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Protestantes ilustres / Bonhoeffer - por Máximo García

Pensamiento y teología de Bonhoeffer: "Teología inacabada"

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Este artículo forma parte de una serie sobre el teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer, escrita por Máximo García Ruiz (ver introducción / ver artículo anterior)

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Dietrich Bonhoeffer

(MÁXIMO GARCÍA RUIZ*, 29/06/2018) |  La teología de Dietrich Bonhoeffer es una teología inacabada, inmadura, truncada por su muerte prematura.

Le falta, sobre todo, el haber elaborado una eclesiología adecuada para ese mundo que tanto le preocupa y al que atribuye haber llegado a su “mayoría de edad”, un mundo no religioso, lo mismo que había hecho en su primera etapa referido a un mundo establecido sobre las bases de unas religiones dominantes.

La teología de Dietrich Bonhoeffer es una teología inacabada, inmadura, truncada por su muerte prematura

Siendo como era un gran pensador, en su última etapa, aún a pesar de ser un entusiasta defensor de la iglesia (en su Sanctorum communio traza de manera magistral las dimensiones comunitarias de la existencia cristiana), se identifica más con la dimensión experiencial que con la reflexión propiamente científica. Se ve sometido a una situación de crisis continua, en la que tanto la estructura eclesial como la propia comunión religiosa están sometidas a la experiencia cotidiana.

Bonhoeffer es un crítico de la Iglesia, pero nunca se desprende del valor y relevancia de la Iglesia. Busca la iglesia del futuro; y se percibe en sus reflexiones una anticipación profética de esa iglesia. Anhela una iglesia que sea capaz de comunicarse con el mundo secular, y se da cuenta de que “las viejas palabras” carecen de sentido y, por consiguiente, tienen que enmudecer.

De Bonhoeffer puede decirse que fue un teólogo devenido en místico para terminar como mártir. Su obra, como su vida, hay que enmarcarla en dos grandes etapas:

     1ª Antes de Tegel.

     2ª Tiempo de encarcelamiento hasta su muerte.

De Bonhoeffer puede decirse que fue un teólogo devenido en místico para terminar como mártir.

En su primera estancia en el Union Theologial Seminary de New York, Bonhoeffer era más bien un joven conservador, de origen social impecable, que tocaba el piano con brillantez y jugaba bien al tenis. Al finalizar la década de los 30 había nacido una persona nueva. Partiendo de una formación clásica luterana, una iglesia ligada al Estado, a partir de los acontecimientos protagonizados por Hitler y, especialmente, a partir de 1935, cuando se abre el Seminario de Finkenwalde para la formación de futuros pastores de la Iglesia confesante, Bonhoeffer va radicalizando su vida espiritual, buscando como referencia única la vida de Jesús, remarcando desde un principio que por mantener tal postura habría de pagar un precio.

Bonhoeffer busca un Dios mucho más privado o inescrutable de lo que era habitual en el entorno luterano en el que se mueve. Como teólogo luterano, no vive encerrado en el marco de la teología alemana, sino que se abre a otras influencias, especialmente la anglosajona, que estudia en sus estancias en Londres y New York.

Bonhoeffer busca un Dios mucho más privado o inescrutable de lo que era habitual en el entorno luterano en el que se mueve.

El advenimiento de nazismo marcará tanto su vida como su teología. Desde un principio se declara abiertamente contrario y beligerante contra la ideología que acaudilla Adolfo Hitler. Desde su concepción cristiana de la vida, no puede entender ni admitir que la Iglesia-institución se acomode tan fácilmente a un sistema político que, a su juicio, encarna los antivalores cristianos. Así es que lucha contra:

. La Iglesia oficial por su acomodo al sistema.

. El Estado totalitario que promueve una política deleznable.

En ese proceso, su perfil netamente universitario cambia en el de un militante activo sin dejar de ser un pensador práctico. Dietrich Bonhoeffer es un conservador convertido en progresista. No obstante, no debemos olvidar que su pensamiento se expresa, en buena parte, en el cautiverio.

Lo realmente importante de Bonhoeffer no está en el legado intelectual y teológico, sino en la forma en que empleó su tiempo, en su opción por vivir hasta sus últimas consecuencias su compromiso con Cristo, hasta aceptar voluntariamente dar su vida en contribución a su compromiso personal.

En sus últimos años como prisionero, Bonhoeffer volvería a escribir poemas y literatura de ficción: cartas, relatos breves, una obra de teatro, poemas. Ahora bien, lo realmente importante de Bonhoeffer no está en el legado intelectual y teológico, sino en la forma en que empleó su tiempo, en su opción por vivir hasta sus últimas consecuencias su compromiso con Cristo, hasta aceptar voluntariamente dar su vida en contribución a su compromiso personal. Bonhoeffer se convirtió en un mártir moderno porque se atrevió a correr el riesgo del ostracismo, la repulsa y la condena. Se trata de un hombre con un profundo sentido religioso, trascendente. Es uno de los místicos más destacados del siglo XX. Un misticismo apegado a la tierra, impregnado de humanidad, que le permite tener plena conciencia del proceso de secularización al que debe hacer frente la reflexión teológica.

Es, por supuesto, un teólogo protestante, luterano, para más señas. Y no podemos perder de vista ese detalle a la hora de hacer una aproximación a su vida. En la teología protestante destacan dos elementos fundamentales:

. La ética.

La piedad. 

(Próximo artículo: El místico: Espiritualidad y Vida comunitaria)


Autor: Máximo García Ruiz*, Junio 2018.

 

© 2018 - Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

20120929-1*MÁXIMO GARCÍA RUIZ, nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Historia de las Religiones, Sociología e Historia de los Bautistas en la Facultad de Teología de la Unión Evangélica Bautista de España-UEBE (actualmente profesor emérito), en Alcobendas, Madrid y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 21 libros y de otros 12 en colaboración, algunos de ellos en calidad de editor.

 

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La creación de los estados modernos europeos, tal y como los conocemos hoy en día, no hubiera sido posible sin la existencia de la Reforma protestante y su correlato, el Concilio de Trento, tal y como veremos más adelante.

De igual forma, la Reforma no hubiera podido tener lugar, en su inmediatez histórica, sin la existencia del Humanismo y su manifestación artística y científica conocida como Renacimiento. Ahora bien, para poder centrar el tema, tenemos que remontarnos a la era anterior, la Edad Media, y poner nuestra mirada inicial, como punto de partida, en la Escolástica, el sistema educativo, el sistema teológico que identifica ese período, así como en el Feudalismo como forma de gobierno y estructuración social.

Para el escolasticismo la educación estaba reservada a sectores muy reducidos de la población, sometida a un estricto control de parte de la Iglesia. A esto hay que añadir que el sistema social estaba subordinado, a su vez, al ilimitado y caprichoso poder de los señores feudales bajo el paraguas de la Iglesia medieval que no sólo controlaba la cultura, sino que sometía las voluntades de los siervos, que no ciudadanos, amparada por un régimen considerado sagrado, en el que sus representantes actuaban en el nombre de Dios.

La Escolástica se desarrolla sometida a un rígido principio de autoridad, siendo la Biblia, a la que paradójicamente muy pocos tienen acceso, la principal fuente de conocimiento, siempre bajo el riguroso control de la jerarquía eclesiástica. En estas circunstancias, la razón ha de amoldarse a la fe y la fe es gestionada y administrada por la casta sacerdotal.

En ese largo período que conocemos como Edad Media, en especial en su último tramo, se producirían algunos hechos altamente significativos, como la invención de la imprenta (1440) o el descubrimiento de América (1492), que tendrán una enorme repercusión en ámbitos tan diferentes como la cultura, las ciencias naturales y la economía. En el terreno religioso, la escandalosa corrupción de la Iglesia medieval llegó a tales extremos que fueron varios los pre-reformadores que intentaron una reforma antes del siglo XVI: John Wycliffe (1320-1384), Jan Hus (1369-1415), Girolamo Savonarola (1452-1498), o el predecesor de todos ellos, Francisco de Asís (1181/2-1226) y otros más en diferentes partes de Europa. Todos ellos, salvo Francisco de Asís, que fue asimilado por la Iglesia, tuvieron un final dramático, sin que ninguno de esos movimientos de protesta, no siempre ajustados por acciones realmente evangélicas, consiguiera mover a la Iglesia hacia posturas de cambio o reforma.

 

No era el momento. No se daban los elementos necesarios para que germinaran las proclamas de estos aguerridos profetas, cuya voz quedó ahogada en sangre. El pueblo estaba sometido al poder y atemorizado por las supersticiones medievales; las élites eran ignorantes y no estaban preparadas para secundar a esos líderes que, como Juan el Bautista, terminaron clamando en el desierto, a pesar de que su mensaje, como las melodías del flautista de Hamelin, consiguiera arrastrar tras de sí algunos centenares o miles de personas. ¿Cuál fue la diferencia en lo que a Lutero se refiere? La respuesta, aparte de invocar aspectos transcendentes conectados con la fe de los creyentes es, desde el punto de vista histórico, sencilla y, a la vez, complicada; hay que buscarla, entre otras muchas circunstancias históricas, en el papel y en la influencia que ejercieron el Humanismo y el Renacimiento. Existen otros factores, sin duda, pero nos centraremos en estos dos.

 

Identificamos como Humanismo, al movimiento producido desde finales del siglo XIV que sigue con fuerza durante el XV y se proyecta al XVI, que impulsa una reforma cultural y educativa como respuesta a la Escolástica, que continuaba siendo considerada como la línea de pensamiento oficial de la Iglesia y, por consiguiente, de las instituciones políticas y sociales de la época. Mientras que para la educación escolástica las materias de estudio se circunscribían básicamente a la medicina, el derecho y la teología,  los humanistas se interesan vivamente por la poesía, la literatura en general (gramática, retórica, historia) y la  filosofía, es decir, las humanidades. Con ello se descubre una nueva filosofía de la vida, recuperando como objetivo central la dignidad de la persona. El hombre pasa a ser el centro y medida de todas las cosas.

 

La corriente humanista da origen a la formación del espíritu del Renacimiento, produciendo personajes tan relevantes como, Petrarca (1304-1374) o Bocaccio (1313-1375), Nebrija (1441-1522), Erasmo (1466-1536), Maquiavelo (1469-1527), Copérnico (1473-1543), Miguel Ángel (1475-1564), Tomás Moro (1478-1535), Rafael (1483-1520), Lutero (1483-1546), Cervantes (1547-1616), Bacon (1561-1626), Shakespeare (1564-1616), sin olvidar la influencia que sobre ellos pudieron tener sus predecesores, Dante (1265-1321), Giotto (1266-1337), y algunos otros pensadores de la época. Estos y tantos otros humanistas, unos desde la literatura, otros desde la filosofía, algunos desde la teología y otros desde el arte y las ciencias, contribuyeron al cambio de paradigma filosófico, teológico y social, haciendo posible el tránsito desde la Edad Media a la Edad Contemporánea, período de la historia que algunos circunscriben al transcurrido desde el descubrimiento de América (1492) a la Revolución Francesa (1789).

 

El Renacimiento se identifica por dar paso a un hombre libre, creador de sí mismo, con gran autonomía de la religión que pretende mantener el monopolio de Dios y el destino de los seres humanos. El Humanismo y el Renacimiento se superponen, si bien mientras el Humanismo se identifica específicamente, como ya hemos apuntado, con la cultura, el Renacimiento lo hace con el arte, la ciencia, y la capacidad creadora del hombre. El Renacimiento hace referencia a la civilización en su conjunto.

 

En resumen, el Humanismo es una corriente filosófica y cultural que sirve de caldo de cultivo al Renacimiento, que surge como fruto de las ideas desarrolladas por los pensadores humanistas, que se nutren a su vez de las fuentes clásicas tanto griegas como romanas. Marca el final de la Edad Media y sustituye el teocentrismo por el antropocentrismo, contribuyendo a crear las condiciones necesarias para la formación de los estados europeos modernos. Una época de tránsito en la que desaparece el feudalismo y surge la burguesía y la afirmación del capitalismo, dando paso a una sociedad europea con nuevos valores.

 

Visto lo que antecede, estamos en condiciones de juzgar la influencia que este cambio de ciclo histórico pudo tener en la Reforma promovida por Lutero en primera instancia, secundada por Zwinglio, Calvino, y otros reformadores del siglo XVI, y valorar de qué forma estos cambios contribuyeron a la formación de los modernos estados europeos.

 

Pero éste será tema de una segundan entrega.

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