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OPINIÓN / SIN ÁNIMO DE OFENDER - por JORGE FERNÁNDEZ
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(JORGE FERNÁNDEZ, 16/04/2019) | El incendio de la catedral de Notre Dame ha estremecido al mundo entero y a todos a la vez, de forma simultánea. Desde los cuatro puntos cardinales del planeta, hemos podido seguir con angustia durante 8 horas la labor de los bomberos intentando controlar el devastador efecto de las llamas. Sintiendo en nuestro ser el impacto de la aguja de la catedral al desplomarse...

Es lo que tiene el mundo actual: que los medios de comunicación y, muy especialmente las redes sociales, nos permiten ser testigos en directo de sucesos conmovedores que transcurren a miles de kilómetros de distancia de donde estemos.

La causa "accidental"  decepcionará a no pocos. No tardaron nada los abonados a las teorías conspiratorias en relacionar el suceso con la presunta “quema de iglesias cristianas que está produciéndose en Francia” (sic)

Como sucedió en el 11-S, la pregunta que nos haremos en los años venideros será, “¿Dónde estabas tú el 15 de abril de 2019?”. Gracias a Dios, a diferencia de lo que sucedió con las Torres Gemelas, en este caso parece claro que no se trata de un atentado terrorista. Todos los indicios apuntan a “un incendio accidental e involuntario”, que es como ha caratulado la investigación la policía francesa.

No es que esto sirva de mucho consuelo frente a la enorme pérdida arquitectónica, artística y cultural que, en buena medida, será irreparable. Pero al menos no tenemos un problema añadido que agudice la crisis de convivencia o alimente las tensiones que tenemos hoy en Francia y en toda Europa. Doy gracias a Dios por eso y por el hecho de que no tengamos daños personales que lamentar, con la excepción de un par de policías y un bombero, al parecer con heridas de diversa consideración. La pronta acción de las fuerzas y cuerpos de seguridad franceses consiguió evacuar a los turistas y fieles que se encontraban dentro del templo e, incluso, poner a salvo algunas reliquias, muebles y obras de arte que pudieron rescatar de entre las llamas.

Sin embargo, esto -la causa accidental- decepcionará a no pocos. No tardaron nada los abonados a las teorías conspiratorias en relacionar el suceso con la presunta “quema de iglesias cristianas que está produciéndose en Francia” (sic). Ninguna mención entre estos conspiranoicos, por supuesto, a las tres iglesias evangélicas incendiadas en las últimas semanas en Luisiana, EEUU -éstas sí presuntamente atacadas por supremacistas blancos contra iglesias afroamericanas, según la línea de investigación que maneja la policía estadounidense-.

A éstos, la causa accidental del incendio en París no solo les decepcionará, sino que la negarán. Ya andan por ahí aventurando que Macrón –“un masón de alto grado”, afirman- ocultará información sobre los verdaderos autores del “atentado” (sic)-. Nada nuevo bajo el sol; el negacionismo, la posverdad y las fake news, son el recurso por excelencia de estos haters que actúan, con sus teas ardientes de mentiras y falsedades, como auténticos pirómanos en las redes sociales. En otras palabras, para ellos dará igual que el incendio en Notre Dame haya sido producido por una torpeza o una fatalidad: para ellos siempre habrá sido provocado.

Nada nuevo bajo el sol; el negacionismo, la posverdad y las "fake news", son el recurso por excelencia de estos "haters" que actúan, con sus teas ardientes de mentiras y falsedades, como auténticos pirómanos en las redes sociales.

¿Provocado, por quiénes? Ah… pues ¡adivinen! (Solo espero que entre lo albañiles u operarios involucrados en el accidente no haya ninguno de nombre Mohamed, Facundo, Hasan o Masani… Ruego a Dios que quede bien esclarecido que todo haya sido fruto de un desafortunado accidente).

Francia y toda Europa están inmersaS en una crisis de identidad. El Brexit, los nacionalismos supremacistas, el resurgir de los discursos identitarios, xenófobos, radicales de ideologías extremas, se nutren de nuestros miedos y de nuestra confusión ante esa crisis de identidad.

Y no cabe duda de que Notre Dame es un símbolo y una seña de identidad de nuestra civilización occidental. Su pérdida, aunque sea parcial, supone una herida dolorosa en nuestra autoestima colectiva y, ante esa situación, la tentación de buscar “un enemigo común” que nos una ante la tragedia es muy grande en el contexto actual. Ellos lo saben. Por eso, es importante que las autoridades, los partidos y los líderes de opinión, se conduzcan -nos conduzcamos- con prudencia extrema en este tipo de casos. Los gestos de solidaridad y de unidad tienen que prevalecer por encima de cualquier diferencia ideológica, por legítima que sea.

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Alguien comentaba esta mañana: “duele tener que reconocer que en pleno siglo XXI se nos queman las catedrales igual que en el siglo XIII”. Eso es cierto. No es fácil encajar nuestra incompetencia o torpeza, nuestra incapacidad para evitar una desgracia así. Pero, podemos encajar mucho mejor un golpe en nuestra autoestima primermundista, si así se entiende, que un “incendio social” alimentado por los vientos de la desinformación y por la manipulación premeditada de los pirómanos del odio en las redes sociales.

Eso no nos lo podemos permitir.

Autor: Jorge Fernández

© 2019. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA. Las opiniones de los autores son estrictamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

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