OPINIÓN / POR MÁXIMO GARCÍA RUIZ
Contemplar a Dios. Teofanías bíblicas (2ª parte)
El profeta Elías, en Horeb
(Máximo García Ruiz, 11/1110/2021) En la primea parte, publicada en el número anterior, planteábamos, aparte de una introducción general, los tres apartados siguientes: Teofanías bíblicas, La montaña de Dios, y Los hechos en su marco histórico. Cerramos ahora el tema ocupándonos de El Ángel del Señor, para finalizar con unas reflexiones teológicas y pastorales.
El Ángel del Señor
Cobra un papel relevante en éstas y en otras teofanías, la figura del “ángel del Señor” o “ángel de Yavé”. De él se dice que era un “varón” y no una criatura alada, algo semejante a lo ocurrido en la tumba vacía de Jesús, según versión de Lucas, que señala que había dos varones, o “un joven”, según Marcos.
El ángel de Yavé es una figura propia de la época premosaica. En el libro de Génesis se habla de él indistintamente en tercera persona haciendo referencia al mismo Dios o bien como un emisario mandado por el Señor, confiriéndole idéntica autoridad como si fuera Dios mismo, si bien en otros pasajes el ángel se distingue del Señor, a quien obedece.
En la religiosidad prejudaica, la época de Esdras y Nehemías, el ángel del Señor es una especie de demiurgo, igual al Señor pero diferente, que se presenta como un varón capaz de conectar con el pueblo, especialmente con sus dirigentes que, sin abandonar la deidad, acompaña a los pecadores. Una idea que va a seguir flotando en el imaginario religioso judío y que sería identificado por algunos sectores con la figura de Jesús, el Cristo.
La propia confusión que plantea las diferentes formas de referirse al ángel del Señor son un indicativo de que no debe antojársenos descabellado proponer que cuando la versión oral fue recogida en versión escrita, dado el respeto reverencial que llegaron a tener los judíos a pronunciar el nombre de Dios, provocara sustituirlo por ese eufemismo. Por su parte, algunos exégetas apuntan que la expresión ángel del Señor, o de Yavé, no indica necesariamente un nombre propio sino una función.
Aún podemos apuntar otra posible opción, sin olvidar en ningún caso el proceso evolutivo de las narraciones históricas cuando se producen de forma oral. No parece que Moisés se explayase demasiado en aportar detalles de su encuentro en lo alto de la montaña. Plantea más bien resultados en un lenguaje que pueda ser inteligible para un pueblo poco avezado en esos temas. Al imponerse la idea de la trascendencia de Dios la expresión ángel del Señor es una especie de teología primitiva que distingue entre la naturaleza divina y sus propias acciones.
En cualquier caso, para concluir este apartado, no debemos perder de vista que ángel es equivalente a mensajero, que el texto apunta que se trataba de un varón y que, de acuerdo con la revelación más avanzada del evangelio de Juan, nadie ha visto jamás a Dios, aspectos que den ayudarnos a equilibrar el alcance del texto bíblico.
Reflexiones teológicas y pastorales
Dios creador se manifiesta a través de la naturaleza, pero no debe confundirse a Dios con la naturaleza; también se manifiesta en el ámbito humano, sin adquirir por ello una configuración humana, bien sea ofreciendo a la persona una revelación personal, o a través de ángeles, es decir, mensajeros que hacen visibles determinadas experiencias que no podríamos entender por nosotros mismos.
Y otro elemento trascendente que deberíamos no perder de vista, es que Dios no maneja caprichosamente la naturaleza, a la que ha dotado de autonomía y recursos propios para el desarrollo de su actividad; no cabe, por consiguiente, manipularla por designio humano en nombre de hipotéticos poderes vicarios, que Dios hubiera concedido a determinados autoproclamados intermediarios entre Dios y los hombres, sean del signo que sea, que únicamente se representan a sí mismos.
Otra dimensión importante de las epifanías de Dios es que se producen en el ámbito personal, salvo aquellas que alcanzan una dimensión universal que, por lo regular, lo hacen en la propia naturaleza. En ese sentido las percibía el salmista cuando afirma: “los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19:1).
Sea cual fuere el monte donde se encontraba Moisés, se tratase o no de un lugar volcánico en el que la naturaleza se muestra con la contundencia que lo hace en esos lugares, como está ocurriendo mientras redactamos estas notas en La Palma, una de las islas de Canarias, es evidente que se trata de una experiencia personal muy profunda que Moisés tiene que interiorizar, interpretar y actuar en consonancia con la revelación percibida.
En el caso de Elías, el mensaje es igualmente personal, si bien en este caso le viene a través de un viento apacible. Habría sido más impresionante percibir al Dios en los fenómenos contundentes que precedieron al viento apacible, pero es en la calma de ese acontecimiento concreto donde el profeta percibe a Dios. Cada experiencia tiene su propio espacio y su tiempo oportuno.
El hecho de que esos fenómenos se circunscriban dentro del ámbito natural no menoscaba ni a Dios quien, al fin y al cabo, sigue siendo su creador, ni al valor que encierran como medio de revelación. La narración indica que, en primer lugar, tal y como ya hemos señalado, el fuego que se aprecia en la zarza no se consume, es como anunciar que el fuego espiritual procedente de Dios esta y estará siempre a nuestro alcance. No hay más datos pero no violentamos el texto si decimos que ese fenómeno se enmarca en la globalidad de fenómenos impresionantes que se están produciendo en Sinaí: relámpagos, un ruido ensordecedor, un fuego abrasador, un humo intenso que produce una espesa nube…; la montaña temblaba, supuestamente, a causa de un terremoto y, en medio del fuego y del ruido atronador, la presencia de Yavé.
Sin embargo, el origen de todos esos fenómenos, a pesar del interés que pueda causarnos, viene a ser algo secundario si reparamos en lo realmente sustancial: la experiencia de Moisés, que es capaz de contemplar a Dios en medio de esos fenómenos. Yavé descendía en fuego, mientras todo el monte se estremecía en gran manera y transmite a Moisés el mensaje de un Dios a quien percibe de forma tan directa. Mientras otros no ven nada más que fuego y destrucción, Moisés es capaz de ver a Dios y vivir una experiencia inolvidable, convirtiéndose en un libertador. Lo relevante de esa experiencia no es lo impresionante del fenómeno natural, sino la sensibilidad, la emoción y el compromiso que Moisés establece con Dios. Y lo mismos podemos decir con respecto a Elías.
Frente a la zarza, es decir, el primer encuentro, Moisés tiene que plantearse qué es lo que está dispuesto a hacer y a sacrificar para cambiar la situación de esclavitud en que se encuentran las tribus hebreas, una vez que ha tomado conciencia de formar parte de ellas. El mensaje central del libro de Éxodo apunta a liberación de los esclavos. Ese es el propósito y esa es la finalidad para la que es escogido Moisés. Se trata, por consiguiente, de un compromiso social, algo que fluye en todo el itinerario que hay desde Egipto a Canaán.
En el segundo encuentro, mucho más apoteósico, Moisés tiene que confirmar y asumir en toda su extensión su liderazgo. Tiene que dotar al pueblo de dignidad y de la identidad necesarias, así como imprimirle el sentido de pueblo escogido por Dios. Y, para ello, la primera herramienta necesaria es proporcionarles un código de conducta que marque las pautas de comportamiento hacia Dios y hacia ellos mismos, es decir, Las Tablas de la Ley o Diez Mandamientos a los que ya hemos hecho referencia anteriormente, desarrollando un proyecto de nación protegida por Dios para quienes hasta entonces eran únicamente tribus dispersas del futuro Israel, condicionado todo ello a obedecer y cumplir los mandamientos de ese Dios hasta entonces desconocido.
En lo que a Elías se refiere, se trata de una buena experiencia para aprender a controlar sus miedos y valorar la dependencia de Yavé.
***
Dios se encuentra en torno a nosotros, incluso dentro de nosotros, puesto que somos, a decir del Apóstol, “templos del Espíritu Santo” (cfr. 1 Corintios 6:19). Por consiguiente, nos encontramos con Dios, o podemos encontrarnos con él, en muy diferentes situaciones y lugares: en la naturaleza, en nuestros sentimientos, en nuestros éxitos y fracasos, o en esos ángeles o mensajeros que con frecuencia aparecen en nuestro camino en forma de hombres y mujeres de carne y hueso, como apareció Felipe en el camino del eunuco para interpretarle el texto de Isaías.
La presencia de Dios no está sujeta a ningún canon de conducta humana; su lenguaje supera cualquier forma de idioma de que podamos tener referencia. Su percepción depende en gran medida de la disposición y talante del receptor. Sólo los que buscan hallan y sólo los que escuchan terminan oyendo. “Buscad y hallaréis” (Mateo 7:7). Puede ser en el silbo apacible o en el trueno ensordecedor; en las estrellas relucientes que tachonan el cielo o en las humildes hierbas que alfombran la tierra; en el rugir embravecido del mar o en el cautivador canto de un ave; en un templo o en la humilde choza de un campesino; gracias a la elocuencia de un gran orador o en el balbuceo de un niño.
A Dios nadie le ha visto jamás, pero cualquier persona, cualquier hombre o mujer, sin distinción de raza, de color o de origen, puede tener un encuentro con Dios, como lo tuvo Moisés, como lo tuvo Elías, como lo tuvo Saulo de Tarso y como lo han tenido, lo tienen y lo tendrán tantos otros.
Autor: Máximo García Ruiz. Noviembre 2021 / Edición: Actualidad Evangélica
© 2021- Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.
*MÁXIMO GARCÍA RUIZ, nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Historia de las Religiones, Sociología e Historia de los Bautistas en la Facultad de Teología de la Unión Evangélica Bautista de España-UEBE (actualmente profesor emérito), en Alcobendas, Madrid y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 29 libros y de otros 14 en colaboración, algunos de ellos en calidad de editor.
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