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SIN ÁNIMO DE OFENDER / por Jorge Fernández

Por qué existe “Segunda Corintios” (Un relato de ficción)

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(JORGE FERNÁNDEZ, 14/03/2018) La noticia llegó pronto a oídos del apóstol. Mensajeros impacientes de ponerle sobre aviso del escándalo que salpicaba a la Iglesia corrieron con las malas nuevas. Consideraban imprescindible que el sabio padre de las iglesias de Asia y de Europa pusiera orden y llamara a capítulo a los permisivos corintios.

Pablo escucha lo sucedido con preocupación. Se trata de un caso de inmoralidad sexual, pero no de un caso cualquiera. ¿Es que acaso pueden establecerse grados y categorías entre pecados? ¿No son pecados igual de graves, mentir, robar o fornicar? El apóstol escucha y valora la situación. “No”, decide, “se trata de un pecado, no solo contra la fe y el testimonio de la Iglesia, sino que es ya del dominio público que hay entre ustedes un caso de inmoralidad sexual que ni siquiera entre los paganos se tolera”, escribirá. [1]

Un misterio -el poder de convicción de la unidad- al que el diablo parecía dar más crédito que los propios cristianos. 

Efectivamente, que los mensajeros se muestren alterados y escandalizados está justificado en alguna medida. Pero el apóstol no se muestra dócil ante la premura con que le piden que intervenga en aquel asunto particular, así que no solo escucha, también pregunta. Quiere saber cuál es el estado general de la iglesia de Corinto.

Pablo no ignora las maquinaciones del enemigo para destruir la unidad de la Iglesia por todos los medios posibles. Al fin y al cabo, el Señor había revelado un misterio clave en aquella ocasión cuando oró al Padre por sus discípulos: “Que sean uno para que el mundo crea”. [2] Un misterio -el poder de convicción de la unidad- al que el diablo parecía dar más crédito que los propios cristianos. Pablo piensa en esto y aún le duele su pelea con Bernabé, de la que se siente en parte culpable. “¿Cómo es posible que Bernabé y yo hayamos sido instrumentos para salvar a la Iglesia de un cisma letal en esa etapa tan temprana de su historia, e inmediatamente después nos hayamos separado por una discusión tan ridícula sobre un asunto a todas luces menor?”, se pregunta con tristeza.

Pablo pregunta y escucha… Luego se toma su tiempo para orar a Dios y ordenar sus ideas. Finalmente escribe a los corintios: “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas.  Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo…” [3]

Pablo piensa en esto y aún le duele su pelea con Bernabé, de la que se siente en parte culpable.

Los mensajeros esperan impacientes, mientras escuchan al apóstol dictar la carta a su amanuense. No han escatimado esfuerzos para convencer a Pablo de la gravedad del pecado de inmoralidad; de la escandalosa permisividad de los líderes de la iglesia de Corinto; y de la urgente necesidad de su firme intervención apostólica. Incluso se han atrevido a sugerirle que, en opinión de ellos, la situación es tan grave y afecta de tal manera al testimonio de la Iglesia, que lo más recomendable es una medida ejemplarizante que ponga sobre aviso a todo el mundo: apartar a la iglesia de Corinto de la comunión. ¡Tú mismo lo dijiste en una carta anterior, amado maestro, "que nos apartáramos de los fornicarios"! ¿Lo recuerdas?

Lo recordaba, pero no había previsto que sus palabras pudieran ser tan tergiversadas... Así que, dicta:

“Os he escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis. Porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están fuera? ¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará. Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros.”. [4]

Los mensajeros se miran nerviosos entre sí; no están seguros de si el apóstol está exhortando a los líderes de la iglesia, o refiriéndose a ellos… Aun así, creen ver en estas palabras un asidero… un argumento que podría respaldar su recomendación. “… Que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario…”. ¿Acaso los corintios, con su permisividad, no estaban siendo cómplices de fornicación? ¿No es ésta una razón suficiente para apartarles de la comunión de la Iglesia de Jesucristo?

Les parece que ya tienen lo que quieren y no ven la hora de que el apóstol termine su dictado para partir a toda velocidad con la apostólica carta…

Si la Iglesia está sana, unida en el Espíritu, y llena de gracia, podrá superar cualquier problema puntual y toda crisis. Tiene muy presente el Concilio de Jerusalén, celebrado siete años antes. Aquello era un asunto mucho más difícil...

 

El apóstol gime, suspira… Las lágrimas se deslizan lentamente por su rostro angustiado. Su corazón de padre sufre por la herida del pecado en aquella iglesia de la provincia de Acaya, tan próspera y dotada en el Espíritu. Siente que le faltan las fuerzas, pero continúa con la carta y, para desasosiego de los mensajeros, se extiende…

Pablo sabe que, con todo lo grave que pueda ser el pecado sexual cometido por un creyente, eso no representa en sí mismo una amenaza para el testimonio, la unidad, ni la salud espiritual de la Iglesia. Si la Iglesia está sana, unida en el Espíritu, y llena de gracia, podrá superar cualquier problema puntual y toda crisis. Tiene muy presente el Concilio de Jerusalén, celebrado siete años antes. Aquello era un asunto mucho más difícil: durante mil quinientos años los judíos habían confiado en la Ley como instrumento para su justificación ante Dios y les parecía inconcebible que los cristianos greco-latinos, no solo la desconocieran, sino que la consideraran una carga innecesaria. Y, pese a todo, se alcanzó un acuerdo unánime: “Nos ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros, no imponeros otra carga…”. [5] ¡Aquello había sido un milagro! ¡Y cuánta libertad, gozo e impulso había llevado ese acuerdo a las iglesias y a la causa del evangelio!

Pablo sigue dictando, abordando temas de forma y de fondo: los juicios entre cristianos ante tribunales civiles; la santidad integral del cuerpo, “templo del Espíritu” (no solo en casos tan graves como era el incesto); el matrimonio cristiano; el divorcio; los problemas de conciencia; el ministerio apostólico; las finanzas; la idolatría; las motivaciones del ministerio; la Cena del Señor; la administración de los dones del Espíritu; el desorden en los cultos; la resurrección de los muertos… 

A estas alturas, los mensajeros ya se sienten muy incómodos y les cuesta disimular su impaciencia. “¡Podía haber terminado en el capítulo cinco, pero la carta va a ser tres veces más larga!”, piensan. “¿Qué necesidad…? ¿No es esto marear la perdiz? ¿No es mejor centrarse en el grave problema que nos atañe ahora, en vez de diluirlo en medio de otro montón de problemas de tan diversa índole e importancia?”.

Lo piensan, pero no se atreven… De pronto observan que el apóstol hace una pausa. Respira hondo. Cierra sus ojos cansados… ¿Habrá concluido ya?

Tras unos segundos, que a los mensajeros parecen eternos, Pablo sonríe ligeramente, su rostro se ilumina de paz… de una profunda paz. Entonces rompe el silencio y declara…

“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe.

Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy.

Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.

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El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.

Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará…” [6]

Los mensajeros parten con la carta en una alforja. La iglesia de Corinto permanecerá en comunión. Por eso existe “Segunda Corintios”.

Autor: Jorge Fernández 

[1] 1 Cor. 5:1 – BLP
[2] S. Juan 17:21
[3] 1 Cor. 1:10-12
[4] 1 Cor. 5:9-13
[5] Hechos 15:28
[6] 1 Cor. 13:1-8


© 2018. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA. Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

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