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50 AÑOS DEL ASESINATO DE MLK

MLK / Ideario y aportaciones.

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Este artículo es el cuarto y último de una serie titulada “Figuras cristianas del siglo XX”, dedicada a Martin Luther King Jr, extracto de una conferencia pronunciada por el escritor y teólogo bautista, Máximo García Ruiz, en 1999, en la Universidad de Deusto. Actualidad Evangélica publica esta serie con permiso del autor al cumplirse, este próximo 4 de abril de 2018, 50 años de su asesinato en Memphis.

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(MÁXIMO GARCÍA RUIZ*, 06/04/2018) |  Los dos grandes soportes ideológicos de MLK fueron: 1) La Biblia; y 2) La resistencia no-violenta.

Él arrancaba de un principio irrenunciable: la vida de un hombre, de todos los hombres, es sagrada.

Su ideario de la no-violencia podría resumirse en varios puntos:

1.     La resistencia no violenta no es un recurso para cobardes. Tampoco es la aceptación pasiva de los males. El método es pasivo físicamente, pero extraordinariamente activo espiritualmente.

2.     La no violencia no pretende vencer ni humillar al oponente sino ganar su comprensión. 

Los dos grandes soportes ideológicos de MLK fueron: 1) La Biblia; y 2) La resistencia no-violenta.

 

3.     La lucha no se dirige contra las personas que hacen el mal sino contra las fuerzas del mal que se esconden tras ellas.

4.     La resistencia no violenta requiere de quien la practique bondad suficiente para aceptar el sufrimiento injusto sin tomar represalias ni devolver los golpes.

5.     La no violencia anula las violencias físicas externas, pero también anula las violencias internas del espíritu. El no violento no sólo no golpea a su oponente, tampoco le odia.

6.     La resistencia no violenta descansa en la convicción de que el universo mismo está al lado de la justicia. “Quien cree en la no-violencia tiene profunda fe en el futuro” (VL, 129).

¿Y cuál ha sido su herencia? ¿Qué ideas o qué obras le han sobrevivido?

MLK centra su interés en tres cuestiones íntimamente unidas: la pobreza, el racismo y el militarismo.

MLK centra su interés en tres cuestiones íntimamente unidas: la pobreza, el racismo y el militarismo.

 

Su reto era alcanzar unas cotas de justicia suficientes dentro de un sistema que alardeaba de hacer milagros en el campo de la producción y la tecnología. MLK vivió atormentado, como tantos otros americanos, por los horrores de la guerra de Vietnam.

Su propuesta fue una “revolución de valores” en consonancia con los valores del reino de Dios, expresados tanto en el área individual como estructural. Se revistió de un arma potente: la fuerza moral.

Una verdadera revolución de valores será la causa de que nos preguntemos sobre la equidad y la justicia de nuestras actuaciones políticas pasadas y presentes... Una verdadera revolución de valores nunca será posible mientras convivan la pobreza y la riqueza. (CC, 196,197).

Supo identificar el problema racial como una parte del problema mayor que se reproducía en todos los países y que tenía que ver con la pobreza y las desigualdades económicas. 

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Durante 1967 y los meses que vivió en 1968 dedicó la mayor parte de sus esfuerzos a organizar una “Campaña de los Pobres”, llamando a blancos y negros a sumar esfuerzos.

En marzo de 1968 convocó un encuentro de grupos minoritarios: indios, mexicanos, puertorriqueños..., para involucrarlos en un frente común en contra de la pobreza y la exclusión social.

En esa lucha a favor de la construcción de una realidad social diferente, superadora tanto del racismo como de la pobreza excluyente, MLK apeló a las autoridades políticas y a la presencia activa y comprometida de las iglesias, los movimientos sindicales, la prensa y cualquier otro colectivo social; blancos y negros; los liberales del Norte y los conservadores del Sur. 

Recordando los dramas vividos en Birmigham (1963), decía: “La mayor tragedia de Birmigham no era la brutalidad de sus hombres malos, sino el silencio de sus hombres buenos” (PNPE,67).

Supo transformar el sentimiento general de que la no-violencia es un acto cobarde en una muestra de heroísmo admirable. Transformó el odio en energía constructiva, buscando no tanto el castigo del opresor como su liberación. Para MLK el enemigo no era el blanco sino el sistema injusto, al que había que combatir sin desmayo.

Al sacar el púlpito a la calle, el término “pecado” alcanza una dimensión socio-espiritual desconocida hasta entonces para una sociedad como la norteamericana, cuyo código ético –según dejó escrito el propio MLK- está tan ligado a la tradición del Oeste “que defienden la justicia acudiendo a la revancha violenta contra la injusticia” (PNPE:48) y donde –añadimos nosotros- las armas de fuego son con frecuencia compañeras de equipaje de la Biblia.

La fuerza que imprimió a su movimiento se debió, en gran medida, a que no se trataba de una lucha para conquistar territorio, o poder, o riquezas; se trataba de una lucha para reivindicar su propia dignidad, y esto produjo un tremendo impacto psicológico, no solamente en los blancos, sino también en los negros, especialmente cuando la población y los gobernantes blancos pudieron comprobar que un elevado porcentaje de los negros estaba dispuesto a llenar las cárceles como tributo a su lucha por la conquista de los derechos civiles. Y el arma más poderosa que utilizaron fue el convencimiento de que la razón estaba de su parte.

BIBLIOGRAFIA DE REFERENCIA

Gerbeau, Hubert, Martin Luther King, el justo (Madrid:1979), Sociedad de Educación Atenas, 142 pp. 

King, Martin L., A dónde vamos ¿caos o comunidad? (Barcelona:1967), Edit. Auma, 209 pp.

Contra todas las exclusiones (Bilbao:1995), Declée de Brower, 112pp.

El clarín de la conciencia (Barcelona:1968), Edit. Ayma, 113pp.       

La fuerza de amar (Barcelona:1963), Edit. Ayma, 159pp.

Porque no podemos esperar (Barcelona:1964), Edit. Ayma, 270pp.

Los viajeros de la libertad (Barcelona:1963), Edit. Fontanella, 270pp.

Scott King, Coreta, Mi vida con Martin Luther King,      (Barcelona:1970), Plaza & Janés.


Autor: Máximo García Ruiz*, Abril 2018.

 

© 2018 - Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

20120929-1*MÁXIMO GARCÍA RUIZ, nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Historia de las Religiones, Sociología e Historia de los Bautistas en la Facultad de Teología de la Unión Evangélica Bautista de España-UEBE (actualmente profesor emérito), en Alcobendas, Madrid y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 21 libros y de otros 12 en colaboración, algunos de ellos en calidad de editor.

 

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Máximo García Ruiz

 

La creación de los estados modernos europeos, tal y como los conocemos hoy en día, no hubiera sido posible sin la existencia de la Reforma protestante y su correlato, el Concilio de Trento, tal y como veremos más adelante.

De igual forma, la Reforma no hubiera podido tener lugar, en su inmediatez histórica, sin la existencia del Humanismo y su manifestación artística y científica conocida como Renacimiento. Ahora bien, para poder centrar el tema, tenemos que remontarnos a la era anterior, la Edad Media, y poner nuestra mirada inicial, como punto de partida, en la Escolástica, el sistema educativo, el sistema teológico que identifica ese período, así como en el Feudalismo como forma de gobierno y estructuración social.

Para el escolasticismo la educación estaba reservada a sectores muy reducidos de la población, sometida a un estricto control de parte de la Iglesia. A esto hay que añadir que el sistema social estaba subordinado, a su vez, al ilimitado y caprichoso poder de los señores feudales bajo el paraguas de la Iglesia medieval que no sólo controlaba la cultura, sino que sometía las voluntades de los siervos, que no ciudadanos, amparada por un régimen considerado sagrado, en el que sus representantes actuaban en el nombre de Dios.

La Escolástica se desarrolla sometida a un rígido principio de autoridad, siendo la Biblia, a la que paradójicamente muy pocos tienen acceso, la principal fuente de conocimiento, siempre bajo el riguroso control de la jerarquía eclesiástica. En estas circunstancias, la razón ha de amoldarse a la fe y la fe es gestionada y administrada por la casta sacerdotal.

En ese largo período que conocemos como Edad Media, en especial en su último tramo, se producirían algunos hechos altamente significativos, como la invención de la imprenta (1440) o el descubrimiento de América (1492), que tendrán una enorme repercusión en ámbitos tan diferentes como la cultura, las ciencias naturales y la economía. En el terreno religioso, la escandalosa corrupción de la Iglesia medieval llegó a tales extremos que fueron varios los pre-reformadores que intentaron una reforma antes del siglo XVI: John Wycliffe (1320-1384), Jan Hus (1369-1415), Girolamo Savonarola (1452-1498), o el predecesor de todos ellos, Francisco de Asís (1181/2-1226) y otros más en diferentes partes de Europa. Todos ellos, salvo Francisco de Asís, que fue asimilado por la Iglesia, tuvieron un final dramático, sin que ninguno de esos movimientos de protesta, no siempre ajustados por acciones realmente evangélicas, consiguiera mover a la Iglesia hacia posturas de cambio o reforma.

 

No era el momento. No se daban los elementos necesarios para que germinaran las proclamas de estos aguerridos profetas, cuya voz quedó ahogada en sangre. El pueblo estaba sometido al poder y atemorizado por las supersticiones medievales; las élites eran ignorantes y no estaban preparadas para secundar a esos líderes que, como Juan el Bautista, terminaron clamando en el desierto, a pesar de que su mensaje, como las melodías del flautista de Hamelin, consiguiera arrastrar tras de sí algunos centenares o miles de personas. ¿Cuál fue la diferencia en lo que a Lutero se refiere? La respuesta, aparte de invocar aspectos transcendentes conectados con la fe de los creyentes es, desde el punto de vista histórico, sencilla y, a la vez, complicada; hay que buscarla, entre otras muchas circunstancias históricas, en el papel y en la influencia que ejercieron el Humanismo y el Renacimiento. Existen otros factores, sin duda, pero nos centraremos en estos dos.

 

Identificamos como Humanismo, al movimiento producido desde finales del siglo XIV que sigue con fuerza durante el XV y se proyecta al XVI, que impulsa una reforma cultural y educativa como respuesta a la Escolástica, que continuaba siendo considerada como la línea de pensamiento oficial de la Iglesia y, por consiguiente, de las instituciones políticas y sociales de la época. Mientras que para la educación escolástica las materias de estudio se circunscribían básicamente a la medicina, el derecho y la teología,  los humanistas se interesan vivamente por la poesía, la literatura en general (gramática, retórica, historia) y la  filosofía, es decir, las humanidades. Con ello se descubre una nueva filosofía de la vida, recuperando como objetivo central la dignidad de la persona. El hombre pasa a ser el centro y medida de todas las cosas.

 

La corriente humanista da origen a la formación del espíritu del Renacimiento, produciendo personajes tan relevantes como, Petrarca (1304-1374) o Bocaccio (1313-1375), Nebrija (1441-1522), Erasmo (1466-1536), Maquiavelo (1469-1527), Copérnico (1473-1543), Miguel Ángel (1475-1564), Tomás Moro (1478-1535), Rafael (1483-1520), Lutero (1483-1546), Cervantes (1547-1616), Bacon (1561-1626), Shakespeare (1564-1616), sin olvidar la influencia que sobre ellos pudieron tener sus predecesores, Dante (1265-1321), Giotto (1266-1337), y algunos otros pensadores de la época. Estos y tantos otros humanistas, unos desde la literatura, otros desde la filosofía, algunos desde la teología y otros desde el arte y las ciencias, contribuyeron al cambio de paradigma filosófico, teológico y social, haciendo posible el tránsito desde la Edad Media a la Edad Contemporánea, período de la historia que algunos circunscriben al transcurrido desde el descubrimiento de América (1492) a la Revolución Francesa (1789).

 

El Renacimiento se identifica por dar paso a un hombre libre, creador de sí mismo, con gran autonomía de la religión que pretende mantener el monopolio de Dios y el destino de los seres humanos. El Humanismo y el Renacimiento se superponen, si bien mientras el Humanismo se identifica específicamente, como ya hemos apuntado, con la cultura, el Renacimiento lo hace con el arte, la ciencia, y la capacidad creadora del hombre. El Renacimiento hace referencia a la civilización en su conjunto.

 

En resumen, el Humanismo es una corriente filosófica y cultural que sirve de caldo de cultivo al Renacimiento, que surge como fruto de las ideas desarrolladas por los pensadores humanistas, que se nutren a su vez de las fuentes clásicas tanto griegas como romanas. Marca el final de la Edad Media y sustituye el teocentrismo por el antropocentrismo, contribuyendo a crear las condiciones necesarias para la formación de los estados europeos modernos. Una época de tránsito en la que desaparece el feudalismo y surge la burguesía y la afirmación del capitalismo, dando paso a una sociedad europea con nuevos valores.

 

Visto lo que antecede, estamos en condiciones de juzgar la influencia que este cambio de ciclo histórico pudo tener en la Reforma promovida por Lutero en primera instancia, secundada por Zwinglio, Calvino, y otros reformadores del siglo XVI, y valorar de qué forma estos cambios contribuyeron a la formación de los modernos estados europeos.

 

Pero éste será tema de una segundan entrega.

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