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ALENAR

Compromisos

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emmanuel-200(EMMANUEL BUCH, 12/01/2013) Las invocaciones a la presencia pública, relevancia social o compromiso solidario son hoy comunes entre los evangélicos españoles. Me agradan. No siempre fue así. Pero la satisfacción inicial pronto se transforma en confusión porque esos conceptos cobran significados muy distintos según quien los enarbola. Ciertas implicaciones me resultan ajenas y de alguna no puedo estar más distante. Necesito clarificar(me) en qué sentido y perspectiva tiene valor para mi seguir invocando y viviendo esos conceptos.

I. TODOS TENEMOS UN PASADO

Creo en la importancia de la presencia pública, la relevancia, el compromiso social de los cristianos evangélicos. Llegué a la Universidad de Valencia, apenas un adolescente, en Octubre de 1975. Un mes más tarde moría Franco y viví con pasión los primeros años de la transición política a la democracia, sumergido en debates, lecturas, análisis, … Qué difícil era entonces encontrar elementos de ayuda para la reflexión desde la óptica de mi fe evangélica; apenas nada, salvo aquellos hermosos cuadernos ciclostilados de G.B.U. sobre la energía nuclear, la pena de muerte o el cine de Woody Allen.

Tuve que recurrir a las aportaciones católicas sobre el diálogo marxismo-cristianismo (Giulio Girardi, Roger Garaudy). En 1983 descubrí la revista MISION, que editaban en Argentina Samuel Escobar, René Padilla y Orlando Costas entre otros. De aquella combinación de teología neo-evangélica y sensibilidad social me he alimentado hasta hoy, con aportes posteriores de la tradición anabautista no-violenta actualizada por John Yoder o Ronald Sider y, de la mano de Carlos Díaz, del personalismo comunitario: autores judíos (Buber, Levinas), católicos (Mounier, Ebner) y protestantes (Ricoeur, Ellul) que me ofrecieron una antropología de raíz bíblica que fructificaba en un acercamiento crítico, lúcido, contra el desorden establecido.

En 1986 inicié mi ministerio pastoral y en los años siguientes menudearon mis colaboraciones escritas sobre “compromiso y misión”, “personalismo y compromiso cristiano”, racismo o terrorismo, al amparo de la sección del Pacto de Lausana acerca de la relación entre evangelización y compromiso social. Participé de eventos como los Conciertos y Manifiestos por Somalia (1992) o Sudán (1993) y en la creación de INICIATIVA EVANGELICA en 1996, organizando encuentros mensuales de oración por los secuestrados de ETA (Ortega Lara, Cosme Delclaux), y concentraciones de oración cuando se cometían atentados en Madrid, acudiendo al lugar de los hechos el mismo día en que se producían para orar arrodillados por el cese de la violencia.

Sigo creyendo en la importancia del compromiso público de los evangélicos pero no comparto el entusiasmo de algunos por la participación en partidos políticos ni, menos aún, la fascinación de otros por la creación de partidos ni, en absoluto, el equívoco de confundir testimonio y poder político. Creo que no es el camino y, desde luego, no es mi camino. Hoy sólo me atraen opciones que tomen como punto de partida ciertos parámetros básicos que esbozo a continuación.

II. LA CRUZ DE CRISTO.

“Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1ªTim.1,15). ¿Cómo soslayar esta declaración? Si la cruz y su mensaje salvador de Jesús no están en el centro de nuestra acción cualquier iniciativa resultará desenfocada. La realidad del pecado, el juicio y la salvación para la eternidad ofrecida gratuitamente por Dios en Jesucristo son el eje del Evangelio. Desde la cruz todo cobra sentido, con la cruz en la periferia todo se desenfoca. “Todo el propósito de la predicación del Evangelio tal como lo entiendo, todo el propósito del mensaje de este Libro que llamamos Biblia, es dirigir nuestra atención a la pregunta más esencial de todas. Hay quienes querrían hacernos creer que el propósito de la Iglesia en la actualidad es pronunciarse sobre las preguntas que hacen otras personas. Os resultan familiares: preguntas sobre economía, sobre las condiciones sociales, preguntas sobre la guerra y la paz y mil cosas más. Hay quienes querrían hacernos creer que el propósito de la Iglesia es expresar su opinión acerca de este gran cúmulo de preguntas. Ahora bien, quisiera demostrar que esto es una falsificación de todo el propósito de la Iglesia y del mensaje de la Iglesia. En mi opinión, la primera función fundamental de la Biblia y de la Iglesia es plantear una pregunta especial y hacer la pregunta más pertinente [Lloyd-Jones se refiere a la pregunta de Job: “¿Y cómo se justificará el hombre con Dios?” (9,1), texto que sirve de referencia a su sermón]. Es dirigir la atención de hombres y mujeres a las cosas que tienden a olvidarse y ahogarse en este remolino y vórtice en que el ser humano ha convertido el mundo y su vida a causa de su pecado”[1]

La palabra de la cruz, tropezadero y locura (1ªCor.1,18-23), podrá parecer a algunos un mensaje medieval, descontextualizado, pero las páginas del Nuevo Testamento giran alrededor del Cristo crucificado para nuestra salvación. Ese Evangelio tiene una vitalidad expansiva, no autocancelante, de la que se derivan implicaciones prácticas en todas las áreas de la existencia humana, individual y comunitaria. Pero soslayar la centralidad de la cruz, quedar absorbidos por las “cosas penúltimas” sin la perspectiva de las “cosas últimas”, debilita la identidad del Evangelio y diluye la relevancia de la acción de los cristianos en un magma difuso de inmanencia difuminada.

III. “CUATRO PODERES”

Cuando lo “penúltimo” absorbe nuestro enfoque no es de extrañar que sólo pensemos en recursos demasiado humanos, que menospreciemos “cuatro poderes”[2] que brotan del Evangelio y que dan a nuestra acción verdadera identidad cristiana y auténtico poder sobrenatural.

1. El poder de la oración. No existe activismo social propiamente cristiano que no esté bañada en oración de una manera real y convencida. De hecho, el primer deber del pueblo de Dios para con la sociedad y sus líderes es la oración: “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad.” (1ªTim.2,1-2). Esta no es una cuestión protocolaria o de estética religiosa sino un verdadero ministerio influyente y benéfico que los cristianos deben ejercer en obediencia a la exhortación de nuestro Señor y a la necesidad de nuestros semejantes.

2. El poder de la verdad. El Evangelio es “poder de Dios para salvación” (Rom.1,16) y toda palabra que viene de Dios es poderosa, más poderosa que cualquier palabra o falsa verdad que proceda del Maligno. En este sentido, nada más influyente y más benéfico que la proclamación de la verdad mostrada por Dios en Jesucristo a través de su Palabra. Este es el lugar para una forma de expresión y persuasión por una apologética de la verdad del Evangelio en medio de la sociedad, no cargada de soberbia pero tampoco timorata ni acomplejada.

3. El poder del ejemplo. La verdad nunca es más poderosa que cuando se muestra en términos prácticos. El vivir cotidiano de los hijos de Dios en obediencia a su Señor, como individuos y como comunidad,  ofrece la confirmación más vigorosa e influyente del poder del Evangelio y su valor en todos los ámbitos de la vida humana.

4. El poder del grupo. Un grupo que vive solidariamente sostenido por una visión clara y firme de sus valores, por pequeño que sea numéricamente, puede cambiar una sociedad entera. Según algunos sociólogos, toda una cultura puede ser transformada cuando un dos por ciento de sus miembros tienen una nueva visión y están realmente comprometidos con ella. Eso fue lo que logró aquel puñado de doce discípulos que acompañaron a Jesús por tres años: trastornar el mundo entero (Hch.17,6)

IV. NI PODER NI PARLAMENTO, SOCIEDAD CIVIL

En palabras del filósofo católico Emmanuel Mounier: “Nuestra acción no está dirigida esencialmente al éxito, sino al testimonio.”[3] Ser testimonio, fermento, sal, luz, … esa es la auténtica misión de los cristianos y de la iglesia, anunciando y encarnando los valores del Reino, invitando a otros a hacerlos suyos. “Esto no es una política, ya lo sé. Pero es un cuadro previo a toda política y una razón suficiente para rechazar ciertas políticas.”[4]

Tal como advirtió Karl Barth[5] hace décadas, la vía para la influencia social de los cristianos no debiera ser un partido político confesional. Porque la Iglesia, a priori, nunca debe mostrarse en contra de nadie sino a favor de todos, de la causa común de toda la comunidad civil. Por definición, un partido parte la sociedad, se aliena del resto; por el contrario, la Iglesia tiene vocación universal. Porque cada decisión del partido cristiano compromete a toda la Iglesia y su mensaje, identificándola con su acción política y el testimonio de sus miembros, siempre imperfectos. Porque la dinámica del partido cristiano no puede sustraerse a la propia de la democracia parlamentaria con sus “juegos” de mayorías y minorías, propaganda propia, descalificación de lo ajeno, demanda de simpatizantes y aún dirigentes no cristianos, etc. La eficacia política se construye a costa del testimonio profético. Porque no cabe un programa político cristiano-evangélico que, además de criterios sobre las grandes cuestiones morales, ofrezca además una ideología evangélica diferenciada sobre las innumerables cuestiones de la vida comunitaria.

Tampoco espero mucho de la presencia de cristianos en los partidos políticos porque están blindados contra toda forma de independencia de criterio en su seno y son deudores de intereses que nada tienen que ver con sus votantes. Me sorprende que ese ámbito de participación resulte tan fascinador a algunos cuando, además, cada día más ciudadanos les vuelven la espalda para crear espacios alternativos de participación directa y autogestión.

Es un reduccionismo simplista “reducir la vida pública a la vida política (…), que lo societario, lo público y lo pre-político de nuestras sociedades sea devorado por lo administrativo, lo político y partidista”[6] A mi parecer los cristianos encontraremos mejor acomodo y más eficaces cauces de participación pública a través de la sociedad civil, de la que somos parte como ciudadanos y en la que hay amplio espacio para nuestro testimonio, para el diálogo y, en determinadas circunstancias, la cooperación.

V. IGLESIA LOCAL

Sobre todo, creo en el valor irremplazable de la iglesia local. Creo en la “parroquia” a pesar de las críticas que sufre, a pesar de que algunos la califiquen de “experimento fallido”, a pesar de ensayos alternativos innecesariamente excluyentes. Creo en la iglesia local, comunidad de creyentes, expresión concreta y palpable aunque imperfecta del reino de Dios; comunidad de la que Jesucristo es el Señor, único y suficiente vínculo entre los creyentes, distintos en tantas maneras. Creo en una comunidad que no es sólo comunidad de fe y de culto sino comunidad de vida, según las circunstancias de cada caso. Creo que esa comunidad es el testimonio más poderoso del Evangelio en su poder transformador y reconciliador. La iglesia local como “comunidad de contraste”[7]: ese es su ministerio más propio y la aportación más benéfica e influyente que puede dar a la sociedad. Comunidades de hombres y mujeres de toda condición social, cultural, racial o económica que testifican del poder de Dios, suficiente para romper barreras, derribar prejuicios y edificar un único Pueblo al amparo del sacrificio de Jesucristo. Comunidades integradas en la vida ciudadana, compartiendo necesidades y esfuerzos con sus semejantes, procurando la bendición de la ciudad (Jer.29,7).

Esa comunidad de creyentes es un verdadero “contra poder”, sazonadora de vida en medio de la oscuridad y la miseria. Algunos lo llamarán “despolitización” pero en ningún caso es “desocialización” sino auténtico testimonio cristiano, ministerio eficaz de una comunidad que en medio de la sociedad obedece a otros valores, los valores del reino de Dios que ha venido en Jesucristo.[8]


[1] Martyn Lloyd-Jones: Sermones evangelísticos. Editorial Peregrino, 2003. Pg. 122 (sermón predicado en Westminster Chapel en 1947).

[2] John Stott: “Salt and Light” in Christianity Today: Octubre, 2011. Artículo adaptado de un sermón del autor publicado en PreachingToday.com

[3] Emmanuel Mounier: Revolución personalista y comunitaria. Obras Completas, I. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1992. Pg. 184.

[4] Emmanuel Mounier: Las certidumbres difíciles. Obras Completas, IV. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1988. Pg. 209.

[5] Karl Barth: Comunidad cristiana y comunidad civil. Barcelona: Editorial Fontanella.

[6] Agustín Domingo Moratalla: “Presencia pública y poder político: de la militancia política a la perseverancia cultural”. In ACONTECIMIENTO, nº 100, 2011/3.

[7] Gerard Lohfink: El sermón de la montaña ¿para quién? Barcelona: Editorial Herder, 1989.

[8] Cfr. Jacques Ellul: Anarquía y cristianismo. México: Editorial Jus, 2005. Pg. 85.

Autor: Emmanuel Buch Camí

© 2013. Este artículo fue publicado originalmente en el Blog del autor, y se reproduce en este espacio con permiso expreso del mismo.

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