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OPINIÓN / POR ALFONSO PÉREZ RANCHAL
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"No es posible hablar sobre la teodicea sin aludir a Auschwitz. Es un antes y un después en este auténtico quebradero de cabeza para el cristianismo como es el sufrimiento del inocente"

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Foto de Frederick Wallace en Unsplash

(Alfonso Pérez, 30/11/2023) Desde pequeño siempre tuve una especial atracción con todo lo que tenía que ver con la Segunda Guerra Mundial. Es una de esas cosas que no sé explicar pero que conforme iba adquiriendo edad no solamente no desaparecía sino que, al contrario, se intensificaba.

Si de niño me llamaban la atención las grandes campañas militares, en mi primera juventud ya había leído lo suficiente para horrorizarme con los campos de concentración, los bombardeos masivos sobre algunas ciudades llenas de civiles o las dos bombas atómicas arrojadas sobre Japón. Esta guerra parecía haber cruzado todas las fronteras de lo soportable.

Si bien es cierto que en tantos otros enfrentamientos bélicos anteriores mucho ya se había dado, no lo es menos que el grado de maldad y las cifras de muertes y destrucción no han tenido parangón en la historia, ni antes ni después. Por supuesto, desde Auschwitz han ocurrido otros tantos episodios de gran horror que podríamos sumar a este y así el título de este artículo se podría ampliar y llamarse algo así como: ¿Murió Dios en Auschwitz, en Camboya, en Sierra Leona o en Kosovo?

Ante esta realidad no es posible hablar sobre la teodicea sin aludir a Auschwitz. Es un antes y un después en este auténtico quebradero de cabeza para el cristianismo como es el sufrimiento del inocente y únicamente una visión extremadamente egoísta del dolor y del sufrimiento humano, aderezado con algo de ignorancia, puede hacernos pasar por alto lo que soportaron una cantidad tan elevada de personas.

No hay una argumentación racional para comprender por qué ocurrió aquello, es imposible explicarlo moralmente de forma sencilla. Decir algo parecido a “Dios tiene sus propósitos” o “el Creador castiga a las personas por sus pecados” es de una insensibilidad extrema. Dejémoslo claro desde el principio: aquellas personas que perecieron eran inocentes. Ser judío no es un pecado ni un delito, de igualmente forma a como tampoco lo es ser gitano o Testigo de Jehová (estos, entre otros, también fueron asesinados en campos). Dios no es racista ni elitista, tampoco injusto. Pero el cristianismo además sostiene que es todopoderoso y bueno, ¿entonces cómo permitió todo aquel horror? Otra respuesta que se presenta ante esta pregunta es todavía más descarnada:

…no es que Dios se limite a convertir en buenos los aspectos malvados de nuestro mundo para aquellos que le aman; más bien, Él mismo hace realidad dichos aspectos para su propia gloria (véanse Éx. 9:13-16; Jn. 9:3) y el bien de su pueblo (véanse He. 12:3-11; Stg. 1:2-4). Ello incluye, aunque parezca increíble e inaceptable, la brutalidad de los nazis en Birkenau y Auschwitz, así como los terribles homicidios de Dennis Rader e incluso el que abusen sexualmente de una niña: “Todas las cosas ha hecho Jehová para sí mismo, y aun al impío para el día malo” (Pr. 16:4).[1]

El cristianismo ha perdido su llamado de universalidad y su credibilidad ha sido seriamente dañada por posiciones como la anterior. Personas medianamente sensibles no pueden nada más que sentirse escandalizadas ante palabras tan duras y carentes de empatía. Este Dios que se presenta así es alguien ofensivo y por supuesto malo, no se necesita la figura del Diablo para realizar tan sucio trabajo. Es cierto que hay mucho de la realidad de lo que llamamos Dios que se nos escapa, pero también lo es que podemos comprender lo más importante para nuestras vidas y la del prójimo. Por mucho que se diga que asesinar es correcto esta reiteración no hará que esté bien, siempre será un acto inmoral y condenable. El ser humano no comprende lo que es la eternidad, pero conoce demasiado bien los actos de injusticia y el sufrimiento. En palabras de C. S. Lewis:

La omnipotencia divina significa un poder capaz de hacer todo lo intrínsecamente posible, no lo intrínsecamente imposible. Podemos atribuir milagros a Dios, pero no debemos imputarle desatinos. Eso no significa poner límites a Su poder. Si se nos ocurriera decir: “Dios puede otorgar y negar al mismo tiempo una voluntad libre a sus criaturas”, nuestra afirmación no acertaría a manifestar cosa alguna sobre Él. Las combinaciones disparatadas de palabras no adquieren súbitamente sentido por anteponerles la expresión “Dios puede”. En cualquier caso, sigue siendo cierto que para Dios son posibles todas las cosas, pues lo intrínsecamente imposible no es una cosa, sino una no entidad. Realizar dos alternativas que se excluyen mutuamente no es más posible para Dios que para la más débil de Sus criaturas. Y ello no porque su poder encuentra obstáculo alguno, sino porque un sinsentido no deja de ser sinsentido por ponerlo en relación a Dios.[2] 

Si seguimos con las respuestas clásicas nos quedaremos al descubierto ante la magnitud de lo que estamos planteando. Es más, seguiremos obviando que la teodicea clásica sufrió un golpe de muerte en los campos de concentración y si seguimos sosteniéndola estamos condenado a Dios a una cámara de gas, Dios ha perecido en ella. Si queremos seguir diciendo que Dios es el responsable de todo, lo podremos seguir haciendo, pero la consecuencia será el sufrir un aislamiento provocado precisamente por tal posición. Un aislamiento de la sociedad que nos rodea la cual nos mirará, con razón, escandalizada. La Iglesia pasa así a ser irrelevante en su entorno, en su cultura, no tiene respuestas adecuadas. Como ocurrió antaño, las iglesias locales se convierten en una especie de monasterios en los cuales se vive la fe de espaldas al mundo.

Cuando de vez en cuando algunos creyentes salen de su encierro y son confrontados, lo interpretan como que el “mundo” es enemigo a la voz de Dios, duro y rebelde… pero que son ellos los verdaderos, el remanente humano que será llevado al cielo por su fidelidad. Incapaces de entender que han creado una subcultura que niega los principios más elementales de la razón y de la moral seguirán pensando que ellos están en lo cierto. Supongo que muchos cambiarían de opinión si hubieran pasado por un campo de exterminio. No voy a negar que hubo creyentes que soportaron todo aquel horror, pero también que tantos otros naufragaron en su fe.

En diciembre de 1942 llegaban a Alemania por avión las últimas cartas de los combatientes alemanes que quedaron asediados en Stalingrado. Una de ellas fue la escrita por un soldado hijo de un pastor protestante. Le decía a su padre: 

Plantear el problema de la existencia de Dios en Stalingrado, significa negarlo. Debo decirlo y me pesa doblemente. Tú me has educado, porque faltaba mi madre y siempre me has puesto a Dios ante mis ojos y mi alma. Y me pesan estas palabras doblemente, porque serán las últimas mías y ya no podré decir otras que las corrijan o anulen. Tú eres pastor de almas, padre, y en la última carta digo la verdad o lo que creo que es verdad. He buscado a Dios en toda zanja, en toda casa destruida, en mis camaradas, cuando estaba en las trincheras y en el cielo. Dios no se ha manifestado cuando mi corazón clamaba por él. Las casas estaban destruidas, los camaradas eran tan heroicos o viles como yo, en la tierra había hambre y homicidios y del cielo caían bombas y fuego. Dios es el que me falta.

No, padre, no hay Dios alguno. Lo repito y sé que es una cosa terrible y para mí irreparable. Y si existe Dios, sólo está cerca de vosotros en los libros de los salmos y en las oraciones, en las palabras devotas de los sacerdotes y pastores, en el repique de las campanas y el perfume del incienso. Pero en Stalingrado, no.[3]

O en palabras de Elie Wiesel: “El cristianismo reflexivo sabe que en Auschwitz no murió el pueblo judío, sino el cristianismo”.

Lo que sucedió en Auschwitz, la Shoá y el llamado Holocausto judío debe ser el punto de partida de todo intento de teodicea. Se trata de un momento de inflexión en la historia de la violencia del ser humano contra el ser humano de tal magnitud que además de colocar al cristianismo sobre las cuerdas fue el golpe de gracia para el humanismo ateo y para la Modernidad. Todo parecía haberse quemado en esos hornos, el ser humano ya no podía recurrir sin más ni a Dios ni a sí mismo para dar razón de todo aquello. No es posible hablar de Dios sin tener presente lo que allí ocurrió. Solo así es que el cristianismo tendrá algo que decir fuera de sus cuatro paredes.

Lo que más llama la atención es que los evangelios recogen una perspectiva diametralmente opuesta a las que ya he mencionado más arriba. Dios se encarna en Cristo asumiendo todo nuestro dolor y fracaso y proveyendo esperanza. Su encarnación es una identificación con el abatido y con el que llora y no una apología del Dios airado y castigador. Esto hace que el mensaje cristiano tenga un valor universal, que pueda salir de nuestras estrechas mentes y tener vigencia allí donde un ser humano inocente está sufriendo. En este contexto es que nuestras oraciones tendrían auténtico valor. Ya no se trata de pedir por la sanidad del reuma del abuelo, sino de la solidaridad del creyente con todos aquellos que han padecido, y padecen, a lo largo de la historia. Es una memoria colectiva que en Cristo encuentra su razón de ser. Él es el que carga sobre sus hombros el sufrimiento humano y que desemboca en su ejecución… pero como Señor todo adquiere una dimensión inimaginable cuando resucita y provee de esperanza a un mundo que se ahoga en su propio fracaso.

Es una teología desde los vencidos, desde los maltratados. Son ellos los protagonistas del amor de Dios en Cristo y es por ello que toda teología deberá tener aquí su punto central. El Justo por antonomasia es el que representa a todos los inocentes que padecieron. Auschwitz significa el fracaso de ciertas teodiceas y del ser humano sin Dios, pero no del cristianismo que parte de Jesús como Siervo Sufriente.  Auschwitz representa el grito de Jesús en la cruz y su resurrección la respuesta de Dios al mismo.

No estamos ante un Dios violento que muchas imágenes del Antiguo Testamento presentan y que se nos han grabado a fuego. Al contrario, se trata de un Dios que salva especialmente al que es víctima de violencia. Los gritos de dolor, el hundimiento a todos los niveles, la desesperanza y cada lágrima es asumida como propia por Jesús. Es desde aquí que el seguimiento de los que dicen ser sus discípulos debe realizarse.

Un cristianismo relevante es el que asume como reto la imitación, en lo posible, de su Maestro y es así que debe contrarrestar con todo lo que está a su alcance las nefastas acciones de los hombres. Aquí es desde donde el cristianismo es relevante para su entorno, el punto de inicio del rompimiento de su autoexilio para ser sal y luz en este mundo. Tristemente muy pocos han llegado a comprender este llamamiento y cuando lo han hecho ha sido de un beneficio inimaginable para todos aquellos que han entrado en contacto con ellos.

El mundo se está muriendo porque no hay suficientes personas que vivan la compasión y los cristianos somos los que más responsabilidad tenemos al respecto. Poseemos un gran tesoro que parece no sabemos valorar y que de forma egoísta guardamos para nosotros.

Cuando vio a las multitudes, subió a la ladera de una montaña y se sentó. Sus discípulos se le acercaron, y tomando él la palabra, comenzó a enseñarles diciendo:

Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece.
Dichosos los que lloran, porque serán consolados.
Dichosos los humildes, porque recibirán la tierra como herencia.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Dichosos los compasivos, porque serán tratados con compasión.
Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque el reino de los cielos les pertenece.
Dichosos serán ustedes cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y levante contra
ustedes toda clase de calumnias. Alégrense y llénense de júbilo, porque les espera una gran
recompensa en el cielo. Así también persiguieron a los profetas que los precedieron a ustedes.

Mateo 5:1-12.

 ** Notas:

[1] John Piper & Justin Taylor (eds.), El sufrimiento y la soberanía de Dios. (Michigan, USA: Editorial Portavoz, 2008) p. 49.

[2] C. S. Lewis, El problema del dolor. (Madrid: EDICIONES RIALP, S. A., 1994) p. 36.

[3] Einaudi. 1971. Ultime lettere da Stalingrado. Turín, p. 33. Citado en Mario Serenthá, El Sufrimiento humano. (Bilbao: Ediciones Mensajero, 1995), p. 111.

Autor: Alfonso Pérez Ranchal

 

© 2023- Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

Alfonso Pérez RanchalAlfonso Pérez Ranchal es Diplomado en Teología por el CEIBI (Centro de Investigaciones Bíblicas), Licenciado en Teología y Biblia por la Global University y Profesor del CEIBI. Vive en Cádiz.  

 

 

 

 

 

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