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OPINIÓN / LA HISTORIA DE LA IGLESIA A TRAVÉS DE LOS AVIVAMIENTOS

La Historia de la Iglesia a través de los avivamientos: La cristiandad y el declive del Imperio Romano (II)

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Continuamos con la octava entrega de esta interesante serie titulada "La historia de la Iglesia a través de los avivamientos", a cargo de Juan Manuel Quero Moreno

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Imagen del Foro Romano, que es la arquitectura más antigua del país, (siglo VI d. C.) Aquí podemos observar los elementos de todo el estado romano. Basílica, Templo de Saturno, Arco de Constantino, etc. Todo ello ya en ruina, refleja el esplendor de un imperio que es pasajero.

(JUAN MANUEL QUERO, 26/04/2021) | Es el momento de introducir en base a ese deseo de santidad, pero también de supervivencia, aunque parezca contradictorio, lo que serían los movimientos ascéticos y monásticos. Como en otros temas, escogemos algunos aspectos históricos para ilustrar la generalidad que es mucho más amplia.

En aquel tiempo unos intentarían escapar de la presión del imperio Romano y de sus imposiciones y otros buscarían el aislamiento y el recogimiento espiritual para no contaminarse. De esta manera, podemos hablar en términos muy generales, del anacoretismo, del cenobitismo e incluso de los estilitas[1], que en este orden irían surgiendo y que se desarrollarían especialmente en el Medievo. El historiador Pablo Deiros dice lo siguiente sobre el tema:

«El monasticismo, en general, puede ser considerado como un movimiento que comenzó como protesta contra la mundanalidad imperante en la Iglesia en los tiempos de prosperidad y tranquilidad. A mediados del siglo tercero, algunos hombres, en Egipto y Siria, comenzaron a “Abandonar el mundo” y a vivir como ermitaños cristianos».[2] 

Efectivamente, así es que comenzaron a salir al desierto, y bien en cuevas u otros habitáculos se asilaban para meditar y orar. Antonio (251-356) fue uno de los primeros que se retiraría al desierto de Egipto, dando lugar a que miles de cristianos siguieran su ejemplo y siendo llamados anacoretas, palabra que viene a significar «retiro». Si bien, el anacoretismo era más individual, comenzaría otro movimiento que procuraría la vida en común de los monjes, conocido como cenobita, formando así comunidades más propias de las organizaciones monásticas que posteriormente se irían creando. En este caso, destaca en sus inicios Pacomio (286-346).

Driver, sobre este fenómeno indica lo siguiente:

«La forma que tomó el ascetismo pacomiano llegó a llamarse cenobita, o comunitaria. El término realmente viene de dos palabras griegas, koinos (común) y bios (vida). Esta dimensión social representa la mayor diferencia entre la vida eremítica de Antonio y la práctica cenobita de Pacomio»[3].

Cierto es, que muchos huirían también de las cargas impositivas de las ciudades o de ciertos patrones rurales, y que esta vida en comunidad les suponía una alternativa muy atractiva para cambiar su situación. No obstante, estas comunidades o monasterios estarían regidas por alguien superior, «el abad», que procuraría se practicaran las penitencias, oraciones, meditaciones y ayunos, que los mantendrían dentro de la disciplina cenobial. Pacomio dejaría un libro con todas las reglas que regularían sus funciones. Tendrían una indumentaria común que también les daría cierta uniformidad. Todo este desarrollo monacal incipiente en Egipto sería muy simple, nutriéndose de personas pobres, pero en otros lugares tendrían otras características significativas.  En Asia Menor tendrían mejor preparación, destacando Basilio de Cesárea, que resaltaría el trabajo manual como una función importante propia de estos monjes. Así mismo, tuvieron una apertura mayor hacia los demás, asociando a la vida monacal, la ayuda al necesitado. En Siria, se hace referencia a un conocido monje que fue escritor, Efraín, que compuso himnos y poemas. Estos monjes sirios tuvieron además una proyección muy misionera, pudiendo compartir el cristianismo en China[4].

En occidente hay que mencionar a Jerónimo de Estridón (342-420). Este procedía de una familia bien acomodada. Tenía una destacada formación, conociendo muy bien diferentes idiomas, especialmente el latín, lengua materna, así como el griego y el hebreo. Sería considerado como uno de los cuatro Padres de la Iglesia Latina, junto con Ambrosio, Agustín y Gregorio. Su trabajo fue especialmente exegético, pero todo ello se dio cuando en uno de los monasterios cenobitas decidió dedicar su vida a Cristo. Sería secretario del papa Dámaso I, quien posteriormente le encargó la traducción de la Biblia al latín, la que sería conocida como la Vulgata Latina (382 d.C.). Después de estar residiendo en Roma con el apoyo del Papa y realizando sus trabajos de traducción, marcharía a Egipto junto con una mujer que fue de gran ayuda para él, Paula, quien le apoyaría de forma muy activa en sus proyectos. Después de estar con algunas comunidades monásticas regresarán a Belén (c. 386), donde fundaría algunos monasterios de hombres y mujeres, pasando allí el resto de su vida en una cueva que hoy parece identificarse con una gruta que se encuentra en la Iglesia de Santa Catalina en Belén.

LOS PADRES LATINOS. AGUSTÍN.

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San Agustín meditando sobre la Trinidad. Óleo sobre lienzo, 1636. Autor, Guercino (1591-1666). Actualmente está expuesto en Palacio Real de Madrid.

Mencionando a los Padres latinos, se hace necesario también dejar aquí constancia de uno de los personajes más destacados de la época: Agustín de Hipona (354-430). Efectivamente, nació en la provincia romana de Numidia (Argelia), residiendo en Hipona donde fue obispo. Aunque tuvo una vida muy disipada en los placeres que se le antojaban y vivió con una mujer con la que no llegó a casarse y con la que tuvo un hijo, llamado Adeodato, sus padres, y sobre todo su madre, Mónica, le educaron en las enseñanzas cristianas.  Sería la influencia de su madre y la de su maestro Ambrosio de Milán, así como el estudio de las epístolas del apóstol Pablo, lo que le llevaría a Cristo. Escribió más de 100 obras con un contenido teológico, como sería «Ciudad de Dios». Otras obras como las «Confesiones», donde abre su corazón, también serían muy especiales y reveladoras como testimonio e información sobre su vida.  Ante las enseñanzas del monje británico Pelagio y con todo lo que supuso el pelagianismo, sobre todo respecto a la salvación, Agustín también fue un conspicuo teólogo. Combatió las enseñanzas pelagianas que insistían en que el hombre podría vivir una vida sin pecado y que el hombre, ni nace con pecado, ni con tendencia a pecar. Esto llevaría a Agustín a desarrollar lo que significaría el pecado original, y la necesidad de que los niños sean bautizados para ser salvos[5].  Así mismo, también defendería el evangelio frente a los arrianos que negaban la Trinidad, a pesar de que en el Concilio de Nicea (325) fue rechazada esa enseñanza. Lo hizo igualmente respecto al maniqueísmo, que él mismo profesó, sabiendo que era contrario a la Palabra de Dios. En Tagaste fundó un monasterio y posteriormente en Hipona, donde siguió realizando una apología de lo que entendía ser cristiano, frente a las propuestas donatistas, pelagianas, arrianas, maniqueas y otras enseñanzas que pululaban. Moriría en este lugar debido a la invasión de los vándalos dirigidos por Genserico, que arrasaron la ciudad de Hipona.

Es muy interesante cómo todas estas enseñanzas, tanto de los grupos disidentes, como de los oficiales o más cercanos a la iglesia establecida, resurgirán en diferentes momentos. La influencia de Agustín de Hipona en el calvinismo y en el propio reformador Juan Calvino, son muy evidentes. Por otro lado, no hay que olvidar que Martín Lutero antes de convertirse en uno de los personajes más destacados de la Reforma Protestante del siglo XVI era fraile agustino, es decir de la orden mendicante y de ermitaños que siguen la regla monástica establecida por Agustín de Hipona en el siglo IV.

El monasticismo sería, en muchos aspectos, una oportunidad especial para buscar a Dios y formar parte de ese avivamiento que los cristianos necesitaban. Si bien, surge por la «mundanalización» de la misma, iglesia, su objetivo, no sería solamente separarse (anacoretismo) sino mantenerse, ajustar sus vidas a la voluntad de Dios, fortalecerse y crecer espiritualmente. Ayudó para depurar una ética que estaba muy laxa y en muchos sentidos corrompida. Desde los monasterios se pudo combatir las falsas enseñanzas, pero también se trabajó preparando recursos para las personas necesitadas. También fueron base de predicación del evangelio, por medio de los cuales, muchos de los pueblos bárbaros emergentes en aquellos lugares conocerían el evangelio.

Hoy no necesitamos retirarnos permanentemente, pero sí se hace necesario enfatizar el camino estrecho que, quizás, se pueda entender como muy circunscrito al ancho, pues andamos en este mundo aunque no seamos de él. Pero tenemos que estar dispuestos a denunciar el pecado, a ayudar a nuestro prójimo y a ser estrictos en cuanto a defender la voluntad de Dios, su Palabra, la Biblia. También, debemos aprender de los errores, pues en tiempos de avivamientos el crisol se pone en marcha y las excentricidades también se manifiestan, pero hemos de identificarlas para no admitirlas. En ese tiempo muchos se convirtieron en jueces, y se entendería por otros que estos retiros o centros comunitarios tenían el propósito de purgar los pecados y de hacer penitencia. Llegamos incluso a organizaciones con este fin, con las mismas extravagancias de los estilitas.

Mirando con perspectiva histórica, el cristianismo seguirá desarrollándose como institución y como una realidad vivencial de la fe personal. El cristianismo permeó el Imperio Romano, pero el avivamiento y el impulso que llevaría a la conversión genuina no se debería tanto a la iglesia institucionalizada sino a hombres y a mujeres, como en muchos casos serían los monjes. Seguirá marcándose la religión cristiana como una realidad religiosa que interactuaría con los reyes e imperios, y que se distanciaría de lo que significaría la sencillez de lo que supondría ser cristiano, como el Evangelio enseña. Sin embargo, las huellas de Dios se podrán seguir, en medio de otras muchas, que tendrán identidad de poderes socio-políticos, con nombre cristiano, pero muy ajenos a la voluntad de Dios expresada en el Evangelio.

QUERONotas:

[1] Este es un anacoretismo de medio oriente, especialmente de Siria. Era de tipo penitencial. Consistía en un estrecho habitáculo de una columna, «Stillys». Su fundador sería Simón el Estilita (423-459), y existiría hasta el siglo XII.

[2] Pablo Deiros. Ob. cit., p. 47.

[3] Juan Driver. Ob. cit., p.69.

[4] Cfr. Pablo Deiros, ob. cit., p. 48.

[5] Cfr. Ibidem, p. 47.

Autor: Juan Manuel Quero Moreno


© 2021. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA. Las opiniones de los autores son estrictamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

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