EL CAMINO EXCELENTE / por JORGE FERNÁNDEZ BASSO
Más allá del “hygge” y el “mindfulness”: el llamado olvidado del Shalom
“El shalom abarca la totalidad de la vida. Es un estado que no depende de la temperatura perfecta, de la luz tenue de una lámpara, ni siquiera de un instante de atención consciente. El shalom permanece incluso cuando la manta se guarda, la taza de té se enfría o el momento 'perfecto' se desvanece”.

Foto de Haley Powers en Unsplash
(JORGE FERNÁNDEZ, 14/08/2025) En los últimos años, las redes sociales, los libros de autoayuda y los gurús del bienestar han popularizado dos palabras que se han vuelto casi inevitables: mindfulness y hygge.
La primera, tomada de la tradición budista y reempaquetada por la psicología occidental, nos invita a vivir el momento presente con atención plena y sin juicio. La segunda, nacida en la cultura danesa, celebra la calidez, la comodidad y los pequeños placeres de la vida: velas encendidas, mantas suaves, amigos cercanos, buena comida. Ambas tendencias han aportado herramientas valiosas para quienes buscan frenar el vértigo de la vida moderna.
Pero hay un término, mucho menos presente en las conversaciones contemporáneas, que trasciende tanto la técnica del mindfulness como el ambiente del hygge: Shalom. Esta palabra hebrea, repetida a lo largo de las Sagradas Escrituras, no se limita a significar “paz” como ausencia de conflicto. Shalom habla de integridad, plenitud, armonía en todas las dimensiones de la existencia: la relación con uno mismo, con los demás, con la creación y con Dios.
Mientras el mindfulness se centra en la mente y el hygge en el entorno, el shalom abarca la totalidad de la vida. Es un estado que no depende de la temperatura perfecta, de la luz tenue de una lámpara, ni siquiera de un instante de atención consciente. El shalom permanece incluso cuando la manta se guarda, la taza de té se enfría o el momento “perfecto” se desvanece.
La generación actual, sedienta de bienestar pero atrapada en lo efímero, necesita redescubrir el shalom. Porque, aunque el mindfulness nos enseñe a mirar el presente y el hygge a disfrutarlo, sólo el shalom nos enraíza en una paz que no se agota, una paz que se mantiene cuando el presente es difícil y cuando el entorno es hostil.
En un mundo que confunde bienestar con comodidad, el shalom nos recuerda que la plenitud es más que una experiencia: es un orden restaurado. No es una moda que cambiará con la próxima tendencia en Instagram, sino una realidad que ha sostenido a generaciones enteras.
Para los cristianos, este orden restaurado encuentra su centro en Jesucristo, quien es llamado “Príncipe de Paz” (Sar Shalom) y que, a través de su vida, muerte y resurrección, reconcilia al ser humano con Dios, consigo mismo y con el prójimo. En Él, el shalom deja de ser un ideal abstracto para convertirse en una presencia viva y transformadora. Allí donde el mindfulness y el hygge se detienen, Cristo lleva la paz hasta el alma y la ancla en la eternidad.
Hoy, más que nunca, necesitamos menos “momentos hygge” y más vidas shalom. Porque lo primero se enciende y se apaga como una vela. Lo segundo brilla incluso en la noche más oscura, y en Cristo, nunca se extingue.
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