ANÉCDOTAS DE UN PASTOR JUBILADO (4) / por MÁXIMO GARCÍA RUIZ

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Viernes, 14 de Junio de 2024 00:00

Escrito por Máximo García Ruiz

"Comencé esa relación sin contar con un manual pastoral que me ayudara a superar el trance ayudándome a ser de bendición. Los libros de teología no tenían previsto nada semejante".

Imagen / Freepik

(Redacción, 14/06/2024) No era miembro de mi iglesia. Nunca había asistido a nuestros servicios religiosos. Vivía en el mismo barrio. No la conocía de nada. No obstante, me pidieron que fuera a visitarla y lo hice. Después de tantos años no recuerdo su nombre, pero tengo grabado en mi mente su aspecto, su cara. Llevaba tiempo postrada en la cama. Año 1969.

Un tremendo melanoma le había comido una buena parte de la cara. Los amigos habían desparecido incapacitados para sobreponerse a la imagen triste y tétrica a la vez que padecía la antigua compañera; la familia, salvo los más cercanos, cumplían con su deber sobreponiéndose con dificultad al sufrimiento derivado de aquella situación. Los paliativos eran en esa época escasos y la esperanza de supervivencia, nula. La sentencia estaba señalada a corto plazo.

Le anunciaron mi visita. Ella la aceptó, al parecer de muy buena gana, y allí me presenté sin un manual que me pudiera ofrecer algunas pautas de comportamiento ante una situación tan extrema. Por mucho que uno viva, resulta imposible borrar de la mente una imagen tan impresionante. Aquella cara, puesta al descubierto con frecuencia a pesar de los esfuerzos que ella hacía para ocultarla con un paño, era realmente espeluznante. Apenas si podía comunicase; las palabras salían entrecortadas, confusas y flaqueaban tanto la fuerza física como las emociones.

Comencé esa relación sin contar con un manual pastoral que me ayudara a superar el trance ayudándome a ser de bendición. Los libros de teología no tenían previsto nada semejante. Continué visitándola diariamente hasta que, en un corto espacio de tiempo, falleció. La familia me rogaba que no dejara de ir a verla, que mis palabras eran como un bálsamo que le daba paz; que cada día esperaba con impaciencia que llegara la hora de la visita. Aquel rostro comido por el cáncer, en otro tiempo hermoso, llegó a resultarme familiar, nada repelente. Creo que de ese encuentro ambos salimos beneficiados.

Autor: Máximo García Ruiz. Junio 2024 / Edición: Actualidad Evangélica