OPINIÓN / por DANIEL BORES

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(DANIEL BORES, 03/10/2022) En menos de veinticuatro horas soy testigo por vía triple: el sábado por la mañana mis hijos están viendo un capítulo de “InBESTigators”, una serie de Netflix.

Ese episodio en concreto narra el ataque de ira de uno de los protagonistas quien, al perder en una competición de atletismo, lanza con todas sus fuerzas un banderín que arranca de la pista. Y claro, fracasa en su fracaso.

El mismo sábado, ya por la noche, veo una película titulada “Unhinged” en la que el protagonista, Rusell Crowe, a quien la vida ha golpeado de todas las maneras posibles, decide hacer pasar el peor día de su vida a una mujer con la que tiene un leve encontronazo en la carretera. De nuevo, fracaso en su fracaso.

Por último, a primera hora del domingo leo en varios periódicos que en Indonesia han muerto al menos 174 personas y alrededor de 200 más han resultado heridas en un estadio de fútbol. Al parecer, a los hinchas del Arema no les pareció bien que su equipo fuera derrotado en casa por el Persebaya Surabaya y varios miles saltaron al terreno de juego al finalizar el partido para enfrentarse con los jugadores. Esto provocó un ataque de histeria colectiva que desembocó en un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad, gases lacrimógenos y avalanchas incluidos. De nuevo, la sombra de la tragedia de Heysel se cernía sobre el deporte treinta y siete años más tarde. Y, de nuevo, fracaso al cuadrado.

Y es que, cuando el fracaso hace su implacable aparición, las alternativas son pocas. Quizá no más de tres: la resignación, un nuevo fracaso o la reacción.

Para asumir la primera de ellas hace falta bien poco: dejarlo estar. Quienes se resignan al fracaso viven en un estado perpetuo de pseudorealidad que no tarda en convertirse en angustia y depresión. Las cosas importan poco, tanto las que lo merecen como las que no, así que hasta la vida llega a tener una importancia tan nimia que deja de ser vida y las ganas de vivirla se esfuman sin remisión.

Para adoptar la segunda vía la solución es sencilla: echar balones fuera y con ellos romper los cristales de otros al ver rotos los de uno mismo. Es echar la culpa a Eva por morder la manzana. O peor aún, es descargar en Abel nuestra miseria de Caín. Es elevar al cuadrado el fracaso fracasando de nuevo.

Queda una vía para enfrentar el fracaso, que claramente comienza por aceptarlo. Pero antes de dar demasiada cancha a la autocompasión o a la ira, según, es preciso mirar a lo extraordinario. Yo soy ordinario, así que deberé mirar fuera de mí (-extra). Sin duda, a Jesús. A aquél que me da la fuerza para levantarme sin tener que apoyar mis pies en la cabeza de los demás, a quien le da un sentido a mi fracaso y en el que todo lo puedo porque me fortalece (Filipenses 4:13).

Si esto va de potencias, que sea la de la victoria, la que nos da Dios por medio de Jesucristo (1ªCorintios 15:57).

Victoria en el fracaso. Victoria al cuadrado.

Autor: Daniel Bores García | Daniel Bores García (1987), natural de Valladolid, es Doctor en Educación, Licenciado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y Diplomado en Magisterio de Educación Física. Tiene un Máster en Formación del Profesorado de Educación Secundaria, el Título Profesional de Música y es Experto en Musicoterapia. Es profesor de instituto y profesor asociado en la Universidad Rey Juan Carlos. [Leer más...]