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OPINIÓN / MÁXIMO GARCÍA RUIZ

Tendencias teológicas: Teología del pueblo

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(Máximo García Ruiz, 08/02/2019) En escritos recientes nos hemos ocupado de la que denominamos teología de las emociones. Hemos hecho referencia, igualmente, a la teología de la prosperidad y a determinadas posturas teológicas que establecen criterios fundamentales, inamovibles, para definir, defender y difundir las diferentes doctrinas cristianas. Posturas con frecuencia discrepantes entre sí, que ponen de relieve el pluralismo de la Iglesia cristiana.

La teología tiene como finalidad desentrañar las grandes incógnitas de la humanidad y tratar de dar respuestas coherentes conforme al pensamiento divino. El ingrediente necesario para dar consistencia al hecho teológico es la fe. Fe e intelecto se unen para establecer el puente necesario entre Dios y el ser humano.

La apertura que supuso el Concilio Vaticano II propició el desarrollo de la teología del pueblo, a la que puso nombre el filósofo y teólogo jesuita uruguayo Juan Luis Segundo (1925-1996).

Las religiones monoteístas han resuelto en parte el problema que supone armonizar ambos conceptos, fe e intelecto, aceptando la existencia de las Sagradas Escrituras a las que se atribuye, en mayor o menor grado, según sea la tradición que las interprete, ser Palabra de Dios, bien porque se considera que han sido dictadas o bien porque se entiende que han sido inspiradas por Dios. Es evidente que una experiencia de esta índole, que cuenta con una elevada dosis de subjetividad, justifica sobradamente el hecho de que existan diferentes formas de hacer teología y diferentes maneras de ser cristiano.

Pues bien, una vez planteados estos prolegómenos, vamos a ocuparnos de una de las corrientes actuales por las que discurre la teología cristiana. Nos referimos a la teología del pueblo. Se trata de una corriente o expresión teológica íntimamente conectada con la teología latinoamericana de la libración desarrollada especialmente en América Latina a raíz del Concilio Vaticano II, con ramificaciones tanto católico-romanas como protestantes. Si bien es preciso señalar que la teología del pueblo tiene raíces muy relevantes en los movimientos de curas obreros, también conocidos como curas rojos, surgidos en Francia y su proyección en España en la década de los 40 del siglo pasado, que algunos identifican como predecesores de la teología de la liberación.

La apertura que supuso el Concilio Vaticano II propició el desarrollo de la teología del pueblo, a la que puso nombre el filósofo y teólogo jesuita uruguayo Juan Luis Segundo (1925-1996).

Históricamente la teología ha utilizado como vehículo de transmisión de su mensaje la liturgia, más o menos elaborada según sea la tradición eclesial. El hecho teológico se expresa de forma vertical, de arriba abajo, de Dios a los hombres pasando por un intermediario, a través de signos y símbolos que administra el liturgo consagrado a tal menester. Esta forma de concebir las relaciones Dios/ser humano hace que la Iglesia, definida en ocasiones como sociedad perfecta, establezca líneas rojas de separación entre ella y “el mundo”, como entidades totalmente diferenciadas. Es cierto que la Reforma del siglo XVI incorporó elementos nuevos de aproximación derribando algunas barreras que dificultaban la conexión Dios/pueblo, recuperando la doctrina del sacerdocio universal de todos los creyentes, si bien en la práctica continúa vigente el concepto de iglesia como ente claramente diferenciada y alejada del pueblo, a pesar de que en algunos sectores se haya recuperado el término pueblo de Dios.

Hablar de teología del pueblo es poner el acento en el sujeto humano, como individuo y como colectividad, fomentando la evangelización de la cultura encaminada a transformar la sociedad económica, política y religiosamente, con el propósito de hacerla más habitable...

La teología de la liberación o, dicho con mayor precisión, las diferentes teologías de la liberación, dieron un vuelco tanto a la teología como a la liturgia, democratizando en buena medida el acceso a la reflexión teológica. Sin embargo, las estructuras eclesiales continúan siendo una especie de corsé que condiciona en buena medida la expresión libre y directa del pueblo en su relación con Dios, tanto en la Iglesia católica como en las diferentes confesiones protestantes, sin perder de vista a la Iglesia ortodoxa.

Centrándonos más en el concepto “iglesia del pueblo” que en el desarrollo teológico que del mismo han hecho autores como Lucio Gera, Rafael Tello y otros teólogos latinos -especialmente argentinos, incluido el jesuita Jorge Mario Bergoglio antes de ser designado como Papa de la Iglesia de Roma-, que circunscriben su reflexión en el marco de la Iglesia católica, veamos el tema proyectado de forma inclusiva a la perspectiva protestante.

Hablar de teología del pueblo es poner el acento en el sujeto humano, como individuo y como colectividad, fomentando la evangelización de la cultura encaminada a transformar la sociedad económica, política y religiosamente, con el propósito de hacerla más habitable, fomentando en las estructuras sociales y religiosas del pueblo, al que se le confiere la categoría de actor principal, la justicia social, mediante una participación activa y responsable.

La Iglesia adquiere su talante profético en la medida en la que se diluye en el pueblo y convierte al pueblo en el protagonista directo del diálogo con Dios. El teólogo académico cede la voz al pueblo y se convierte en todo caso en facilitador, permitiendo y encauzando la voz del pueblo para que no quede opacada por las interferencias académicas que escapan al entendimiento y al control del pueblo. La iglesia-institución, sea cual fuere su denominación, tiene que achicar el espacio de los “profesionales” para ofrecer mayor cuota de participación al pueblo, no tanto en el sentido temporal del término, que también, como en el sentido transcendente de diálogo entre el pueblo y Dios, algo que en los tiempos que corren parece no ser muy bien acogido por algunas iglesias del arco denominacional heredero de la Reforma, en las que cada vez toman mayor protagonismo los autodenominados “apóstoles” y “profetas” que reducen al pueblo a meros escuchantes y contribuyentes.

La iglesia-institución, sea cual fuere su denominación, tiene que achicar el espacio de los “profesionales” para ofrecer mayor cuota de participación al pueblo, no tanto en el sentido temporal del término, que también, como en el sentido transcendente de diálogo entre el pueblo y Dios...

La teología del pueblo sitúa a la comunidad en el centro y, en torno a ella y a partir de ella, surgen los canales de comunicación con Dios. La teología del pueblo se mueve fuera de las categorías liberal y marxista para centrarse en una teología pastoral dentro de la cultura propia de cada comunidad (pueblo vs. imperio, comunidad vs. institución), lo cual demanda una forma diferente de pastoral y produce una espiritualidad distinta. Aquí las palabras clave son Dios-pueblo-fe-cultura. Se trata, por consiguiente, de una teología radical porque nos conduce hasta la misma raíz del evangelio: la comunidad de creyentes, el pueblo de Dios, no como una comunidad separada del mundo, ajena a la historia y a la cultura en la que se desarrolla, sino como fermento profético, como levadura que leuda la masa, como liturgo de la humanidad.

Autor: Máximo García Ruiz. Febrero 2019 / Edición: Actualidad Evangélica

 

© 2019 - Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

20120929-1*MÁXIMO GARCÍA RUIZnacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Historia de las Religiones, Sociología e Historia de los Bautistas en la Facultad de Teología de la Unión Evangélica Bautista de España-UEBE (actualmente profesor emérito), en Alcobendas, Madrid y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 21 libros y de otros 12 en colaboración, algunos de ellos en calidad de editor.

 

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