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OPINIÓN / por MÁXIMO GARCÍA RUIZ

Pensamiento y teología de Bonhoeffer: "La adultez del mundo"

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Como avanzamos hace unos días, hoy iniciamos esta serie de artículos sobre Bonhoeffer escritas por el teólogo protestante Máximo García Ruiz. 

bonhoeffer

Dietrich Bonhoeffer

(MÁXIMO GARCÍA RUIZ*, 05/06/2018) |  Dietrich Bonhoeffer contempla la sociedad moderna no como una nueva forma de paganismo, sino como una oportunidad que se le ofrece a la Iglesia para proclamar un mensaje desprovisto de todo ropaje religioso (mensaje secular para el hombre secular).  

Su pensamiento teológico pasa por varias fases. Comienza ocupándose de la Iglesia y este interés termina derivando en una cristología cada vez menos eclesiástica.

Cuando la sociedad cristiana y la propia Iglesia fallan, el creyente está llamado a seguir a Cristo entre los hombres a pesar de la comunidad y de la Iglesia

Concibe la Iglesia en la “comunión de los creyentes” (Sanctorum Communio), confiriendo a la experiencia de la vida en Cristo el valor identificativo de la Iglesia. Y cuando la sociedad cristiana y la propia Iglesia fallan, el creyente está llamado a seguir a Cristo entre los hombres a pesar de la comunidad y de la Iglesia. En la medida en que su propia experiencia cristiana se pone a prueba a causa de una iglesia de la que reniega por su connivencia con el Fürher, enfatiza el valor del compromiso personal.

Se mueve entre pastoral y mundo universitario. Aunque, curiosamente, Bonhoeffer ejerció como pastor en Barcelona y en Londres, pero nunca en Alemania.

LA ADULTEZ DEL MUNDO

Este mundo en el que vivimos es un mundo adulto en el que el hombre ha aprendido a salir adelante sin recurrir a la “hipótesis Dios”. Bonhoeffer no sólo hace referencia a los problemas derivados del conocimiento y el dominio de la naturaleza, sino también a los grandes problemas humanos de la muerte, el dolor y la culpa.

Aunque su lenguaje sea otro, Bonhoeffer contrapone la sociedad secular a la sociedad sagrada; en el hombre de hoy no prima lo religioso. Este panorama será analizado más ampliamente años después por el teólogo bautista Harvey Cox, pero cabe a Bonhoeffer el haberlo planteado dos décadas antes de manera diáfana. Bonhoeffer no interioriza esta situación como un tema preocupante, ya que no aprueba lo que él considera rebajar a Dios a la condición de Deux ex machina, una especie de “tapa-agujeros” al servicio de la cotidianidad de los seres humanos.

Bonhoeffer pone las bases para desacralizar el mundo. El mundo no es Dios; la naturaleza no es Dios, la política no es Dios, los símbolos religiosos no son Dios. La religiosidad administrada por la iglesia se ha convertido en una barrera que dificulta la comunicación de Dios con el hombre

El hecho es que el mundo se ha hecho adulto, que la religión no es capaz de responder eficazmente a la demanda de los hombres en una sociedad secular y, ante esa realidad, ¿cómo poder mostrar la soberanía de Dios a un mundo adulto como el nuestro?  O lo que es lo mismo ¿cómo poder hablar de Dios sin religión? Más aún, ¿cómo podría hoy Cristo llegar a ser el Señor de los hombres no religiosos? Bonhoeffer distingue entre la actitud religiosa y la fe cristiana.

En la etapa final, reflejada en las últimas cartas de la prisión, Bonhoeffer plantea, a partir de la idea de que el mundo ha llegado a su mayoría de edad, que el hombre puede prescindir de la “hipótesis Dios” para explicarse a sí mismo. El mundo puede afrontar sus problemas sin recurrir a Dios. Utiliza dos conceptos clave complementarios:

a)      El mundo se ha hecho “mayor”, inspirado seguramente en Kant y su descripción de la autonomía de la razón.

b)      El segundo calificativo que utiliza es “no religioso”. Se refiere a la religión como la necesidad humana de apoyarse en el misterio, haciendo que Dios intervenga como un “tapa-agujeros”.

La pregunta que se hace es: ¿Qué es Dios? Su búsqueda se encamina hacia una interpretación no religiosa del Evangelio para el hombre secular en un mundo que ha alcanzado su adultez. En este terreno nos encontramos con una reflexión teológica inconclusa, en la que está siempre presente el conocimiento de la muerte y de la resurrección. El problema de fondo es plantearse si el hombre moderno ha perdido o no el sentido de trascendencia, si es posible la comunicación Dios/hombre.

La gente, cuando oye hablar de Dios a los teólogos, a los clérigos, no les toma en serio. Por eso hay que explicar a Dios con otro lenguaje. Bonhoeffer pone las bases para desacralizar el mundo. El mundo no es Dios; la naturaleza no es Dios, la política no es Dios, los símbolos religiosos no son Dios. La religiosidad administrada por la iglesia se ha convertido en una barrera que dificulta la comunicación de Dios con el hombre.

(Próximo artículo: Pensamiento y teología de Bonhoeffer: "Dios y religión")


Autor: Máximo García Ruiz*, Junio 2018.

 

© 2018 - Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

20120929-1*MÁXIMO GARCÍA RUIZ, nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Historia de las Religiones, Sociología e Historia de los Bautistas en la Facultad de Teología de la Unión Evangélica Bautista de España-UEBE (actualmente profesor emérito), en Alcobendas, Madrid y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 21 libros y de otros 12 en colaboración, algunos de ellos en calidad de editor.

 

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La creación de los estados modernos europeos, tal y como los conocemos hoy en día, no hubiera sido posible sin la existencia de la Reforma protestante y su correlato, el Concilio de Trento, tal y como veremos más adelante.

De igual forma, la Reforma no hubiera podido tener lugar, en su inmediatez histórica, sin la existencia del Humanismo y su manifestación artística y científica conocida como Renacimiento. Ahora bien, para poder centrar el tema, tenemos que remontarnos a la era anterior, la Edad Media, y poner nuestra mirada inicial, como punto de partida, en la Escolástica, el sistema educativo, el sistema teológico que identifica ese período, así como en el Feudalismo como forma de gobierno y estructuración social.

Para el escolasticismo la educación estaba reservada a sectores muy reducidos de la población, sometida a un estricto control de parte de la Iglesia. A esto hay que añadir que el sistema social estaba subordinado, a su vez, al ilimitado y caprichoso poder de los señores feudales bajo el paraguas de la Iglesia medieval que no sólo controlaba la cultura, sino que sometía las voluntades de los siervos, que no ciudadanos, amparada por un régimen considerado sagrado, en el que sus representantes actuaban en el nombre de Dios.

La Escolástica se desarrolla sometida a un rígido principio de autoridad, siendo la Biblia, a la que paradójicamente muy pocos tienen acceso, la principal fuente de conocimiento, siempre bajo el riguroso control de la jerarquía eclesiástica. En estas circunstancias, la razón ha de amoldarse a la fe y la fe es gestionada y administrada por la casta sacerdotal.

En ese largo período que conocemos como Edad Media, en especial en su último tramo, se producirían algunos hechos altamente significativos, como la invención de la imprenta (1440) o el descubrimiento de América (1492), que tendrán una enorme repercusión en ámbitos tan diferentes como la cultura, las ciencias naturales y la economía. En el terreno religioso, la escandalosa corrupción de la Iglesia medieval llegó a tales extremos que fueron varios los pre-reformadores que intentaron una reforma antes del siglo XVI: John Wycliffe (1320-1384), Jan Hus (1369-1415), Girolamo Savonarola (1452-1498), o el predecesor de todos ellos, Francisco de Asís (1181/2-1226) y otros más en diferentes partes de Europa. Todos ellos, salvo Francisco de Asís, que fue asimilado por la Iglesia, tuvieron un final dramático, sin que ninguno de esos movimientos de protesta, no siempre ajustados por acciones realmente evangélicas, consiguiera mover a la Iglesia hacia posturas de cambio o reforma.

 

No era el momento. No se daban los elementos necesarios para que germinaran las proclamas de estos aguerridos profetas, cuya voz quedó ahogada en sangre. El pueblo estaba sometido al poder y atemorizado por las supersticiones medievales; las élites eran ignorantes y no estaban preparadas para secundar a esos líderes que, como Juan el Bautista, terminaron clamando en el desierto, a pesar de que su mensaje, como las melodías del flautista de Hamelin, consiguiera arrastrar tras de sí algunos centenares o miles de personas. ¿Cuál fue la diferencia en lo que a Lutero se refiere? La respuesta, aparte de invocar aspectos transcendentes conectados con la fe de los creyentes es, desde el punto de vista histórico, sencilla y, a la vez, complicada; hay que buscarla, entre otras muchas circunstancias históricas, en el papel y en la influencia que ejercieron el Humanismo y el Renacimiento. Existen otros factores, sin duda, pero nos centraremos en estos dos.

 

Identificamos como Humanismo, al movimiento producido desde finales del siglo XIV que sigue con fuerza durante el XV y se proyecta al XVI, que impulsa una reforma cultural y educativa como respuesta a la Escolástica, que continuaba siendo considerada como la línea de pensamiento oficial de la Iglesia y, por consiguiente, de las instituciones políticas y sociales de la época. Mientras que para la educación escolástica las materias de estudio se circunscribían básicamente a la medicina, el derecho y la teología,  los humanistas se interesan vivamente por la poesía, la literatura en general (gramática, retórica, historia) y la  filosofía, es decir, las humanidades. Con ello se descubre una nueva filosofía de la vida, recuperando como objetivo central la dignidad de la persona. El hombre pasa a ser el centro y medida de todas las cosas.

 

La corriente humanista da origen a la formación del espíritu del Renacimiento, produciendo personajes tan relevantes como, Petrarca (1304-1374) o Bocaccio (1313-1375), Nebrija (1441-1522), Erasmo (1466-1536), Maquiavelo (1469-1527), Copérnico (1473-1543), Miguel Ángel (1475-1564), Tomás Moro (1478-1535), Rafael (1483-1520), Lutero (1483-1546), Cervantes (1547-1616), Bacon (1561-1626), Shakespeare (1564-1616), sin olvidar la influencia que sobre ellos pudieron tener sus predecesores, Dante (1265-1321), Giotto (1266-1337), y algunos otros pensadores de la época. Estos y tantos otros humanistas, unos desde la literatura, otros desde la filosofía, algunos desde la teología y otros desde el arte y las ciencias, contribuyeron al cambio de paradigma filosófico, teológico y social, haciendo posible el tránsito desde la Edad Media a la Edad Contemporánea, período de la historia que algunos circunscriben al transcurrido desde el descubrimiento de América (1492) a la Revolución Francesa (1789).

 

El Renacimiento se identifica por dar paso a un hombre libre, creador de sí mismo, con gran autonomía de la religión que pretende mantener el monopolio de Dios y el destino de los seres humanos. El Humanismo y el Renacimiento se superponen, si bien mientras el Humanismo se identifica específicamente, como ya hemos apuntado, con la cultura, el Renacimiento lo hace con el arte, la ciencia, y la capacidad creadora del hombre. El Renacimiento hace referencia a la civilización en su conjunto.

 

En resumen, el Humanismo es una corriente filosófica y cultural que sirve de caldo de cultivo al Renacimiento, que surge como fruto de las ideas desarrolladas por los pensadores humanistas, que se nutren a su vez de las fuentes clásicas tanto griegas como romanas. Marca el final de la Edad Media y sustituye el teocentrismo por el antropocentrismo, contribuyendo a crear las condiciones necesarias para la formación de los estados europeos modernos. Una época de tránsito en la que desaparece el feudalismo y surge la burguesía y la afirmación del capitalismo, dando paso a una sociedad europea con nuevos valores.

 

Visto lo que antecede, estamos en condiciones de juzgar la influencia que este cambio de ciclo histórico pudo tener en la Reforma promovida por Lutero en primera instancia, secundada por Zwinglio, Calvino, y otros reformadores del siglo XVI, y valorar de qué forma estos cambios contribuyeron a la formación de los modernos estados europeos.

 

Pero éste será tema de una segundan entrega.

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