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Protestantes ilustres / Bonhoeffer - por Máximo García

[Bonhoeffer] El místico: Espiritualidad y Vida comunitaria

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Este artículo forma parte de una serie sobre el teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer, escrita por Máximo García Ruiz (ver introducción / ver artículo anterior)

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Dietrich Bonhoeffer, detalle de la portada del libro, "Dietrich Bonhoeffer y la Teología de la Vida que predica", de Michael Pasquarello

(MÁXIMO GARCÍA RUIZ*, 10/07/2018) | 

ENTRE MI PRÓJIMO Y YO ESTÁ CRISTO

Dietrich Bonhoeffer es un cristiano impregnado de la doctrina y de la espiritualidad de Lutero. Todos sus escritos rezuman la enseñanza de Lutero pasada por el tamiz de una experiencia vital con Jesucristo, una experiencia captada a través de la fe.

Por consiguiente, para entender a Bonhoeffer no debemos perder de vista su arraigada formación luterana. El luteranismo crea un sentido de respeto a las autoridades y jerarquías del Estado; el rompimiento con la dependencia de Roma en el siglo XVI devino en una veneración y respeto a las autoridades civiles, promoviendo la intercesión ante Dios a su favor, aunque no necesariamente tenga que haber un sometimiento a dicha autoridades. Y es precisamente en este contexto en el que hay que valorar el rompimiento de Bonhoeffer con la Iglesia institucionalizada y su compromiso con la Iglesia confesante, mientras que abría un frente de oposición al régimen nazi.

Un lema marca la vida de Bonhoeffer: “entre mi prójimo y yo está Cristo”. Es el fundamento de su idea de comunidad, sabiendo, además, que el prójimo quiere ser amado tal y como es

Un lema marca la vida de Bonhoeffer: “entre mi prójimo y yo está Cristo”. Es el fundamento de su idea de comunidad, sabiendo, además, que el prójimo quiere ser amado tal y como es; por esa razón, por las diferencias que nos separan y por los egoísmos que nos asedian, no podemos encontrar al prójimo sino a través de Cristo, mediante el amor espiritual. Sólo por Cristo tenemos acceso los unos a los otros.

Su referente espiritual se encuentra en la Comunidad. La experiencia de vida comunitaria en el Seminario de Finkenwalde fue decisivo para Bonhoeffer. Su teología trascendente se encarna en los hermanos, descubriendo que la alabanza a Dios se hace más efectiva a través de la presencia del hermano. Esta experiencia la dejará registrada en su libro Gemeinsames Leiben, que podemos leer en castellano bajo el título Vida en Comunidad, publicado en 1939.

Bonhoeffer descubre que el hermano es un signo visible y misericordioso de la presencia de Dios. Y a través de esta vivencia percibe la vida en comunidad como una gracia extraordinaria, un privilegio inaudito. Ahora bien, para Bonhoeffer comunidad cristiana se forma cuando está presente Jesucristo. Sólo Jesucristo hace posible la comunión; se trata de una comunidad de creyentes en cuyo testimonio encontramos la palabra de Dios, siempre a través de Jesucristo, único mediador que nos acerca a Dios y a los hombres. Es la esencia de la teología luterana y, por extensión, de todo el movimiento de la Reforma.

Para Bonhoeffer la fraternidad cristiana es un don de Dios que se produce en el orden espiritual, en un plano real, ajeno a esa atmósfera de experiencias embriagadoras y de exaltación piadosa que tanta atracción ejerce sobre tantos cristianos. Distingue entre “la comunidad de nuestros sueños (la de los ensueños piadosos) y la “comunidad fundada en la realidad que nos ha sido dada”.

El cristianismo de Bonhoeffer toma como paradigma el referente de los primeros años, antes de su institucionalización. Bonhoeffer tomó a Jesús suficientemente en serio como para tratar de imitarlo. Para él “la Iglesia solo es iglesia cuando existe para los demás” (“El esbozo de un trabajo”, verano de 1944, cf. Resistencia y Sumisión, p.267).

LA GRACIA BARATA

Para Bonhoeffer la presentación de esa “gracia barata” por parte de la Iglesia es una negación de la Palabra de Dios, una negación de Jesucristo, una burla de Dios; es la predicación del perdón sin arrepentimiento.

Uno de los libros por el que más se conoce a Dietrich Bonhoeffer es El precio de la gracia. El seguimiento”. El habla de “gracia” y “gracia barata”. La gracia barata es el enemigo mortal de nuestra iglesia (perdón, consuelo, sacramento malbaratados). No cuesta nada. Lo tenemos todo gratis. Señala a la devaluación producida en la rutina de la vida cristiana de una de las doctrinas emblemáticas de la Reforma.

Para Bonhoeffer la presentación de esa “gracia barata” por parte de la Iglesia es una negación de la Palabra de Dios, una negación de Jesucristo, una burla de Dios; es la predicación del perdón sin arrepentimiento. La “gracia cara”, por el contrario, demanda búsqueda, seguimiento, entrega de la vida, Es cara porque le ha costado cara a Dios (dar a su Hijo). Esta gracia (la proclamada por Lutero según la interpreta Bonhoeffer) consuela, libera de la esclavitud, perdona los pecados, pero no libera del compromiso, del trabajo.

Bonhoeffer tiene muy presente la teología luterana de la cruz, muy diferente a la teología de la gloria, paradigma de la época medieval, recuperada en nuestros días, entre otros, por los seguidores de la teología de la prosperidad. Sufrir y ser rechazado no es lo mismo. Sufrir y ser rechazado es la expresión sintética de la cruz de Jesús. Seguir a Jesús es voluntario (“si alguno quiere...”), pero exige renuncia de sí mismo...  y tomar la cruz. Y anticipa, como una premonición respecto a su persona: “Toda llamada de Cristo conduce a la muerte”. El sufrimiento es para Bonhoeffer uno de los signos de la verdadera iglesia, tal y como Lutero lo expuso.

(Próximo artículo: Bonhoeffer: Aspectos destacados de su vida)


Autor: Máximo García Ruiz*, Julio 2018.

 

© 2018 - Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

20120929-1*MÁXIMO GARCÍA RUIZ, nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Historia de las Religiones, Sociología e Historia de los Bautistas en la Facultad de Teología de la Unión Evangélica Bautista de España-UEBE (actualmente profesor emérito), en Alcobendas, Madrid y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 21 libros y de otros 12 en colaboración, algunos de ellos en calidad de editor.

 

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Máximo García Ruiz

 

La creación de los estados modernos europeos, tal y como los conocemos hoy en día, no hubiera sido posible sin la existencia de la Reforma protestante y su correlato, el Concilio de Trento, tal y como veremos más adelante.

De igual forma, la Reforma no hubiera podido tener lugar, en su inmediatez histórica, sin la existencia del Humanismo y su manifestación artística y científica conocida como Renacimiento. Ahora bien, para poder centrar el tema, tenemos que remontarnos a la era anterior, la Edad Media, y poner nuestra mirada inicial, como punto de partida, en la Escolástica, el sistema educativo, el sistema teológico que identifica ese período, así como en el Feudalismo como forma de gobierno y estructuración social.

Para el escolasticismo la educación estaba reservada a sectores muy reducidos de la población, sometida a un estricto control de parte de la Iglesia. A esto hay que añadir que el sistema social estaba subordinado, a su vez, al ilimitado y caprichoso poder de los señores feudales bajo el paraguas de la Iglesia medieval que no sólo controlaba la cultura, sino que sometía las voluntades de los siervos, que no ciudadanos, amparada por un régimen considerado sagrado, en el que sus representantes actuaban en el nombre de Dios.

La Escolástica se desarrolla sometida a un rígido principio de autoridad, siendo la Biblia, a la que paradójicamente muy pocos tienen acceso, la principal fuente de conocimiento, siempre bajo el riguroso control de la jerarquía eclesiástica. En estas circunstancias, la razón ha de amoldarse a la fe y la fe es gestionada y administrada por la casta sacerdotal.

En ese largo período que conocemos como Edad Media, en especial en su último tramo, se producirían algunos hechos altamente significativos, como la invención de la imprenta (1440) o el descubrimiento de América (1492), que tendrán una enorme repercusión en ámbitos tan diferentes como la cultura, las ciencias naturales y la economía. En el terreno religioso, la escandalosa corrupción de la Iglesia medieval llegó a tales extremos que fueron varios los pre-reformadores que intentaron una reforma antes del siglo XVI: John Wycliffe (1320-1384), Jan Hus (1369-1415), Girolamo Savonarola (1452-1498), o el predecesor de todos ellos, Francisco de Asís (1181/2-1226) y otros más en diferentes partes de Europa. Todos ellos, salvo Francisco de Asís, que fue asimilado por la Iglesia, tuvieron un final dramático, sin que ninguno de esos movimientos de protesta, no siempre ajustados por acciones realmente evangélicas, consiguiera mover a la Iglesia hacia posturas de cambio o reforma.

 

No era el momento. No se daban los elementos necesarios para que germinaran las proclamas de estos aguerridos profetas, cuya voz quedó ahogada en sangre. El pueblo estaba sometido al poder y atemorizado por las supersticiones medievales; las élites eran ignorantes y no estaban preparadas para secundar a esos líderes que, como Juan el Bautista, terminaron clamando en el desierto, a pesar de que su mensaje, como las melodías del flautista de Hamelin, consiguiera arrastrar tras de sí algunos centenares o miles de personas. ¿Cuál fue la diferencia en lo que a Lutero se refiere? La respuesta, aparte de invocar aspectos transcendentes conectados con la fe de los creyentes es, desde el punto de vista histórico, sencilla y, a la vez, complicada; hay que buscarla, entre otras muchas circunstancias históricas, en el papel y en la influencia que ejercieron el Humanismo y el Renacimiento. Existen otros factores, sin duda, pero nos centraremos en estos dos.

 

Identificamos como Humanismo, al movimiento producido desde finales del siglo XIV que sigue con fuerza durante el XV y se proyecta al XVI, que impulsa una reforma cultural y educativa como respuesta a la Escolástica, que continuaba siendo considerada como la línea de pensamiento oficial de la Iglesia y, por consiguiente, de las instituciones políticas y sociales de la época. Mientras que para la educación escolástica las materias de estudio se circunscribían básicamente a la medicina, el derecho y la teología,  los humanistas se interesan vivamente por la poesía, la literatura en general (gramática, retórica, historia) y la  filosofía, es decir, las humanidades. Con ello se descubre una nueva filosofía de la vida, recuperando como objetivo central la dignidad de la persona. El hombre pasa a ser el centro y medida de todas las cosas.

 

La corriente humanista da origen a la formación del espíritu del Renacimiento, produciendo personajes tan relevantes como, Petrarca (1304-1374) o Bocaccio (1313-1375), Nebrija (1441-1522), Erasmo (1466-1536), Maquiavelo (1469-1527), Copérnico (1473-1543), Miguel Ángel (1475-1564), Tomás Moro (1478-1535), Rafael (1483-1520), Lutero (1483-1546), Cervantes (1547-1616), Bacon (1561-1626), Shakespeare (1564-1616), sin olvidar la influencia que sobre ellos pudieron tener sus predecesores, Dante (1265-1321), Giotto (1266-1337), y algunos otros pensadores de la época. Estos y tantos otros humanistas, unos desde la literatura, otros desde la filosofía, algunos desde la teología y otros desde el arte y las ciencias, contribuyeron al cambio de paradigma filosófico, teológico y social, haciendo posible el tránsito desde la Edad Media a la Edad Contemporánea, período de la historia que algunos circunscriben al transcurrido desde el descubrimiento de América (1492) a la Revolución Francesa (1789).

 

El Renacimiento se identifica por dar paso a un hombre libre, creador de sí mismo, con gran autonomía de la religión que pretende mantener el monopolio de Dios y el destino de los seres humanos. El Humanismo y el Renacimiento se superponen, si bien mientras el Humanismo se identifica específicamente, como ya hemos apuntado, con la cultura, el Renacimiento lo hace con el arte, la ciencia, y la capacidad creadora del hombre. El Renacimiento hace referencia a la civilización en su conjunto.

 

En resumen, el Humanismo es una corriente filosófica y cultural que sirve de caldo de cultivo al Renacimiento, que surge como fruto de las ideas desarrolladas por los pensadores humanistas, que se nutren a su vez de las fuentes clásicas tanto griegas como romanas. Marca el final de la Edad Media y sustituye el teocentrismo por el antropocentrismo, contribuyendo a crear las condiciones necesarias para la formación de los estados europeos modernos. Una época de tránsito en la que desaparece el feudalismo y surge la burguesía y la afirmación del capitalismo, dando paso a una sociedad europea con nuevos valores.

 

Visto lo que antecede, estamos en condiciones de juzgar la influencia que este cambio de ciclo histórico pudo tener en la Reforma promovida por Lutero en primera instancia, secundada por Zwinglio, Calvino, y otros reformadores del siglo XVI, y valorar de qué forma estos cambios contribuyeron a la formación de los modernos estados europeos.

 

Pero éste será tema de una segundan entrega.

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