OPINIÓN / POR DAVID CASADO CÁMARA
La deconstrucción del Estado moderno
“La experiencia del siglo XX en su vertiente alemana, muestra como un partido llegado al gobierno por vía democrática, puede desmontar la democracia desde dentro en un abrir y cerrar de ojos, instaurando una dictadura en la que, como en todas, la palabra de quien detente el poder es la ley”

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El nacionalismo cristiano crece en los EEUU y aumentan las voces que defienden la teocracia y el integrismo
(David Casado, 21/08/2025) Las noticias surgidas estos días sobre el intento de recristianización de USA y España me han alarmado. Allí, a cuento de lo compartido en redes sociales por el secretario de defensa estadounidense, Pete Hegseth, y aquí por la propuesta de PP y Vox de impedir la celebración de dos importantes fiestas musulmanas en el polideportivo de Jumilla.
Ninguno de estos hechos es un verso suelto producto de un mal día. Son, por el contrario, un eslabón más de una larga cadena de sentido y, por ello, si se les mira no como hechos aislados, sino como expresión de la lógica que anima los movimientos integristas, estos dichos y sucesos cobran un valor simbólico de primera magnitud, que no conviene dejar pasar sin más.
En el primer caso, se trata del artículo publicado por El Diario.es el día 11 de este mes, en el que da cuenta de la afinidad ideológica de Pete Hegseth con el pastor Doug Wilson y otros que, bien en vídeos o entrevistados por la CNN, aparecen embarcados en una cruzada para que USA vuelva a ser cristiana. Si a las ideas vertidas añadimos las políticas de Trump, tendremos el cuadro completo de la pretensión. La vuelta al cristianismo en USA va indisolublemente unida a todo aquello que, según el NT, no debe hacerse, salvo, quizás, en lo que atañe a la estricta moral individual, a la cual el Sr. Trump tampoco parece haber hecho mucho caso.
En el segundo, la moción aprobada por el PP el 28-07 en el Ayuntamiento de Jumilla a instancias de Vox. El texto dice literalmente que el Ayuntamiento debe “promover, actividades, campañas y propuestas culturales que defiendan nuestra identidad, y protejan los valores y manifestaciones religiosas tradicionales en nuestro país”. Aunque se nos ha querido engañar, presentándolo como una redacción neutral mediante la supresión del calificativo “tradicionales”, su aparición en el texto propugna, y así lo han defendido algunos personajes públicos de ambos partidos, una vuelta al ideario del nacional-catolicismo.
Gracias a las medidas del presidente Trump, ya sabemos que la recristianización de USA se está articulando mediante políticas cercenadoras de los derechos del extranjero y del diferente, del débil y del vulnerable, incluso del propio ciudadano blanco, anglosajón y protestante, como demuestra el hecho de que sus políticas no están siendo dirigidas solo contra los migrantes y sus hijos. Van contra las universidades y sus estamentos, acusadas de ser comunistas y otras lindezas; contra el presidente de la Reserva Federal por no someterse a su dictado y contra la responsable del departamento de estadísticas laborales por unos datos que desinflan su pomposa narrativa.
Por otro lado, la militarización de las ciudades demócratas y la autorización para que el ejército intervenga en terceros países con el supuesto objetivo de acabar con el narcotráfico muestran que sus políticas no se detienen ante nada, y digo supuesto porque si al presidente de un país, por muy dictador que sea, se le tacha de narcotraficante, como ya ha ocurrido, no hace falta echarle mucha imaginación para pensar lo que ocurrirá.
Podría pensarse que en los USA existe una larga tradición democrática y que los derechos del individuo están muy enraizados en la cultura del país y que los jueces, de acuerdo con lo expresado por el partido demócrata, serán los encargados de frenar a este presidente. Pero yo no estoy tan seguro. Y no lo estoy, porque el Tribunal Supremo le está protegiendo desde el primer momento. Debiendo autorizar su procesamiento por el intento de golpe de estado para seguir instalado en una presidencia que las urnas le negaron en 2020, de hecho, lo absolvió. Y debiendo pronunciarse sobre la suspensión cautelar dictada por un juez federal a instancias de una demanda individual, no entró en el fondo del asunto, sino que se limitó a eliminar dicha facultad cuando de demandas individuales se trate.
Afortunadamente, aquí no hemos llegado a tanto, pero los protestantes sabemos muy bien lo que significa vivir bajo esos valores y manifestaciones religiosas tradicionales de nuestro país, por la sencilla razón de haberlas sufrido desde el siglo XVI hasta hace bien poco. No entiendo, por tanto, el apoyo que en las filas evangélicas cosechan estas propuestas de pensamiento político unilateral. No entiendo que se minimice o se ignore el peligro que estas propuestas suponen, cuando expresan una manera de entender el estado en el que la pluralidad no tiene cabida.
Pretender un estado en el que solo quepan los valores y manifestaciones religiosas tradicionales de nuestro país, supone configurar un estado en el que el catolicismo vuelva a ser la base de la identidad nacional y también la desaparición del parlamentarismo digno de tal nombre; en suma, la desaparición de la democracia. No en vano España llegó al siglo XX depauperada económicamente, sin democracia y con un nivel de analfabetismo propio, casi, de la Edad Media.
Como protestantes, no debiéramos olvidar que lo religioso pocas veces lo es en sentido estricto, como demuestran los últimos cinco siglos de historia de España. O la propia Reforma Protestante, ya que lo que empezó como la renovación espiritual estrictamente individual de un monje llamado Martín Lutero, angustiado por el temor de no alcanzar la salvación, terminó llegando a la vida pública. El principio de la sola Biblia, es decir, la recuperación de la Biblia como autoridad única de la vida cristiana, unida al principio de su libre interpretación, del sacerdocio universal y la delimitación de los campos específicos de actuación de la iglesia y la autoridad civil no pudieron contenerse en los recintos eclesiales. Saltaron a la calle y llegaron a ser la palanca que arrumbó el entramado político-religioso medieval, posibilitando así el advenimiento del estado moderno.
A pesar de que el enraizamiento del estado moderno en la Reforma Protestante es un hecho ampliamente consensuado, y admitido como positivo y hasta necesario, defendido por autores como Hegel o Max Weber, no faltaron quienes, reconociendo su génesis, lo vieron como algo nefasto. La condena inicial dictada por el concilio de Trento contra los principios protestantes de la sola escritura y de su libre examen tuvieron su continuidad, como no podía ser de otro modo, en los papas siguientes, entre los que destaca Pío IX con su Syllabus. Una lista de ochenta errores atribuidos al modernismo, contra los cuales niega que el Estado deba separarse de la Iglesia (55); que la religión católica no sea la oficial del Estado (77); que la enseñanza, la inteligencia y el matrimonio queden fuera del ámbito de ésta y que los príncipes de la iglesia no tengan dominio sobre cuestiones temporales (27), o que la iglesia misma no tenga derecho a ejercer la fuerza (24). Niega la libertad de elección de religión (15 a 17), el reconocimiento del protestantismo (18) e, incluso, que en países católicos se permita a los extranjeros el libre ejercicio público del culto de cada uno (78).
Esta falta de libertad frente a una Iglesia conformadora del Estado es el resumen de lo que han sido durante cinco siglos los valores y manifestaciones religiosas tradicionales de nuestro país, ahora añorados. ¿Les suena de algo?, lo pregunto porque con el franquismo no hubo nada de esto que no se repitiera, nada que no vivieran en su propia carne nuestros abuelos y padres y, en alguna medida, los que ya tenemos cierta edad. Ignorar esta visión política del extremismo de derechas, deseoso de resucitar el nacional-catolicismo franquista, que es quien está marcando la agenda política, no es otra cosa que no querer ver lo que se avecina. Pensar que tal ideología irá solo contra aquello que no nos guste, es ilusión. Pasó en la Alemania de Hitler y está pasando con los migrantes en USA, en los que, dicho sea de paso, no son solo los migrantes los acosados. Son todos aquellos que habiéndose quedado con la parte que les gustó del discurso de Trump, no alcanzaron a ver que el renacimiento de América pasaba por ir contra todos los que no se plegaran a su idea autoritaria, centralizadora y un punto violenta.
El caso más evidente y llamativo de esta actitud es la que sacó a la luz la californiana cadena KGTV en relación con una pareja de migrantes. Él, con permiso de residencia, ella, sin dicho permiso, pero establecida en USA desde los 10 años y trabajando desde hacía 25. Pues bien, él se sintió atraído por la promesa de mano dura contra los migrantes delincuentes y votó por Trump en noviembre 2024, con el resultado de que, a principios de junio, cuando ella iba a la entrevista para obtener el permiso de residencia, fue detenida y deportada. En aquella entrevista, él dijo: ¡que me devuelvan mi voto! Pero ya era tarde, mejor dicho, imposible.
En Alemania ya se vivió esto mismo. Y quedó muy bien plasmado en el conocido poema al pastor luterano Martin Niemöller, que comienza diciendo: “Primero vinieron a por los comunistas y yo no dije nada porque no era comunista”. Luego menciona otros colectivos a los que él no pertenecía: judíos, sindicalistas y católicos. Hasta que, finalmente, dice: “luego vinieron a por mí, pero ya no quedaba nadie que dijera nada”.
La experiencia del siglo XX en su vertiente alemana, muestra como un partido llegado al gobierno por vía democrática, puede desmontar la democracia desde dentro en un abrir y cerrar de ojos, instaurando una dictadura en la que, como en todas, la palabra de quien detente el poder es la ley. Claro, que esto fue posible porque Hitler, en su proceso por el golpe de estado que orquestó, gozó de la protección de un juez filonazi que, dejando fuera del proceso hechos que le hubieran costado el ajusticiamiento, lo condenó a sólo 5 años, pena de la cual no cumplió ni la quinta parte. Lo llamativo es que, a pesar de su ideario antidemocrático, las masas sucumbieron a los cantos de sirena del nazismo sin prestar atención a lo que había tras ellos y los auparon al poder. Sólo cuando la cosa ya no tuvo remedio se dieron cuenta que aquel voto no fue el medio para llegar al cielo prometido, sino el pasaporte para entrar al infierno.
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David Casado Cámara es escritor protestante |
Habrá quien piense que considerar lo que está ocurriendo no como hechos aislados, sino como expresión de una cadena de sentido que nos retrotrae cien años atrás es una exageración. Pero creo que no, que es un movimiento regresivo y, por ello, altamente preocupante: la destrucción del estado moderno, con su división de poderes, para sustituirlo por uno en el que esta división es mera ficción. Los sucesos de cada día dibujan la vuelta al estado premoderno, en el que la división de poderes desaparece y la pluralidad es eliminada. Por ello, creo que es momento para que los protestantes defendamos nuestra fe y nuestras ideas acerca del estado, resistiendo las medias verdades y afirmaciones contradictorias con las que se nos quiere llevar hacia un estado que es la negación del ideario protestante. Mirémonos en Alemania y en nuestro propio país. El sacerdocio universal, la sola Escritura y la libertad de examen, religión y conciencia deben ser el antídoto que nos libre de la contrarreforma del estado moderno y democrático.
Autor: David Casado Cámara / Edición: Actualidad Evangélica
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