Pincelada de ideas
¡Mira, una musaraña!
(ABIGAIL FERNÁNDEZ AGUIRRE, 07/03/2013) Recuerdo que cuando estaba en el colegio leí una página en mi libro de Lectura que dedicaba unos pocos párrafos a explicar qué era una musaraña. No me acuerdo de nada especialmente llamativo acerca de este animal, salvo que me resultó curioso por ser la primera vez que veía esa palabra, pero lo que sí me llama la atención ahora es que de un roedor tan poco conocido en general se haya sacado una expresión tan común como “mirar a las musarañas”: tres palabras con las que se describe el estado de personas absortas en la más pura nada, que miran “las musarañas” como quien podría mirar cómo se seca la pintura de la pared o cómo hierve la leche. Es un estado que también se conoce como estar “en Babia” o “empanado”, pero me gusta más como suena la de las musarañas, aunque la verdad es que tiene muy poco sentido si nos lo tomamos de forma literal. Por alguna razón, para mí esas otras expresiones se aplican a alguien que está abstraído y que no presta atención a lo que pasa a su alrededor porque se ha encerrado en sus pensamientos, pero no realmente de forma voluntaria: podría despertar de sus cavilaciones en cualquier momento, y empezaría a moverse enseguida. En cambio, cuando oigo eso de “mirar a las musarañas” siempre lo asocio con una decisión por la inactividad.
La decisión de estar distraído.Algo curioso de estas musarañas, que tan poco tienen que ver con aquellos simpáticos roedores, es que no son las mismas para todo el mundo, sino que cada persona las ve de una forma diferente. Lo que está claro es que el reino de las musarañas es el día a día, y su mayor enemigo la concentración. A estas musarañas les encanta sentirse observadas y llamar tu atención haciéndote creer que son importantes cuando en el fondo, o incluso también en la superficie, no son más que luces movedizas. Aparecen de la nada y tu mirada las sigue: a veces tienen forma de televisión, o de Internet, o de canciones, o de filosofía contemplativa, o del vuelo de una mosca, y si consigues deshacerte de una es muy probable que aparezca otra que de nuevo logre engancharte para que te quedes mirándola. Y estas musarañas llegan a ser muy atractivas pero tienen la habilidad de atarte de manos y pies mientras tú las observas. Cuando quieres darte cuenta, llevas un buen rato en un estado de absoluta pasividad. Es como una especie de duermevela, con la diferencia de que la elección de despertar y levantarte es completamente tuya, si bien a menudo requiere dar un salto, romper las cuerdas y poner los pies en polvorosa intentando hacer ojos ciegos y oídos sordos a las musarañas.
Estas musarañas no son una plaga que se pueda erradicar, precisamente porque son diferentes para cada persona, pero para convivir con ellas hay que ser conscientes del peligro que entrañan, porque de otra forma se puede pasar de echarles una ojeada pensando “¡qué curioso!” al extremo de permanecer totalmente abstraídos mientras el mundo arde, corre, se destruye o se reconstruye a nuestro alrededor.
Antes he dicho que el mayor enemigo de las musarañas es la concentración, pero eso es como decir que la mejor forma de luchar contra un bosque en llamas es con un incendio apagado. Poco a poco empiezo a comprender que en realidad lo único que vence a las musarañas en esa batalla del día a día es la perseverancia.
Y confieso que esto es sin lugar a duda uno de esos casos de “haz lo que digo y no lo que me veas hacer”, como puede notar cualquiera que eche un vistazo a las fechas de las últimas entradas de este blog (y lo que es más importante, ésta no es la única área en la que las musarañas suponen un obstáculo para mí). Algunos dirán que no predicar con el ejemplo invalida toda reflexión o consejo que quiera darse sobre el tema, y por una parte tienen razón, pero alguien dijo una vez que no es un completo inútil quien al menos sirve de mal ejemplo: a esto me acojo. No pretendo ni mucho menos dar lecciones, pero las grandes historias y las experiencias reales de otras personas que quizá sin saberlo me sirven de inspiración han llegado a convencerme de algo que me ha parecido importante compartir: la suerte te puede salvar una vez o dos de ser un experto contemplador de musarañas, pero sólo la perseverancia te entrena para enfrentarte a ellas todos los días. La perseverancia es lo único que puede ayudarnos a dar ese salto, a quitarnos las ataduras de las manos y los pies, a huir mientras estamos a tiempo y, si es necesario, incluso a darle una patada a alguna musaraña* por el camino.
"Solamente esfuérzate, y sé muy valiente" (Josué 1:7).
* A las metafóricas, claro está. Que las verdaderas son una monada.
Autor: Abigail F. Aguirre / Tomado con permiso del Blog de la autora: "El arte de soñar"
© 2013. Este artículo puede reproducirse siempre que se haga de forma gratuita y citando expresamente al autor y a ACTUALIDAD EVANGÉLICA como fuente.
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