Protestantes ilustres / Bonhoeffer - por Máximo García
Pensamiento y teología de Bonhoeffer: "Dios sin religión"
Este artículo forma parte de una serie sobre el teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer, escrita por Máximo García Ruiz (ver introducción / ver artículo anterior)
Dietrich Bonhoeffer
(MÁXIMO GARCÍA RUIZ*, 15/06/2018) | En un mundo secularizado, con una iglesia desorientada, confundida, equivocada, ¿será posible presentar un cristianismo sin religión? ¿Cómo hablar de Dios sin religión? El teólogo alemán se plantea el cristianismo desde una visión “no religiosa” para alcanzar “un mundo mayor de edad”. Es precisamente en el año 1944, en la cárcel, cuando Bonhoeffer plantea sus famosas cuestiones acerca de Dios y el hombre en el mundo contemporáneo:
. ¿Qué es el cristianismo?
. ¿Qué es Cristo para nosotros en el día de hoy?
. ¿Cómo hablamos de Dios sin religión?
. ¿Cómo hablar de una manera secular acerca de Dios?
El pensamiento del “segundo Bonhoeffer” está absolutamente incardinado en la realidad social que vive. Sus cartas, sus sermones, sus reflexiones teológicas rezuman el problema del sufrimiento, de la tribulación, de la persecución, de la necesidad de fortalecer la fe en un medio decididamente hostil. |
Cuando la Iglesia-institución pierde su capacidad de mostrar a Dios ¿será posible hacerle visible sin el ropaje de la religión? Es la misma inquietud, aunque expresada de manera diferente, que unos años después moviera a Cox a escribir su Ciudad secular. Y es, por otra parte, la postura teológica y vital adoptada por los místicos Dionisio el Areopagita (s. I d. J.C.) o San Juan de la Cruz (s. XVI). Lo que Bonhoeffer y Cox afirman es que tenemos que modificar nuestro lenguaje, nuestras vías de comunicación, si realmente queremos dar a conocer a Dios. El lenguaje ha de ser más político que metafísico.
Cox decía: “La iglesia que se queda bien guarnecida dentro del `dominio de lo espiritual´ no molestará a nadie ni convencerá a nadie, ya que el hombre secular es un animal político por excelencia...” (“Beyond Bonhoeffer”, Commonweld (17 de septiembre de 1965), p. 657, cit. Por James W. Douglas, La cruz de la no violencia, ed. española Ed. Sal Térrea (Santander:1974).
La demanda, tanto de Bonhoeffer como de Cox, en lo que afecta a hablar significativamente acerca de Dios al hombre secular, es para actuar decididamente en los acontecimientos concretos en respuesta directa al sufrimiento y a la injusticia del mundo de hoy. Y si el cristiano (el hombre de Dios) no presenta a Dios de esta forma, el hombre secular dará a Dios por muerto, siguiendo en la línea de pensamiento ya establecida por Nietzsche. Así es que la propuesta es ir en busca de “una interpretación mundana del cristianismo”.
Bonhoeffer percibe con claridad que la tribulación es el camino necesario para entrar en el reino de Dios, por lo que el sufrimiento es un compañero de camino al que hay que acoger con buena disposición, con amor incluso |
El pensamiento del “segundo Bonhoeffer” está absolutamente incardinado en la realidad social que vive. Sus cartas, sus sermones, sus reflexiones teológicas rezuman el problema del sufrimiento, de la tribulación, de la persecución, de la necesidad de fortalecer la fe en un medio decididamente hostil. A través de todos estos medios muestra su profunda preocupación por la Iglesia sometida al sistema político imperante; y responde a esa situación con la Iglesia confesante, pero aún ésta flojea, duda y llega al abandono (cf. “A los hermanos de la Iglesia en Pomerania”).
Bonhoeffer percibe con claridad que la tribulación es el camino necesario para entrar en el reino de Dios, por lo que el sufrimiento es un compañero de camino al que hay que acoger con buena disposición, con amor incluso, sabiendo que se trata de un tesoro para el cristiano que aporta, como fin del proceso, la esperanza (“la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla”).
Dietrich Bonhoeffer vive en una época marcada por la “teología de la “muerte de Dios´”. Sus cartas desde la prisión encierran una anticipación profética de lo que será la teología radical, en la búsqueda de un proyecto de cristianismo no religioso para uso del hombre secular. En definitiva, Bonhoeffer descubre que en el mundo sin Dios también está Dios; que hay que vivir ante Dios en el mundo sin Dios, con ese Dios fuera del mundo.
(Próximo artículo: Pensamiento y teología de Bonhoeffer: "Núcleo de su teología")
Autor: Máximo García Ruiz*, Junio 2018.
© 2018 - Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.
*MÁXIMO GARCÍA RUIZ, nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Historia de las Religiones, Sociología e Historia de los Bautistas en la Facultad de Teología de la Unión Evangélica Bautista de España-UEBE (actualmente profesor emérito), en Alcobendas, Madrid y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 21 libros y de otros 12 en colaboración, algunos de ellos en calidad de editor.
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La Reforma protestante y la creación de los estados modernos europeos, 1
Humanismo y Renacimiento
Máximo García Ruiz
La creación de los estados modernos europeos, tal y como los conocemos hoy en día, no hubiera sido posible sin la existencia de la Reforma protestante y su correlato, el Concilio de Trento, tal y como veremos más adelante.
De igual forma, la Reforma no hubiera podido tener lugar, en su inmediatez histórica, sin la existencia del Humanismo y su manifestación artística y científica conocida como Renacimiento. Ahora bien, para poder centrar el tema, tenemos que remontarnos a la era anterior, la Edad Media, y poner nuestra mirada inicial, como punto de partida, en la Escolástica, el sistema educativo, el sistema teológico que identifica ese período, así como en el Feudalismo como forma de gobierno y estructuración social.
Para el escolasticismo la educación estaba reservada a sectores muy reducidos de la población, sometida a un estricto control de parte de la Iglesia. A esto hay que añadir que el sistema social estaba subordinado, a su vez, al ilimitado y caprichoso poder de los señores feudales bajo el paraguas de la Iglesia medieval que no sólo controlaba la cultura, sino que sometía las voluntades de los siervos, que no ciudadanos, amparada por un régimen considerado sagrado, en el que sus representantes actuaban en el nombre de Dios.
La Escolástica se desarrolla sometida a un rígido principio de autoridad, siendo la Biblia, a la que paradójicamente muy pocos tienen acceso, la principal fuente de conocimiento, siempre bajo el riguroso control de la jerarquía eclesiástica. En estas circunstancias, la razón ha de amoldarse a la fe y la fe es gestionada y administrada por la casta sacerdotal.
En ese largo período que conocemos como Edad Media, en especial en su último tramo, se producirían algunos hechos altamente significativos, como la invención de la imprenta (1440) o el descubrimiento de América (1492), que tendrán una enorme repercusión en ámbitos tan diferentes como la cultura, las ciencias naturales y la economía. En el terreno religioso, la escandalosa corrupción de la Iglesia medieval llegó a tales extremos que fueron varios los pre-reformadores que intentaron una reforma antes del siglo XVI: John Wycliffe (1320-1384), Jan Hus (1369-1415), Girolamo Savonarola (1452-1498), o el predecesor de todos ellos, Francisco de Asís (1181/2-1226) y otros más en diferentes partes de Europa. Todos ellos, salvo Francisco de Asís, que fue asimilado por la Iglesia, tuvieron un final dramático, sin que ninguno de esos movimientos de protesta, no siempre ajustados por acciones realmente evangélicas, consiguiera mover a la Iglesia hacia posturas de cambio o reforma.
No era el momento. No se daban los elementos necesarios para que germinaran las proclamas de estos aguerridos profetas, cuya voz quedó ahogada en sangre. El pueblo estaba sometido al poder y atemorizado por las supersticiones medievales; las élites eran ignorantes y no estaban preparadas para secundar a esos líderes que, como Juan el Bautista, terminaron clamando en el desierto, a pesar de que su mensaje, como las melodías del flautista de Hamelin, consiguiera arrastrar tras de sí algunos centenares o miles de personas. ¿Cuál fue la diferencia en lo que a Lutero se refiere? La respuesta, aparte de invocar aspectos transcendentes conectados con la fe de los creyentes es, desde el punto de vista histórico, sencilla y, a la vez, complicada; hay que buscarla, entre otras muchas circunstancias históricas, en el papel y en la influencia que ejercieron el Humanismo y el Renacimiento. Existen otros factores, sin duda, pero nos centraremos en estos dos.
Identificamos como Humanismo, al movimiento producido desde finales del siglo XIV que sigue con fuerza durante el XV y se proyecta al XVI, que impulsa una reforma cultural y educativa como respuesta a la Escolástica, que continuaba siendo considerada como la línea de pensamiento oficial de la Iglesia y, por consiguiente, de las instituciones políticas y sociales de la época. Mientras que para la educación escolástica las materias de estudio se circunscribían básicamente a la medicina, el derecho y la teología, los humanistas se interesan vivamente por la poesía, la literatura en general (gramática, retórica, historia) y la filosofía, es decir, las humanidades. Con ello se descubre una nueva filosofía de la vida, recuperando como objetivo central la dignidad de la persona. El hombre pasa a ser el centro y medida de todas las cosas.
La corriente humanista da origen a la formación del espíritu del Renacimiento, produciendo personajes tan relevantes como, Petrarca (1304-1374) o Bocaccio (1313-1375), Nebrija (1441-1522), Erasmo (1466-1536), Maquiavelo (1469-1527), Copérnico (1473-1543), Miguel Ángel (1475-1564), Tomás Moro (1478-1535), Rafael (1483-1520), Lutero (1483-1546), Cervantes (1547-1616), Bacon (1561-1626), Shakespeare (1564-1616), sin olvidar la influencia que sobre ellos pudieron tener sus predecesores, Dante (1265-1321), Giotto (1266-1337), y algunos otros pensadores de la época. Estos y tantos otros humanistas, unos desde la literatura, otros desde la filosofía, algunos desde la teología y otros desde el arte y las ciencias, contribuyeron al cambio de paradigma filosófico, teológico y social, haciendo posible el tránsito desde la Edad Media a la Edad Contemporánea, período de la historia que algunos circunscriben al transcurrido desde el descubrimiento de América (1492) a la Revolución Francesa (1789).
El Renacimiento se identifica por dar paso a un hombre libre, creador de sí mismo, con gran autonomía de la religión que pretende mantener el monopolio de Dios y el destino de los seres humanos. El Humanismo y el Renacimiento se superponen, si bien mientras el Humanismo se identifica específicamente, como ya hemos apuntado, con la cultura, el Renacimiento lo hace con el arte, la ciencia, y la capacidad creadora del hombre. El Renacimiento hace referencia a la civilización en su conjunto.
En resumen, el Humanismo es una corriente filosófica y cultural que sirve de caldo de cultivo al Renacimiento, que surge como fruto de las ideas desarrolladas por los pensadores humanistas, que se nutren a su vez de las fuentes clásicas tanto griegas como romanas. Marca el final de la Edad Media y sustituye el teocentrismo por el antropocentrismo, contribuyendo a crear las condiciones necesarias para la formación de los estados europeos modernos. Una época de tránsito en la que desaparece el feudalismo y surge la burguesía y la afirmación del capitalismo, dando paso a una sociedad europea con nuevos valores.
Visto lo que antecede, estamos en condiciones de juzgar la influencia que este cambio de ciclo histórico pudo tener en la Reforma promovida por Lutero en primera instancia, secundada por Zwinglio, Calvino, y otros reformadores del siglo XVI, y valorar de qué forma estos cambios contribuyeron a la formación de los modernos estados europeos.
Pero éste será tema de una segundan entrega.