros papas depuestos no renunciaron, ahora había tres papas. Así, entre 1378 y 1417 se daría «El Gran Cisma Papal», que finalizó cuando en el Concilio de Constanza se depuso a los tres papas y se nombró a Martín V (1417-1431). En medio de esta situación, tampoco habría que perder de vista al islam, que seguiría imponiéndose después de extenderse por Asia Menor, se haría más fuerte a través de los turcos otomanos que amenazarían Constantinopla hasta conquistar de la Capital del Imperio de Bizancio en mayo de 1453, convirtiendo de forma muy simbólica la Iglesia de Santa Sofía en una mezquita, llegando así al fin del imperio bizantino.
Todo esto no se daba como es evidente de forma aislada, sino que se interrelacionaba en los efectos y causas y creaba una demolición en las estructuras a la vez que una predisposición anímica, espiritual y de una nueva proyección de vida, que movía a las personas a considerar la vida con otra perspectiva. Las acciones del ser humano, desde sus propios poderes fácticos y avances, llegan a un declive donde se hace manifiesto las necesidades existentes y la realidad de Dios como aquél a quien hemos de dirigirnos para confiar y depositar nuestra esperanza y vida.
Ante todo esto, algunas preguntas deberíamos de plantearnos. La Peste Negra desestabilizó toda la sociedad del Medievo y la iglesia sufrió sus efectos. ¿Cómo debería la Iglesia adaptarse a las situaciones de inestabilidad de este tipo pandémico que vivimos? ¿Cómo debería de actuar la Iglesia frente a las nuevas tecnologías y cambios que se producen?
En aquella época muchos buscaban nuevos horizontes de fe y algunos místicos tuvieron visiones y acciones que movilizaron a pueblos enteros, como fue el caso de Juana de Arco. ¿Cuál debería ser la interpretación que la Iglesia debería dar a las necesidades existentes?
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Notas:
[1] Cf. Jesse Lyman Hurlbut. Ob. cit., p. 79.
[2] Cf. Pablo A. Deiros. Ob. cit., pp. 95-96.
Autor: Juan Manuel Quero Moreno
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