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CONSIDERACIONES SOBRE LA INFIDELIDAD (I)

La fidelidad y sus enemigos en la sociedad de hoy

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20120926-13

(PABLO MARTÍNEZ VILA, 26/09/2012) En nuestros días asistimos a una extraña paradoja en los países occidentales: gozamos de una calidad de vida muy alta, nunca antes se había disfrutado de tanto bienestar material. Sin embargo, al mismo tiempo hay muchos más casos de depresión, ansiedad, estrés y soledad que nunca. La gente vive mucho mejor, pero se siente mucho peor. La prosperidad material no ha proporcionado bienestar emocional ni existencial. Y el panorama futuro no parece más halagüeño: la OMS (Organización Mundial de la Salud) ha pronosticado que para el año 2020 la depresión será la segunda enfermedad en importancia después del cáncer.

Un ejemplo nos ilustra esta sorprendente paradoja. En el ranking de ciudades del mundo con mayor calidad de vida (año 2009) Viena, Zurich y Ginebra encabezaban la clasificación. A primera vista, son lugares privilegiados para vivir; sin embargo, detrás se esconde una realidad muy distinta: Viena ha sido durante muchos años -y aún hoy lo es- una de las ciudades con un mayor índice de suicidios del mundo. Por otro lado Zurich y Ginebra están en Suiza, país con un alto índice de toxicomanías. La conclusión no parece difícil de deducir: allí donde hay un mayor nivel de prosperidad material, abundan los conflictos personales, familiares y de relaciones. El cuerpo está mejor cuidado que nunca, pero la mente y el espíritu están quizás peor que nunca.

El problema es complejo y no podemos simplificarlo. El malestar moral y espiritual de nuestra sociedad es un fenómeno pluridimensional donde intervienen factores de diversa índole. Quisiera destacar, sin embargo, una causa frecuente de este deterioro personal y social que he podido observar repetidamente en mi práctica como psiquiatra: una crisis colosal de fidelidad; me refiero no sólo a la fidelidad conyugal o en la pareja, sino en todas las relaciones humanas. Muchos problemas hoy tienen que ver con la inestabilidad de las relaciones, la fragilidad de los vínculos, la erosión del compromiso. Lo que los sociólogos llaman inestabilidad social esconde una crisis del valor fidelidad donde los vínculos sólidos que solían ser para toda la vida se han vuelto algo precario y con «fechas de caducidad» muy cortas. El lema hoy parece ser «nada a largo plazo». Con ello se ha perdido un baluarte de seguridad en la convivencia y una fuente de identidad personal. Sin duda, ello pasa factura, una factura que la estamos pagando en forma de una auténtica epidemia de relaciones rotas con su cortejo acompañante: los problemas emocionales, en especial ansiedad, depresión y soledad.

Podríamos comparar las relaciones en nuestros días a las setas: crecen rápidamente bajo el influjo de las primeras lluvias, pero se desvanecen tan rápido como crecen porque carecen de raíces y son muy frágiles. Asistimos a una eclosión de «relaciones seta» en todos los ámbitos: en el trabajo, entre amigos, incluso en la vida de iglesia. Esto afecta con fuerza a la familia donde van creciendo relaciones frágiles y superficiales que se desgajan ante cualquier presión externa al modo como uno arranca una seta sin apenas resistencia. La contraposición a las «relaciones seta» son las «relaciones roble». El roble tiene dos características que lo hacen poco vulnerable a las agresiones externas: por un lado, es un árbol ignífugo, resiste muy bien el fuego; por otro lado, tiene raíces fuertes porque tanto como crece en superficie lo hace también en profundidad; así, las raíces de un roble tienen la misma dimensión que su crecimiento en superficie.

Nuestra propuesta como seguidores de Cristo es que debemos evitar las «relaciones seta» y promover las «relaciones roble» donde la fidelidad y el compromiso son la marca distintiva. El propósito de estos dos artículos no es un análisis exhaustivo de la infidelidad conyugal desde el punto de vista pastoral y psicológico, tema amplio y muy necesario. Ello queda para otra ocasión. Nuestra intención aquí es reflexionar sobre los motivos que han llevado a nuestra sociedad a unas relaciones superficiales, individualistas y frágiles.

Para ello vamos a considerar, en primer lugar, qué es la fidelidad y por qué es tan importante.

1. ¿Por qué he de ser fiel?: la importancia de la fidelidad

Entendemos por fidelidad el cumplimiento de las promesas y pactos por encima de los sentimientos y de las circunstancias. La persona fiel no cambia aquello que ha prometido, ocurra lo que ocurra, «en salud o en enfermedad». El ejemplo por excelencia es el Señor Jesús quien «es el mismo ayer, hoy y por los siglos» (Heb. 13:8). La fidelidad es una actitud profunda que nace del corazón y piensa más en mis deberes que en mis derechos, piensa antes en el «tú» que en el «yo». La gravedad en cualquier tipo de infidelidad radica precisamente en la ruptura de la promesa o la dejadez en el compromiso.

La fidelidad no suele ser una conducta aislada, limitada a una esfera de la vida (la sexual), sino un rasgo más de un carácter moral y de una estructura de personalidad. Así, el cortejo inseparable de la fidelidad son valores como el esfuerzo, la perseverancia, la paciencia y expresan, en último término, una buena mayordomía en todos los ámbitos. De la misma manera, la infidelidad suele ir acompañada de indolencia, búsqueda del beneficio inmediato y personal, una baja tolerancia a las contrariedades o frustraciones, mentiras y engaño, etc. La persona fiel en sus relaciones suele ser fiel en todas las áreas de su vida, «porque el que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel» (Lc. 16:10). Recordemos cómo la enseñanza principal de Jesús sobre la fidelidad se basó en la parábola de los talentos, es decir en una buena administración de todo lo que Dios ha puesto en nuestras manos (Mt. 25:14-30).

Un ejemplo admirable lo tenemos en José, el patriarca del Antiguo Testamento quien desde muy joven fue fiel en todo lo que se le encomendó. La fidelidad a su amo egipcio se evidenció no sólo en la esfera sexual –rechazando el acoso repetido de la mujer de Potifar- sino en todas las áreas de su vida. Ello explica el éxito de José en las diferentes esferas donde tuvo responsabilidad: con Potifar (Gn. 39:3-4), en la cárcel (Gn. 39:21-23) y como gobernador de Egipto (Gn. 41:42). La fidelidad expresa, por tanto, una actitud vital profunda y global de lealtad y compromiso.

La fidelidad es importante por varias razones:

COMO MOTOR DE COHESIÓN SOCIAL Y DE ESTABILIDAD EMOCIONAL

La fidelidad es como el cemento que cohesiona nuestras relaciones. Constituye una salvaguarda que nos da seguridad más allá de los vaivenes de los sentimientos. En un mundo fracturado por el pecado, los sentimientos son fluctuantes y están sujetos a cambios frecuentes y repentinos. El corazón humano es «engañoso más que todas las cosas» (Jer. 17:9). Por ello las relaciones humanas requieren una base sólida, objetiva, que les confiera una garantía de estabilidad. La fidelidad expresada en promesas y pactos es como un ancla que mantiene la nave segura en la hora de la tormenta. Si nuestras relaciones dependen sólo de los sentimientos, entramos en una especie de tiovivo existencial donde no hay nada seguro y donde la desconfianza campa a sus anchas. Por el contrario, donde hay fidelidad, hay confianza. Una persona fiel genera seguridad, paz y estabilidad a su alrededor.

Una mujer me decía en la privacidad de la consulta: «Yo no puedo entregarme íntimamente a mi marido porque no sé si mañana me va a dejar». No veía en él un compromiso y, por ello no podía confiar. La confianza que da la fidelidad es el mejor antídoto contra la ansiedad, la inseguridad y los celos en las relaciones.

Así pues, la fidelidad es importante como motor de cohesión social y de estabilidad emocional. Tanto autores cristianos como no cristianos coinciden en este punto: es un ingrediente esencial en todas las relaciones humanas. Ello nos obliga a preguntarnos: ¿se explica la necesidad de fidelidad en términos puramente psicológicos o sociales?

COMO EXPRESIÓN DEL CARÁCTER DE DIOS

Para el cristiano la fidelidad es importante por una razón aún más poderosa: la fidelidad forma parte de la esencia misma del carácter divino: «fiel es el Señor» (2 Ts. 3:3), en Él «no hay mudanza ni sombra de variación». (Stg. 1:17), «porque todas las promesas de Dios son en Él Sí, y en Él Amén» (2 Co. 1:20). Las referencias a la fidelidad de Dios son constantes en las Escrituras. Es por completo inconcebible que el Dios de la Biblia esté sujeto a cambios caprichosos de humor, de sentimientos o de ideas como los dioses paganos. Hasta tal punto es así que desde el principio Dios quiso rubricar sus promesas con pactos. Estos pactos eran la expresión de un compromiso inquebrantable. El pacto ha sido el marco que ha estructurado siempre la relación de Dios con el hombre en general y con su pueblo en particular. Un ejemplo de ello lo tenemos en la historia del arco iris, símbolo del primer gran pacto de Dios con el hombre al prometer que no volvería a destruir nunca más al ser humano de la faz de la tierra: «Esta es la señal del pacto que yo establezco entre mí y vosotros por siglos perpetuos: mi arco he puesto en las nubes» (Gn. 9:9-13)

COMO VOLUNTAD DE DIOS PARA LAS RELACIONES HUMANAS

La fidelidad, sin embargo, no es sólo un atributo esencial del carácter divino sin más. Ello tiene consecuencias para nosotros. Es también su voluntad para las relaciones humanas. Ello es lógico si recordamos que fuimos creados a imagen de Dios y, por tanto, somos llamados a reflejar en lo posible Su carácter. La fidelidad sella las relaciones entre Dios y los hombres, pero también debe sellar las relaciones de los hombres entre sí. Porque Dios es fiel, nosotros debemos serlo también. La infidelidad rompe el corazón de Dios: «...Haréis cubrir el altar de Jehová de lágrimas, de llanto y de clamor... porque has sido desleal contra la mujer de tu juventud, siendo ella tu compañera y la mujer de tu pacto» (Mal. 2:13-14). La fidelidad, por el contrario, le agrada tanto que Dios promete la «corona de la vida» al que es fiel hasta la muerte (Ap. 2:10).

Así pues, la fidelidad expresada en el cumplimiento de pactos y promesas es el ancla que salvaguarda nuestras relaciones y les da estabilidad.

2. ¿A quién he de ser fiel?: Las dimensiones de la fidelidad

«Cordón de tres dobleces (nudos) no se rompe pronto» (Ec. 4:12).

El autor del Eclesiastés, con su sabiduría, resume de forma certera en una sola frase el meollo de la fidelidad. ¿Cuáles son estos tres nudos? La fidelidad implica responsabilidad con uno mismo, con el prójimo y con Dios.

Esta metáfora trae a nuestra mente la idea de un triple vínculo con tres rasgos distintivos:

Su fortaleza: el lazo triple es resistente y no se rompe pronto con las presiones ni se afloja con el tiempo.

Su carácter indivisible: ninguna de las partes se puede desgajar de las otras porque forman un todo inseparable. Así, cuando soy infiel a mi prójimo, también lo soy en mi compromiso con Dios y conmigo mismo.

Su interdependencia: se nutren entre sí, se retro-alimentan de manera que la fidelidad a Dios estimula la fidelidad al prójimo y conmigo mismo y viceversa.

Consideraremos en el resto de este artículo el primero de estos «nudos».

LA FIDELIDAD CON UNO MISMO

Podríamos definirla como coherencia e implica estabilidad e integridad. Lo opuesto es la persona «inconstante en todos sus caminos» (Stg. 1:8) que dice una cosa hoy y otra totalmente diferente mañana, cambiando conductas, opiniones o sentimientos bajo la presión de las circunstancias o la influencia del entorno. La Escritura la define como «el hombre de doble ánimo» en agudo contraste con la persona íntegra -entera-, de un solo corazón. Marca distintiva de la persona fiel es esta integridad o entereza que la hace confiable en todos los asuntos porque no cambia y cumple sus promesas.

Otro ejemplo de fidelidad en la Biblia lo tenemos en Daniel: «...buscaban ocasión para acusar a Daniel... mas no podían hallar ocasión alguna o falta, porque él era fiel» (Dn. 6:4). A pesar de la enorme presión sobre sus creencias y su conducta por las circunstancias del exilio, Daniel no cambió, fue constante y coherente con su fe y ello le convirtió en una persona confiable a ojos de sus superiores, en especial del rey quien le promovió a lugares de gran responsabilidad. Daniel se mantuvo firme allí donde lo más fácil era el mimetismo, dejarse arrastrar por la corriente. ¿Su secreto? El «triple nudo» -su fidelidad a Dios, al prójimo y consigo mismo- fue el ancla que le mantuvo firme y Dios le bendijo en gran manera porque el Dios fiel se complace en la fidelidad de sus hijos.

Algunos dirán que para ser fiel con uno mismo, a veces tienes que ser infiel con los demás. Este era el argumento central de una serie de televisión en Catalunya titulada «Infidèls» (Infieles). ¿Es cierta esta idea? La respuesta nos obliga a recordar el concepto de fidelidad antes esbozado. La fidelidad siempre tiene un contenido objetivo al que se es fiel, normalmente expresado en forma de promesas o pactos. Los esponsales en la boda o un contrato de trabajo son ejemplo de este elemento explicito y objetivo que recuerda un acuerdo (valga el juego de palabras). La ruptura unilateral de este acuerdo es una infidelidad, una deslealtad, ya sea en el trabajo, en el matrimonio o en cualquier ámbito de las relaciones.

Hoy en día se rechaza este elemento objetivo con el fin de no sentirse atado. Asistimos a una erosión profunda del valor compromiso en todos los niveles (como analizaremos en el próximo artículo). Un ejemplo lo vemos en la tendencia tan generalizada hoy a vivir en pareja sin casarse. ¿Es por motivos puramente prácticos o económicos? No, la ausencia del vínculo explícito que aporta la ceremonia civil o religiosa hace que el compromiso objetivo sea mucho más light o incluso inexistente. La frase «yo no necesito papeles para amar» refleja el sutil rechazo de nuestra generación al compromiso objetivo lo cual lleva inevitablemente a la trivialización de la fidelidad y a las relaciones «seta» antes mencionadas.

Cuando se anula el elemento objetivo de la fidelidad es sustituido por un criterio puramente subjetivo: «debo ser fiel a mis sentimientos o mis pensamientos que pueden variar a lo largo de mi vida». Para estas personas ser fiel consigo mismo supone hacer siempre lo que les apetece, sin tener en cuenta los otros dos nudos de la cuerda, Dios y el prójimo. De esta manera, la fidelidad se convierte en simple subjetivismo desprovisto de cualquier elemento de responsabilidad ante otros: «es mi problema y no afecta a nadie más». Esta conducta es un reflejo de las grandes modas ideológicas de hoy y que consideraremos en el próximo artículo: el individualismo, el hedonismo y la tendencia a servirse de en vez de servir a.

Autor: Dr. Pablo Martínez Vila (* Tomado con permiso del autor de Pensamiento Cristiano)

Como complemento a esta serie de dos artículos recomendamos la lectura del Tema del mes de enero 2004, «Fiel es Dios... ¿Lo somos nosotros?» por Dn. José M Martínez.

ACERCA DEL AUTOR

20120926-12El Dr. Pablo Martínez Vila es médico psiquiatra en ejercicio desde 1979. Realiza además un valorado ministerio como conferenciante en España y muchos países de Europa. Muy vinculado al mundo universitario, ha sido presidente de los Grupos Bíblicos Universitarios durante ocho años. También fue presidente de la Alianza Evangélica Española durante 10 años (1999-2009), y actualmente es vicepresidente de la Comunidad Internacional de Médicos Cristianos (ICMDA). Formó parte del Consejo fundador del London Institute for Contemporary Christianity (1982-1990).

Autor del libro Psicología de la Oración que ha sido publicado en 11 idiomas. La edición inglesa ha sido prologada por el reconocido líder evangélico John Stott. Más información...

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