OPINIÓN / LA HISTORIA DE LA IGLESIA A TRAVÉS DE LOS AVIVAMIENTOS
Continuamos con la segunda entrega de esta interesante serie titulada "La historia de la Iglesia a través de los avivamientos", a cargo de Juan Manuel Quero Moreno.
Madre y su hija leyendo la Biblia. Cuadro del pietismo «Mutter und Schwester» , de Hans Thoma, 1868. [IMAGEN: https://xvii.es/el-pietismo]
(JUAN MANUEL QUERO, 13/10/2020) | Dios usó, como siempre, a personas que guiasen e instrumentaran esos avivamientos que Dios quería traer a sus hijos. Pero, también existirían otros protagonistas, o antagonistas, que, en este caso, buscarían ser adalides de los anti-avivamientos.
Nos encontraremos con un David, pero también con un Goliat que intentaría obstaculizar a los ejércitos de Dios. Nos encontraremos con un Nehemías y con un Zorobabel, en medio de una gran necesidad, con el propósito de reconstruir la casa de Dios; pero, también con los opositores como eran Sambalat, Tobías y Guesem.
Así nos encontraremos con patriarcas en la Biblia que serían usados para avivar a los pueblos. Jacob buscaría la bendición de Dios, y en ese empeño es que surgiría todo un pueblo que se sujetaría a Dios, a pesar de todas las vicisitudes y contrariedades. Este tendría que asumir sus errores, y buscar a Dios en aquel lugar que sería hecho «casa de Dios», Betel. Tendría que buscar la reconciliación con su hermano Esaú, y tendría que dejar el engaño, para vivir en la verdad de Dios. El avivamiento viene cuando procuramos que nuestras iglesias realmente sean casa de Dios, y no de algunos que se posicionen con la mentira y lo contrario a su voluntad.
Sería interesante también hacer una reflexión sobre los libertadores, como Moisés y Josué, para encontrar también con realidades que corresponden a verdaderos avivamientos en la Historia Antigua de la humanidad. Pensando en estos libertadores, también podríamos llegar a los «Jueces», es decir, aquellos gobernadores (14 si contamos a Samuel), que, durante unos 200 años, tuvieron un papel fundamental para que el pueblo de Dios se mantuviera ilusionado y pletórico en los propósitos de Dios. En todo ello, sí que se ve una dependencia mayor respecto a «los protagonistas», pues cuando un juez moría el pueblo se venía abajo (Jueces 2:19). Se da importancia a la persona; pero, también es verdad, que el rol del Espíritu Santo sería diferente con la venida del Mesías, en la persona de Cristo; y la dependencia humana se ceñiría más a Dios, quien genera y regenera vida, y por lo tanto también el avivamiento.
Reyes como David, Salomón, o Josías, fueron usados por Dios para desarrollar un avivamiento especial. Sin embargo, todos estos despertares se darían de formas diferentes, aunque los principios divinos fuesen parecidos. Josías, que comenzó a reinar de niño, ya que murió su padre, el rey Amón asesinado, siendo él un niño. Reinó durante 31 años en Judá (641 a 610 a. C.). Es interesante que es uno de los reyes mencionados en la genealogía de Jesús (Mateo 1:10-11). También llama la atención que se diga de él que «anduvo en todo el camino de David su padre, y no se apartó ni a derecha ni a izquierda» (2ª Reyes 22:2). Es importante esto, porque vemos que David es elevado a un estatus de referencia espiritual, a pesar de ser hombre imperfecto y que cometió muchos errores. Pero, David, como Josías, quiso edificar casa para Dios. En tiempo de Josías la casa de Dios estaba abandonada, contaminada con ídolos y acciones que a Dios desagradaban. Cuando la profetisa Hulda, que viene bien destacar que era una mujer, explica las consecuencias del mal que se estaba haciendo, hace ver que Josías se había quebrantado delante de Dios, y esto le validó para encabezar este despertar (2ª Reyes 22:19). Le lleva a tomar medidas como rey para restaurar el templo. Josías manda al sacerdote Hilcías dicha restauración, y en este trabajo se encuentra un rollo, que algunos creen, se trataba de Deuteronomio. La cuestión, es que, en base a la Palabra de Dios «encontrada», se toman medidas de restauración, y se ordena que, en primer lugar, los ancianos, sacerdotes y él mismo se santifiquen; que ordenen sus vidas; y posteriormente se haga un llamamiento para celebrar la Pascua. En todo este proceso se dan además principios muy necesarios para el avivamiento: 1º Un encuentro con la Palabra; 2º obediencia a la Palabra de Dios; 3º reconocimiento del pecado; 4º arrepentimiento y quebrantamiento; 5º ajustes sociales, quitando todo lo pagano y restaurando una relación genuina con Dios. 6º En todo ello también vemos oración y esfuerzo, un trabajo que se desarrollaba con un corazón dispuesto a Dios, como dice el Salmo 108:1. Podríamos hacer también un recorrido por el Nuevo Testamento, para encontrarnos con personajes como Juan el Bautista y los mismos apóstoles. Pero, esto lo dejaremos, ya que se tratará en los próximos temas que nos ocuparán.
En la Historia Medieval, Moderna y Contemporánea, llegando incluso a nuestros días, encontraremos también personajes muy destacados, como Pedro Valdo, Juan Huss, Juan Wiclef, Martín Lutero; o aquellos grandes predicadores como Spurgeon, Whitefield, Moody, Finney y tantos otros, que serían, hasta nuestro tiempo, hombres y mujeres de Dios, usados para un avivamiento histórico; que iremos analizando. Dicho esto, aclaramos que, ante todo, el avivamiento lo da Dios; que es obra del Espíritu Santo, que cuenta con la participación de los creyentes, en medio de las debacles y situaciones adversas, y de esta manera se van forjando hitos históricos y experiencias de avivamientos que mantienen el devenir histórico que nos permite contar la narrativa de la historia de la iglesia.
Latourette, como historiador, apuntaría que, el hombre podría existir desde hace aproximadamente un millón doscientos mil años; que la civilización comenzaría desde hace unos diez mil o doce mil años, con el deshielo, pero, que, ante esta enormidad de tiempo, siglos y milenios, el cristianismo abarca tan solo dos mil años. No obstante, «la historia, vista desde el punto de vista cristiano, podrá referirse de la manera siguiente: Siempre, desde el comienzo de la raza humana»[1]. El argumento para esta opinión, es que siempre Dios ha intentado atraer al hombre a su presencia, y que por lo tanto, la historia tiene un componente donde Dios sigue dando una oportunidad para encauzar los desajustes personales y sociales, para experimentar una nueva vida, pero, también un avivamiento para aquellos que han quedado aletargados por la fuerza impuesta de una sociedad que no quiere dar cabida a Dios.
Nuestro tiempo, podría ser la oportunidad para un avivamiento pandémico. El contexto es el que se daba en medio de tantos otros avivamientos. Pero, es la pandemia del COVID-19 lo que puede suponer un avivamiento de magnitud mundial. Si la pandemia vírica es mundial, también es mundial la necesidad. Las iglesias están interrelacionadas más que nunca en este tiempo. Los medios y los contextos históricos se dan en este tiempo. Mucha gente mira al cielo buscando respuesta y replanteándose la realidad de Dios. Hoy, la iglesia ha de indicar quién es el que está en el cielo y quién es el que tiene «la corona». Esta «corona» no es del virus, es de Cristo. Pero, de nuevo es necesario la toma de decisiones, y los ritmos y procesos de avivamiento se pueden dar con marchas muy diferentes. Hay que recordar que los antagonistas de los avivamientos también surgen al mismo tiempo.
Las falsas doctrinas y diversos tipos de obstáculos también surgirán. Las redes sociales y de comunicación diversa, se llenarán también de falsedades y manipuladores que buscarán su protagonismo. Pero, aun así, este es el tiempo de conjugar la gracia y la fe, y de que el Espíritu Santo tome el control de nuestras vidas. Este es tiempo donde la iglesia puede percatarse de su debilidad y buscar a Dios. Al mismo tiempo, hemos de prepararnos, y buscar que las iglesias, el pueblo de Dios, esté bien consolidado en la sana doctrina. Este es también el tiempo, en el que, como Habacuc, podemos decir: «Aviva tu obra en medio de los tiempos».
[1] Kenneth Scott Latourette. Historia del cristianismo, tomo 1. El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 1979, pp. 31-37.
Autor: Juan Manuel Quero Moreno
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