OPINIÓN / POR MÁXIMO GARCÍA RUIZ

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"La enseñanza es clara: cuando Dios llama, hay que dejarlo todo a un lado y seguirle sin dudar. Cuando hay algo, por poco que sea, que se interpone, estamos lejos (aunque parezca cercano) de Cristo."

San Pablo escribiendo / Maestro del Papagayo, Museo del Prado - Óleo del siglo XVI

(Máximo García Ruiz, 15/11/2022) Se cuenta sobre Hernán Cortés, el conquistador de México que, una vez que hubo arribado en las costas de aquel imperio, y ante el peligro de insurrección y posible regreso de sus tropas a Cuba, envió una de sus naves de regreso a aquella isla destruyendo las restantes.

Sólo quedaba un camino ante ellos: conquistar la tierra. La indecisión es algo característico de los seres humanos: evadirse, no tomar postura, no comprometerse. Y ante esa tendencia, es necesario, a veces, tomar decisiones valientes, arriesgadas.

Pablo narra su testimonio ante un grupo de personas prominentes. Explica su misión: anunciar el evangelio a los gentiles para que se conviertan de las tinieblas a la luz”. Se perfilan dos posturas en el grupo de los que escuchan: 1) La de Festo, el gobernador: “”; 2) la de Agripa, rey de raza hebrea, judío de religión: “” (Cfr.  Hechos cap. 26). Posturas semejantes a éstas encontramos en todo tiempo.

Están los que leen las Escrituras sin prejuicios, buscando en ellas la Palabra de Dios, mientras que verdades tan claras queden en oculto para tantísimos otros que leen y no entienden, tal vez los más sabios, o los más religiosos.  “Te alabo Padre…, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (Mt. 11:25). Después de años de experiencia, Pablo podía decir con razón:

“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden” (1Cor. 1:18).

Desde el punto de vista humano, hay que darle la razón a Festo.

1. Es locura amar a los enemigos.

2. Es locura renunciar al primer puesto.

3. Es locura recorrer la segunda milla o poner la otra mejilla.

4. Es locura, en fin, renunciar a los placeres de esta vida en aras de una fe que los sentidos humanos no entienden.

Por esta causa, Festo y todos aquellos que ni entienden ni quieren entender el mensaje de Jesucristo, llaman locos a los que lo siguen, que le aman, que renuncian, que sirven… “La palabra de la cruz es locura a los que se pierden” también en nuestro tiempo.

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Si trágica es la situación de aquellos que obstinadamente se niegan a admitir el Evangelio, acusando de locos a los cristianos, aún hay otra situación peor. Son los que asisten a la Iglesia, los que oyen, los que entienden, pero siempre ponen una “pega” a su entrega a Cristo. Son los que, como Agripa, dicen: “Por poco me persuades”. Saben que el Evangelio recoge Palabra de Dios; se dan cuenta de que la salvación puede hallarse en Jesucristo; entienden que la Iglesia es un instrumento puesto por Dios para conducirles a la salvación, pero… ¡falta algo! ¡Por poco! No se atreven a dar el paso.

Imaginemos al rey Agripa. Era judío, conocedor de las promesas bíblicas y respetuoso con las tradiciones de su pueblo: tenía interés por escuchar a Pablo. Oye su testimonio, atentamente; las palabras de Pablo no caen en vacío. Le revelan el cumplimiento de la promesa… Pero hay compromisos sociales, intereses personales, dudas… “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt. 10:35).

La enseñanza es clara: cuando Dios llama, hay que dejarlo todo a un lado y seguirle sin dudar. Cuando hay algo, por poco que sea, que se interpone, estamos lejos (aunque parezca cercano) de Cristo.

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“La palabra de la cruz es locura para los que se pierden, pero a los que se salvan…, es poder de Dios” (1 Cor. 1:18). Sea por mucho o sea por poco, aquellos que no quieren aceptar a Cristo, terminan perdiéndose. Para ellos, la Palabra de Dios es locura. Más para los que se salvan, i. e., para aquellos que renuncian a todo por Cristo, “es poder de Dios”.

Es posible que a algunos les apetezca cambiar las cosas. Pero hay cosas que no cambian. Según dijo Cristo, “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt. 13:31). El Evangelio es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Y las reacciones idénticas:

> Unos oyen y dicen; ¡locura!

> Otros se lamentan ¡por poco!, o lo aplazan: ¡mañana!

Pero hay muchos que, como Pablo, saben responder: “Señor ¿qué quieres que yo haga?” (Hch. 9:6). Para los primeros el Evangelio es locura. Para los que lo aceptan, “potencia de Dios”; virtud regeneradora.

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Se trata de una experiencia que está al alcance de todos. Antes o después, en una u otra circunstancia, hay que tomar una decisión. ¿Seguir los pasos de Festo, despreciando irresponsablemente la oferta del Apóstol? ¿Quedarse a las puertas, enganchado por la eterna duda, como Agripa? Pablo lo expresa en los términos siguientes: “¡Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy [poseedores de esa locura del Evangelio], excepto estas cadenas!” (Hech. 26:29).

(Adaptado de una homilía pronunciada el 10 de noviembre de 2013 en la Primera Iglesia Evangélica Bautista de Madrid).

Autor: Máximo García Ruiz. / Licenciado en Ciencias políticas y Sociología; Licenciado y doctor en Teología. / Noviembre 2022