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DAVID WILKERSON (19/05/1931 – 27/04/2011)

Vida y muerte de un profeta

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David Wilkerson

(JORGE FERNÁNDEZ BASSO,  28/04/2011)

Hay distintos tipos de profetas. Los hay ilustrados, como Isaías, o sencillos como Amós. Los hay como Moisés, Jeremías, Ezequiel, Daniel y otros, que han dejado sus profecías escritas para la posteridad. Los hay como Elías -“hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras”, dice la Biblia- que, sin haber escrito una sola línea, dejaron tras de sí un testimonio inspirador… y permanecen como referentes de la fe para la posteridad.

La historia de David Wilkerson, el pastor estadounidense fallecido en el día de ayer en un accidente de tráfico, a los 79 años de edad, es la de un profeta contemporáneo y la de un verdadero apóstol (aunque no nos consta de que él se considerara tal), en el sentido más amplio del término.

De la campiña al Bronx

Hombre de orígenes humildes, criado “entre Biblias”, según se dice, en el seno de una familia piadosa de varias generaciones de cristianos (hijo y nieto de pastores), inició su ministerio siendo muy joven –con 14 años ya predicaba- como párroco protestante de las Asambleas de Dios, en zonas rurales de Pensilvania.

A fines de los 50, cuando gozaba de una feliz vida familiar y de una acomodada y sosegada posición ministerial, su espíritu se sintió incómodo ante esa inercia vital que le arrastraba "de la iglesia al sofá, frente al televisor", por lo que decidió entregarse a la oración. “¿Qué pasaría si dedicara las dos horas diarias que pierdo frente al televisor, a la oración?”, se preguntó. Y, puesto manos a la obra, no tardó en ver los resultados.

Poco tiempo después de esa decisión respecto al uso de su tiempo libre, la Providencia puso en sus manos un ejemplar de la revista Times que contenía una historia que se le clavó en el corazón. La nota daba cuenta del asesinato de un joven minusválido, que había muerto como resultado de una paliza, a manos de una pandilla de adolescentes aburridos. La información se completaba con un reportaje sobre la existencia y la naturaleza de esas pandillas de niños y adolescentes asesinos, adictos a las drogas, fruto de familias desestructuradas, que se hacinaban en los suburbios de Nueva York.

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Portada de La Cruz y el puñal

Los sentimientos, la fe y las dudas que le acompañaron durante el itinerario de 180º que debió recorrer, desde el idílico ámbito en el que se hallaba, hasta llegar a mudarse con su familia a una barriada degradada, sucia, maloliente y llena de peligros, en los alrededores de Nueva York, están relatados en primera persona en “La Cruz y el puñal”, un best-seller que ha sido –y sigue siendo- un instrumento de inspiración para millones de cristianos en todo el mundo.

Lo fue para un servidor, que siendo en los 70 líder de jóvenes de una pequeña parroquia en un barrio de la populosa ciudad de Buenos Aires, quedó impactado por la versión cinematográfica de la dramática historia de este predicador rural, joven e inexperto, que por un impulso del Espíritu Santo y sin más recursos que su fe y su coraje, se metió en lugares tan peligrosos -inaccesibles aún para la policía neoyorquina- consiguiendo rescatar a cientos y miles de jóvenes de las garras de las drogas, de la delincuencia y de la marginación social.

Varios años después, ya en la España de los 80 y vinculado a la labor de un Centro de Rehabilitación evangélico, el recuerdo de esta historia y del testimonio de este hombre siguió siendo para mí una fuente de inspiración y referencia en muchas ocasiones, especialmente cuando visitábamos barriadas como “Los Pitufos” y “Las Barranquillas” en Madrid, “Las Tres Mil Viviendas” en Sevilla, o “La Barriada del Hotel Suárez” en Huelva, para convencer a chicos y chicas de que “Dios podía ayudarles a salir de las drogas”. También cuando, hace algunos años, empezaron a conocerse en España pandillas como los “Lating Kings” o “Los Ñetas”, un calco de las de “Los Obispos” y “Los Mau-Mau”, a las que pertenecían los chicos y chicas ayudados por Wilkerson en los 60.

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Histórica foto que muestra a dos jovencísimos amigos: el ex pandillero Nicky Cruz (izq.) y el Rev. David Wilkerson (der.)

De Wilkerson nos quedan también un buen número de libros, algunos de ellos de carácter profético, entre los que cabe destacar “La Visión”, publicado en 1973, y en el que el autor predice, con sorprendente precisión y con más de tres décadas de antelación, algunas de las tormentas financieras, políticas y sociales que afectarían a los EEUU y al mundo en tiempos recientes.

Un Elías del siglo XX

Hay profetas distintos, decíamos. Unos escriben; otros actúan… otros hacen ambas cosas. Unos son antorcha que alumbra, como Juan el Bautista; y otros tienen la capacidad de hacer descender fuego del Cielo a la Tierra, como Elías.

Quizás sea el de Elías el perfil bíblico más próximo al de Wilkerson. Su labor en los suburbios de Nueva York ofrece semejanzas al histórico duelo sostenido por el  profeta hebreo en el Monte Carmelo, contra los profetas del odio y la violencia, que “se sajaban con cuchillos y con lancetas conforme a su costumbre, hasta chorrear la sangre sobre ellos” (1). Fue un Elías urbano, sí... Porque para levantar y encender un altar de salvación,  en medio del montón de piedras desperdigadas de la desesperanza, hacen falta hombres (y mujeres) con una fe capaz de encender y consumir leña mojada, que no se amilanen ante la magnitud del desafío.

Ese era Wilkerson. Un Elías del siglo XX…., una leyenda viva.

Resulta cuando menos curioso que, mientras que al Elías de la Biblia se lo llevó el Señor al Cielo, de forma violenta, en un carro de fuego en medio de un torbellino (2), a éste Elías contemporáneo, como si fuera un signo del destino, se lo ha llevado ayer, a los 79 años, por medio de un camión trailer, en un choque frontal en una carretera de Texas…

Autor: Jorge Fernández

(1) 1 Reyes 18:28

(2) 2 Reyes 1:11

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