OPINIÓN / LA HISTORIA DE LA IGLESIA A TRAVÉS DE LOS AVIVAMIENTOS
Continuamos con la séptima entrega de esta interesante serie titulada "La historia de la Iglesia a través de los avivamientos", a cargo de Juan Manuel Quero Moreno.
«Arquitectura y Diseño. El Coliseo Romano». El Coliseo Romano es un símbolo de lo que fue la política y la cultura romana, pero también lo es de la firmeza con la que los cristianos lucharon y defendieron su fe. Muchos de estos cristianos serían esclavos que se convertirían, y posteriormente como libres, serían misioneros en sus propias tierras. Su nombre se debe a que en los aledaños se encontraba una gran escultura del Coloso de Nerón. Recordemos que Nerón sería uno de los diferentes emperadores que, más cristianos mataría, con su intransigencia y persecuciones.
(JUAN MANUEL QUERO, 08/03/2021) | Los métodos pedagógicos para explicar la historia de la humanidad suelen señalar diferentes periodos; pero estos ciclos no pueden encasillarse entre fechas exactas, aunque nos puedan dar unas aproximaciones para entender los conceptos de cada tiempo, clasificando así la historia en los grandilocuentes conceptos de: Antigua, Medieval, Moderna y Contemporánea.
Pero no se trata de períodos estancos, sino que conviven y se comparten muchas tradiciones y culturas que no llegan a desaparecer completamente. Entre los siglos tercero y quinto, se dan una serie de transiciones donde la iglesia produce cambios muy importantes, al socaire de la política de Imperio, las invasiones bárbaras, y el desarrollo del cristianismo. En medio de todo ello, las iglesias subsisten con una identidad muy clara que estará marcada por la actualización y renovación constante, en la que el Espíritu Santo seguirá impartiendo ese poder que pone orden, sentido y dirección ante las nuevas necesidades tan diversas que se originarían. Es muy significativo que cayeran los imperios y se desarrollaran sociologías muy diversas, pero que la Iglesia siguiera con una identidad firme en Cristo, que continuaría basada en las Sagradas Escrituras.
Los emperadores y el cristianismo
A mediados del siglo III el emperador Decio desencadenó una persecución generalizada de gran crudeza contra los cristianos. Quien no renegara de su fe tendría que ser ejecutado a muerte. Su sucesor, Valerio, continuando con esa política de restaurar la gloria de roma y de sus dioses, continuó con bastante agresividad destruyendo todo signo cristiano. Pero esto creo un efecto contrario en el que el cristianismo se fortaleció e incluso se depuró, ya que supuso un tipo de crisol que trajo una clarividencia mayor de lo que significaría ser cristiano. No obstante, sería Diocleciano (284-305) quien arremetería con gran ahínco ejecutando a todo aquel que no sacrificara a los ídolos paganos. Se quemarían todos los escritos cristianos, iglesias y feligreses que no adorasen a los dioses del Imperio. Todo cambiaría con la llegada del emperador Constantino, como dice el historiador Pablo Deiros, el primer emperador pro-cristiano[1]. Por medio del Edicto de Milán (313), firmado por los emperadores de Occidente y Oriente, Constantino y Licio, se legalizaría el cristianismo en todo el Imperio Romano, decretándose una libertad religiosa que cambiaría radicalmente el panorama respecto al cristianismo, favoreciendo el mismo con una serie de privilegios. Los gobernantes pretendían una política de unidad imperial que sería seguida por los imperios posteriores, en colaboración con la Iglesia Católica Apostólica y Romana, hasta llegar casi a nuestros días, pasando por los Sacro Imperio Carolingio, por el Germánico, y por las mediaciones tan importantes de gobernantes como la de los reyes, como fueron los mismos Reyes Católicos Isabel y Fernando, abuelos del emperador Carlos V.
Conocida es la historia que cuenta Eusebio de Cesarea respecto a la visión que tuvo el emperador Constantino ante la gran batalla que tenía que librar. Vio una gran cruz resplandeciente en el cielo con unas palabras que destacaban el siguiente mensaje: «Con este signo vencerás». Por ello se hizo un nuevo estandarte, con una cruz y las iniciales en griego del nombre de Cristo. Así venció al emperador Majencio y se impuso restaurando el imperio y favoreciendo al cristianismo. Si bien el Edicto de Milán (313) fue de tolerancia, posteriormente se decretaría el Edicto de Tesalónica (380), por el emperador Teodosio (347-395), siendo éste quien establecería el cristianismo como religión oficial de todo el Imperio.
El Concilio de Nicea que establecería una serie normas para la iglesia, sería el Primer Concilio Ecuménico de la Iglesia[2] y fue convocado por el emperador Constantino I a instancias del obispo Osio de Córdoba (325). En este concilio se formularía el muy conocido y trascendental Credo Niceno, que presentaría un claro resumen de la Trinidad como núcleo fundamental de la confesión cristiana.
La reflexión en perspectiva histórica y teológica se erige como un obelisco de la acción del Espíritu Santo en medio de una situación tan crítica y convulsa, como sería esta. Dios llegaría a usar una vez más a emperadores que, sin ser teólogos, por no decir que sin ser siquiera cristianos, tendrían unas políticas que permitirían un avivamiento entre los cristianos de aquel tiempo, dirigiendo así el tránsito del pueblo cristiano por caminos difíciles de imaginar inicialmente.
Todo ello significaría, como en cualquier avivamiento o etapa histórica marcada por la huella de Dios, un crisol donde muchos cristianos se harían más fuertes, pero otros cederían a las influencias y presiones paganas, retractándose de su fe. Ante todo esto surgirían algunos movimientos que nacerían para quedarse y otros puntuales, que tendrían reviviscencias en siglos posteriores. Al sintetizar bastante no quisiera caer en la simpleza de entender que todo esto surgiría por la acción de una política, sino que habría otros muchos detonantes que llevarían a que en el seno de la iglesia se diera una respuesta que desarrollaría el devenir histórico del cristianismo, donde la huella de Dios sería notable[3].
Reacciones radicales
El testimonio de los cristianos frente a las presiones económicas[4], las influencias sociales y de toda la efervescencia vital que se daría en los dos últimos siglos del Imperio Romano (III-V), llevarían a desarrollar diferentes respuestas donde vemos esa línea directora en la que se podría denotar la acción divina. El historiador Juan Driver relacionará a estos movimientos como reformistas, dentro del intrincado errático en el que se podían mover[5].
Ya hablamos anteriormente del surgimiento del montanismo como una reacción casi apocalíptica en la que esperaría la segunda venida de Jesús y la finalización del mundo ante todo lo que se vivía. Pero, a ésta cabe destacar lo que se conocería como el Novacianismo y posteriormente el Donatismo. El primero, fundado por Novaciano, que frente a todos los que habían renegado de su fe («los lapsis») creía que la iglesia no podría autorizar que volvieran a tener comunión, como si no hubiese pasado nada. Enfatizarían bastante una ética cristiana que conllevaría una reglamentación que intentaría definir el comportamiento cristiano en algunas cuestiones importantes. Además de ser contrarios a la autoridad que iba adquiriendo el obispo principal o papa, en base también a su laxa aplicación de las medidas disciplinarias a los cristianos que se conducían desordenadamente, apartándose del sometimiento que se requería. Por lo que tanto Novaciano como sus seguidores serían excomulgados. Como los anteriores, el Donatismo también tendría una fuerte envergadura en una línea que en parte se asemeja a los novacianos, pero en este caso bajo la persecución del emperador Diocleciano (c. 225-316). Su fundador sería el obispo de Cartago, Donato (c. 355). Creían que ellos eran la buena línea sucesoria de los obispos y que cualquier obispo que hubiese sido ordenado por algún obispo «indigno» no tendría validez. Irían en contra del relajamiento moral de los cristianos, al igual que los novacianos. Serían condenados en diferentes sínodos y por el mismo Agustín de Hipona. Como los novacianos, los donatistas pervivirían hasta el siglo VII, adentrada ya la Edad Media.
«San Agustín y los donatistas» 1753. Autor, Carle van Loo. Sínodo en el que Agustín debate con los donatistas. El donatismo sería ilegalizado el año 412.
El cristianismo tuvo en esta época una destacada impronta de debate debido al gran avance que se daría, así como a su expresión ante diferentes enseñanzas y a la importancia de mantener la unidad. Se tendría que asistir, al igual que el mismo Imperio, a esa unidad frente a la inclusión de los pueblos bárbaros que se irían convirtiendo, así como su desarrollo organizativo que seguiría avanzando tanto en Oriente como en Occidente.
Hay que decir que, en el desarrollo teológico, en la apologética y en toda la diatriba que se daría respecto al cristianismo, se formarían varias escuelas. En la escuela de Antioquía destacaría Nestorio y el nestorianismo, que incidía en una serie de argumentaciones que concluían con que en Jesús coexistían dos personas, más que dos naturalezas. En la escuela de Alejandría sobresalía Apolinario y el apolinarismo[6]; y en la escuela de Roma sería un exponente del pelagianismo que tendrá como antagonista a Agustín de Hipona.
El diálogo y el debate ante las situaciones que surjan hoy también deberían darse, pues la ausencia de los mismos ni enriquece ni ayuda a disipar los errores existentes. La comunión y la unidad son aspectos bíblicos importantes que, en Cristo, o teniendo como base la Palabra de Dios, nos ayudan a corregir los extravíos, o señalarlos cuando sea necesario, para distinguir lo espurio de lo que es la centralidad de la Palabra de Dios. Entre estas sombras y luces, el Espíritu Santo guiaría abriendo un camino al cristianismo, aunque en ello se tuviera que desbrozar todo lo que no correspondía.
Notas:
[1] Pablo A. Deiros. Historia del cristianismo. El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 1981, p.
[2] Sería el primero, si no tenemos en cuenta el Primer Concilio de Jerusalén, en tiempos de los apóstoles.
[3] Mencionamos aquí lo más relevante, frente a otras muchas reacciones menores, pero que en conjunto también habría que tener en cuenta.
[4] En aquel tiempo, y durante los emperadores más hostiles al cristianismo, ser cristiano significaría pagar más impuestos y tener muchas más dificultades para sobrevivir, además de arriesgar en otros momentos la vida, convirtiéndose en mártires.
[5] Cf. Juan Driver. La fe en la periferia de la historia. Guatemala: Ediciones Semilla. Colombia: Ediciones Clara, 1997, p. 62.
[6] El apolinarismo sería una nueva variante sobre la divinidad de Jesús, que pulularon en otro tiempo con matices diferentes, como serían los ebionitas, el adopcionismo, el docetismo, o el mismo arrianismo. Por otro lado, el pelagianismo hendiría sus enseñanzas en lo relacionado con la pecaminosidad del hombre.
Autor: Juan Manuel Quero Moreno
© 2021. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA. Las opiniones de los autores son estrictamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.
Otros Artículos de Juan Manuel Quero |
---|