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NOVEDAD EDITORIAL

“El diálogo como signo distintivo de la Iglesia”, por Máximo García Ruiz

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El autor de “Libertad religiosa: un largo camino” y otra veintena de obras propias, además de una docena de obras compartidas, nos ofrece un breve ensayo en el que reflexiona sobre la importancia del diálogo como herramienta para la paz.

Máximo GR

Máximo García Ruiz / Archivo MGala

(Redacción, 18/05/2020) ¿Es el diálogo un signo distintivo de la Iglesia de Jesucristo? ¿Debería serlo? ¿Dialogar con quién? ¿Dialogar para qué? ¿Existen límites o condiciones para el diálogo? Estos y otros muchos interrogantes se plantean al hablar de diálogo en la Iglesia… o con la Iglesia.

Máximo García Ruiz, prolífico autor protestante con más de 24 libros en su haber (más otros  12 en calidad de coautor), reflexiona sobre este importante tema en un ensayo breve de 40 páginas que hoy pone a disposición de sus muchos lectores a través de Actualidad Evangélica.

El autor, destacado intelectual del protestantismo español, colaborador habitual de Actualidad Evangélica, señala el hecho constatable de que existe un amplio consenso, dentro y fuera de la Iglesia cristiana, “en enaltecer el diálogo como herramienta necesaria para lograr esa paz universal tan deseada”. Afirma que el diálogo en la Iglesia, “cualquiera sea la denominación que adopte, comprobamos que no se trata tan solo de una moda de los últimos tiempos, sino que estamos haciendo referencia a una idea que vertebra la historia del cristianismo”.

20200518 1Sin embargo, existen dificultades, líneas rojas y condiciones previas para el diálogo: “El diálogo en sí mismo es un proceso creativo en busca de espacios comunes de entendimiento; un proceso ajeno a todo tipo de dogmatismos o totalitarismos. Puede haber controversia, pero jamás admite la violencia”.

García Ruiz también señala otra dificultad para el diálogo en la Iglesia: “Obviamente diálogo y apología son términos que no casan fácilmente, lo cual no significa que hacer apología de las creencias propias no sea un derecho legítimo”. Y subraya dos elementos clave en todo diálogo: el respeto y el interés honesto por conocer “la verdad del otro”.

El diálogo, no obstante, no presupone tener que renunciar a las convicciones propias ni, mucho menos, a la propia identidad: “Si llegáramos a negar o a ocultar lo que somos, si llegáramos a sentir vergüenza por nuestra diferencia ideológica (también podría ser racial, cultural o de cualquier otra índole), si llegáramos a avergonzarnos de nosotros mismos, estaríamos perdiendo nuestra identidad, y sin identidad personal no hay espacio ni para la comunicación ni para el diálogo creativos. Defender nuestra propia identidad es tan necesario como defender la identidad del Otro”, dice el autor.

“El diálogo como signo distintivo de la Iglesia” es una obra breve, que no pequeña, estructurada en 7 capítulos, más una introducción y una conclusión: 1) Forjar senderos de diálogo; 2) Cristianismo y diálogo; 3) El diálogo en el Nuevo Testamento; 4) El diálogo en la Iglesia primitiva; 5) Iglesia y diálogo; 6) Diálogo interreligioso; y 7) Parlamento de las religiones.

Al final, se ofrece una relación de referencias bibliográficas que ofrecen al lector la posibilidad de ampliar su propia reflexión sobre el tema.

A continuación ofrecemos la Introducción y el enlace para descargar, de forma gratuita, el libro completo en formato PDF.

Como manda la ética editorial, los interesados en reproducir total o parcialmente este texto deberán ponerse en contacto con el autor para solicitar la autorización correspondiente (maximogarcia28850@gmail.com). Lo que, además de ético, supondrá una oportunidad inmejorable para un “diálogo” directo y, sin duda provechoso, con el autor.

 

El diálogo como signo distintivo de la Iglesia / Autor: Máximo García Ruiz

Introducción

      Políticos y sociólogos, clérigos y terapeutas, pedagogos y comunicadores, psicólogos y empresarios coinciden en resaltar la importancia del diálogo en las relaciones interpersonales, así como en la implementación de proyectos de interés común. Conceptos como pluralidad, concurrencia de ideas, fomento de la convivencia, defensa de espacios comunes de libertad, tolerancia, promoción de la paz universal, coinciden en enaltecer el diálogo como herramienta necesaria para lograr esa paz universal tan deseada. Y si el término lo aplicamos a la Iglesia cristiana, cualquiera sea la denominación que adopte, comprobamos que no se trata tan solo de una moda de los últimos tiempos, sino que estamos haciendo referencia a una idea que vertebra la historia del cristianismo, bien sea por haber sido un motor proactivo de la teología desde la época de la Patrística o bien precisamente por la falta de diálogo en otras etapas de la historia, debido a la prevalencia de posturas dogmáticas y excluyentes que han abortado cualquier tendencia conducente al consenso derivado del debate de ideas abierto a la opción de aceptar posturas ajenas como propias, llegado el caso. 

      El diálogo implica, en primer lugar, la disposición de comunicarse entre quiénes por razones diversas, ocupan espacios diferentes, sean éstos geográficos, ideológicos, idiomáticos o de cualquier otra índole. En este sentido, diálogo demanda una disposición abierta al entendimiento, aunque éste no siempre resulte sencillo e, incluso, en ocasiones, se muestre como algo imposible de lograr. Su propia simplicidad etimológica, día (dos), logos (palabra) encierra un sentido tan expresivo que nos permite visualizar a los interlocutores, uno frente a otro, estableciendo vías de comunicación creativas, desde la diversidad o, incluso, desde posturas inicialmente contrapuestas. Por otra parte, el hecho de fomentar la relación mediante el diálogo lleva consigo la socialización también entre desiguales que, por serlo, son complementarios entre sí para el fomento de la vida en común. El diálogo se nutre de preguntas y respuestas, de consensos y disensos, un proceso que conduce ineluctablemente, del yo al nosotros, de lo mío a lo nuestro, de lo particular a lo universal. Se trata de un consenso racional, no meramente táctico, que hace posible interiorizar como propias posturas que en otro tiempo resultaban ajenas.

      El diálogo en sí mismo es un proceso creativo en busca de espacios comunes de entendimiento; un proceso ajeno a todo tipo de dogmatismos o totalitarismos. Puede haber controversia, pero jamás admite la violencia. Desde Platón, a quien se atribuye el vocablo, el diálogo favorece todo tipo de debate en el que no hay lugar para la imposición sino para la búsqueda de una verdad compartida. Nada tiene que ver el diálogo con la polémica, ni siquiera con la apologética. Los grandes apologetas de los primeros siglos del cristianismo pusieron todo su empeño en demostrar el error de sus contrarios, llegando con frecuencia a condenarlos al ostracismo o a imponerles penas peores, cuando consiguieron el respaldo del poder civil establecido. Obviamente diálogo y apología son términos que no casan fácilmente, lo cual no significa que hacer apología de las creencias propias no sea un derecho legítimo. No olvidemos que la apologética se fundamenta precisamente en dogmas asumidos como verdades absolutas, incuestionables, incapaces por su propia naturaleza de aceptar argumentos que cuestionen dichas posturas; de ahí la incompatibilidad con el diálogo.

      Además del respeto a “la verdad del otro”, el diálogo se nutre de preguntas y respuestas, generalmente todas ellas de carácter provisional. Se trata de una forma de indagar acerca de lo desconocido; preguntas que buscan respuestas que, previsiblemente, pueden encontrarse en los argumentos de la otra parte implicada en el diálogo y que, por ello, se trata de un proceso que permite abrirse a otras fuentes del saber. Esa búsqueda obliga a salirse de uno mismo para entrar en el otro, a renunciar al monólogo para interesarse sinceramente por el pensamiento de otros.

      Precisamente el cristianismo ha desarrollado una teología que introduce la idea de una relación personal entre Dios y el hombre, aunque frecuentemente se haya convertido en una teología fallida. Idealmente se ha manifestado como la relación de amistad que presenta la Biblia entre Dios y Abraham. Dios es percibido de esa forma como un Dios personal que dialoga con sus criaturas.

Máximo García Ruiz

Madrid, abril de 2020.-

 

>> Descargue aquí el libro completo: El diálgo como signo distintivo de la Iglesia (formato PDF)

Fuente: Actualidad Evangélica

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© 2020- Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

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