SILBO APACIBLE - por Guillem Correa
El Papa Francisco todavía no lo ha conseguido
GUILLEM CORREA, 06/04/2018 | Hace cinco años que Francisco es Papa. Hace cinco años que está intentando dar la vuelta la Iglesia Católica que se encontró. A la hora de valorar estos cinco años casi todo el mundo coincide en dos apreciaciones.
Primera, el talante personal del Papa actual es totalmente diferente de lo que hasta ahora habíamos conocido, adoptando un estilo de vida y de palabra cercano y sincero.
Segunda, las grandes cuestiones de fondo, a las que se debe afrontar la Iglesia Católica, siguen prácticamente igual: sin ningún tipo de modificación significativa.
Hay quien ve en la fuerza de la Curia Romana un contrapoder con capacidad de vencer incluso al Papa actual. También hay quien dice que la misión que el actual Papa se ha impuesto a sí mismo es preparar el camino para que su sucesor pueda hacer las reformas que la herencia recibida le impiden hacer.
De entre las muchas explicaciones las dos anteriores parece que son las más aceptadas entre aquellos que se denominan a sí mismos expertos vaticanistas.
Los que no lo somos lo que podemos hacer es constatar nuestra observación de la realidad.
Y esta observación nos explica un punto donde aquella parte de la Iglesia Católica que representa su jerarquía se debe preguntar sobre la pertenencia de su mensaje para la gente de las calles de nuestras ciudades y de nuestros pueblos.
Nuestras ciudades y nuestros pueblos viven ensimismados en sus propios problemas sin preguntarse, en la mayoría de los casos, más allá de sus necesidades más inmediatas.
Por esta razón la Iglesia Católica actual, como las otras dos Iglesias cristianas: la Iglesia Ortodoxa y la Iglesia Protestante, debemos confrontar con nuestra falta de santidad. No la santidad predicada por el mundo, que prefigura una Iglesia perfecta, sino la santidad predicada en los textos evangélicos donde se nos explica que nuestro propósito de ser Iglesia es agradar a Dios y ser de bendición a los que nos rodean.
Francisco todavía no lo ha conseguido pero seguramente los demás tampoco lo hemos conseguido. Y los que más gritan para acusar a los otros "de infidelidad a la Palabra de Dios" son los que menos lo han conseguido y los que tienen más de qué arrepentirse.
Claro que, ¿quién soy yo para escribir estas palabras si todavía me queda tanto por arrepentirme?
Autor: Guillem Correa Caballé
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