RESEÑA BIBLIOGRÁFICA / por ALFONSO PÉREZ RANCHAL
¿Soy solo un cerebro? Sharon Dirckx, Clie, 2021, 159 páginas.
«¿Somos solo primates avanzados? ¿Somos máquinas? ¿Somos almas confinadas a un cuerpo? ¿o somos quizás una combinación de estas tres cosas? Encontramos muchas respuestas diferentes. Algunas de las voces más potentes que han respondido esta pregunta proceden del campo de la neurociencia. Responden diciendo: "Eres tu cerebro. Eres tus neuronas. ¿Que por qué puedes pensar? Porque se activan tus neuronas. Punto y final"». Sharon Dirckx
(Alfonso Pérez R., 08/10/2021) La aparición de la neurociencia ha supuesto para la teología un nuevo desafío, o si queremos concretar más, una explicación de la religiosidad en el ser humano que no necesita de ninguna revelación sobrenatural o actuación más allá del propio ser humano.
Un importante número de neurocientíficos así lo cree, por lo que este sentimiento religioso sería un producto más de nuestro cerebro, que es el responsable de todo pensamiento y de toda actuación de la persona. Lo mismo ocurriría con el concepto "alma", no sería algo diferente a lo corporal ya que también tendría su origen en el cerebro, y es por ello que desapareciendo la vida desaparecería en el ser humano cualquier otra realidad. Todo lo que existe para él es material y por lo mismo todo acabaría en la tumba.
La autora de este libro, Sharon Dirckx, es doctora en Imagenología cerebral por la Universidad de Cambridge y tras ir analizando la anterior posición junto a otras, llega a una conclusión bien diferente tal y como nos lo va exponiendo a lo largo de los ocho capítulos que componen su libro. En ellos nos vamos a encontrar que dependiendo de cómo respondamos a la cuestión que da título a este libro, la misma tendrá consecuencias a nivel del libre albedrío, de la robótica, de la ética y, por supuesto, de la religión. Es por ello que se tendrá que ir más allá de la ciencia entrando de lleno en la filosofía y la teología.
Sharon Dirckx, autora del libro / Captura de pantalla
El primer capítulo se llama "¿De verdad soy solo un cerebro?".
Además de la aparición de sustancias químicas cerebrales también poseemos pensamientos, y estos proceden de nuestra mente. Por ello aquí debemos de volver a realizar otra pregunta: ¿qué es la mente? Y ahora relacionamos ambas, o más bien nos preguntamos por la relación de la mente y el cerebro. Esta relación ha tenido también diversas respuestas.
La IRM o imagen por resonancia magnética hace posible que los científicos puedan estudiar los cerebros de individuos sanos. Antes esto no era posible, pero ahora se podían comparar cerebros de personas sanas con otros cerebros que estaban enfermos.
En la década de los 90 del siglo pasado apareció la IRM funcional (IRMf por sus siglas). Esto supuso no únicamente que se pudieran ver imágenes estáticas, sino también observar su actividad, especialmente el movimiento de la sangre. La IRMf, al ser capaz de medir el riego, indica qué parte del cerebro está trabajando más en ese momento. Este estudio y desarrollo es lo que dio forma a la llamada neurociencia, cuya génesis habría que situar a finales de los años 80. Este campo sigue en desarrollo y ya se puede ver, por ejemplo, en cómo el cerebro se reorganiza cuando existe en él un tumor.
La autora se pregunta “qué es lo que me hace persona”. Las respuestas son variadas.
Dirckx apunta a que la pregunta de si somos solo un cerebro rebasa el campo de la neurociencia, de la ciencia en realidad, ya que alude a la identidad de una persona, qué es ser persona con lo cual se entra en el campo de la filosofía, de la ética e incluso de la teología. El método científico no puede explicarlo.
De la relación entre la mente y el cerebro es de lo que va a tratar este libro, un tema que lleva siglos tratándose por filósofos, éticos y teólogos. La relación entre la sinapsis y la misma vida interior de la persona.
A toda creencia hay que someterla a tres preguntas: ¿Tiene coherencia interna? ¿Tiene capacidad explicativa? ¿Se puede vivir?
El segundo capítulo es "¿Está desfasada la creencia en el alma?".
La idea moderna del alma pasa por negar su existencia, y esto no solo por científicos, sino también por filósofos como Daniel Dennett cuando apunta que el alma «ha perdido su credibilidad debido a los progresos de las ciencias físicas» (citado en la p. 38). Como antes se ha dicho, [desde esta óptica] el alma es el cerebro.
En la antigua Grecia ya se creía en la existencia del alma aunque se explicaba de diversas formas.
En las Escrituras aparece el vocablo alma con distintos sentidos. Uno alude a la persona al completo; en otros casos apunta a una parte concreta para distinguirla del cuerpo.
Sería el gran Agustín de Hipona (354-430 d. C.) quien tomó las ideas de Platón y las introdujo en el cristianismo.
Tomás de Aquino (1225-1274) tomó de Aristóteles «Y adoptó una postura más integral sobre el alma y el cuerpo. Según Aquino, el alma "induce" al cuerpo a actuar, pero también necesita de él para su funcionamiento. El alma puede sobrevivir sin el cuerpo, pero está incompleta».
El capítulo tercero es "¿Somos solo máquinas?"
En la actualidad existen robots que apenas podemos diferenciar de las personas. La llamada inteligencia artificial ha avanzado tanto que algún robot incluso tiene la capacidad de aprender dándoles tan solo una serie de reglas. Esto hace que nos planteemos preguntas sobre qué es la inteligencia humana, o en qué se diferencia de la de los androides.
Pero existe una gran diferencia entre procesar información y alguien que es consciente de sí mismo. Esto segundo, que es lo propio humano, involucra además la comprensión de eso que se está diciendo. Por eso es necesario preguntarse qué es la consciencia humana.
Se trata de la vida intelectual interna y propia de cada persona lo que hace que nos planteemos la relación de la mente y la consciencia. Para los filósofos la consciencia está en la mente, es una de sus propiedades, aunque si les preguntamos por su naturaleza las respuestas que darán serán muy distintas.
Pero para los fisicalistas reduccionistas la cuestión puede reducirse a, o bien la neurociencia es capaz de llegar a la consciencia y explicarla, o bien que no es real, es ilusoria. Al fin y al cabo, todo es producto de la actividad cerebral.
Las enfermedades psicosomáticas son muy frecuentes y ante esto pensar que solo somos un cerebro es dejarlas sin explicación.
Aquellos que creen que la consciencia no existe, como el profesor de filosofía Daniel Dennett, la explican como un fenómeno físico, como una especie de truco producido por nuestro cerebro, una ilusión, capaz de crear una falsa realidad. Pero esta explicación plantea todavía más interrogantes comenzando porque pone en tela de juicio el mismo pensamiento racional, sencillamente no es fiable.
No es así cómo vivimos, para nosotros las experiencias son reales, nos tomamos la vida en serio, estamos en ella en primera persona.
El capítulo cuarto se llama "¿Somos más que máquinas?".
En este capítulo la autora va a presentar tres intentos de explicación para la idea de que las personas somos más que máquinas. El primer intento dice que es el cerebro el que produce la consciencia. Que el cerebro genera la mente y la consciencia es algo compartido por agnósticos, ateos y cristianos. A esto lo llamamos fisicalismo no reduccionista.
La pregunta es cómo surgió en el ser humano la consciencia. Si estamos hablando de materia y neuronas no conscientes hay que explicar cómo éstas pudieron originar mentes conscientes.
Dirckk va a considerar ahora las llamadas ECM, estas son las experiencias cercanas a la muerte. No son pocas las personas que dicen haber pasado por ellas, y les han dado seguimiento y estudio importantes cirujanos, filósofos y científicos. De todas formas, se trata de un campo todavía abierto a la consideración.
Otro punto de vista afirma que la consciencia no depende del cerebro, está más allá del mismo. Interactúan, pero el cerebro es físico en tanto que la mente no lo es. A esto se lo conoce como dualismo sustancial.
El capítulo cinco es el "Libre albedrío, ¿es solo un espejismo?".
Continuamente estamos tomando decisiones. Unas son importantes, la mayoría no, pero sean del tipo que sean a nosotros nos parecen reales, tomadas por nosotros y no un automatismo de nuestro cerebro. Sin embargo, una serie de filósofos y científicos piensan que la libre voluntad es solo un espejismo, el cerebro lo está dictando todo. A esto se le une los genes y la educación recibida. Incluso si estamos tratando de unos crímenes horribles se llega a la conclusión de que el asesino no pudo hacer otra cosa que la que hizo. Esto es lo que, por ejemplo, Sam Harris opina.
Es cierto que poseemos un determinado código genético, un cerebro concreto que a su vez ha sido moldeado por la genética y la educación. Pero esto no quita, es más, permite que el ser humano tenga libertad. Esta idea es sostenida por algunos creyentes cuando hablan de que Dios determina algunos sucesos en donde permite una serie de libertades.
La libre voluntad es esencial para construir las relaciones, y las decisiones deben ser moralmente correctas. Hay una responsabilidad para con el prójimo, y Dios nos creó así ya que él también desea relacionarse con nosotros.
El capítulo sexto es "¿Estamos programados para creer?".
En la actualidad se está desarrollando el estudio en relación a qué ocurre en la mente y el cerebro cuando las personas con alguna creencia la piensan y la practican. Este estudio es la CCR o la Ciencia Cognitiva de la Religión. Un importante número de estos científicos cognitivos sostienen que hay una "religión natural", una tendencia natural a creer en un dios o dioses y en la existencia después de la muerte. El ser humano cree desde la infancia en lo sobrenatural o en lo supersticioso. Sencillamente estamos programados para creer.
Desde aquí la religión se ha explicado de tres formas: como consecuencia de un error humano, como resultado de la evolución o como procedente de los genes. Es a desarrollar esto a lo que dedica la autora el resto del capítulo.
Podemos estar de acuerdo con que existe una tendencia natural en la persona para creer, es así como Dios nos habría creado. Existe una intuición natural. Que Dios exista no tiene relación con nuestros genes. Así concluye esta parte del libro.
El penúltimo de los capítulos se titula: "La experiencia religiosa, ¿es tan solo actividad cerebral?"
Los neurocientíficos han publicado muchas investigaciones que evidencian que cuando se realizan distintas prácticas religiosas diferentes partes del cerebro se activan. Es así como la neurociencia entra en el campo de la teología de tal forma que aparece la "neuroteología". ¿Se explica así la religión como pura actividad cerebral?
Se ha intentado estimular algunas partes del cerebro para así "producir" la actividad religiosa, y esto ha recibido tanto adhesiones como críticas, pero incluso si, por ejemplo, se pudiera estimular el nervio óptico para que fuera capaz de creer que tiene ante sí una manzana, no nos diría nada de si realmente hay ante esa persona una manzana o no.
El cristianismo no se fundamenta en una serie de experiencias, sino en la vida y obra de una persona histórica, Jesús de Nazaret.
El último de los capítulos, el ocho, se llama "¿Por qué puedo pensar?"
La capacidad de pensar o consciencia tiene un claro propósito ya que es por donde nos llega lo experimentado por nuestros sentidos, toda la vida aquí en la tierra, y hace posible experimentar a Dios. Realmente hemos sido creados para la eternidad.
Nos dice Dirckx: "Los descubrimientos de la neurociencia, además, son totalmente compatibles con la existencia de Dios, y en ningún sentido la creencia en una niega la otra. La neurociencia describe los procesos que tienen lugar en el cerebro cuando pensamos, pero no puede responder a aquella pregunta que me planteé sentada junto a la ventana: "¿Por qué puedo pensar?". Hay preguntas que la neurociencia no puede responder y que nunca debimos esperar que respondiese." P. 144.
Estamos ante un pequeño libro, lo cual no significa que su aportación sea igualmente reducida. Sin usar un lenguaje demasiado técnico (aunque hay al principio un glosario para que el lector no se pierda cuando una de estas palabras técnicas aparece) nos introduce en este reciente y todavía en pleno desarrollo campo del conocimiento para mostrar tanto las fortalezas del mismo como sus debilidades, cuando aquellos que están insertos en él se desvían precisamente de los límites que la neurociencia posee. Es, por así decirlo, la ya vieja declaración de que la fe y la ciencia son incompatibles y que cuando una aparece la otra debe ser automáticamente excluida. La ciencia así tendría la última palabra y la misma es de rechazo a la religiosidad humana como algo procedente más allá de la propia persona y del mundo material.
La autora nos deja bien claro que esto no tiene por qué ser así, es más, en el caso del cristianismo es perfectamente compatible con los descubrimientos asombrosos que la neurociencia está realizando.
Estamos, de esta forma, ante un recomendable libro que se lee de forma amena y que nos introduce y orienta en este relevante campo que todavía tiene mucho que aportar.
Autor: Alfonso Pérez Ranchal. Octubre 2021 / Edición: Actualidad Evangélica
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Alfonso Pérez Ranchal es Diplomado en Teología por el CEIBI (Centro de Investigaciones Bíblicas), Licenciado en Teología y Biblia por la Global University y Profesor del CEIBI. Vive en Cádiz.
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