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OPINIÓN / CARLOS MARTÍ ROY

No por obras, pero… ¿sí por méritos?

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carlos marti

Carlos Martí, pastor evangélico

(CARLOS MARTÍ ROY*, 20/09/2017) | Cuando uno se acerca al panorama de la Iglesia Evangélica Española, heredera de la Reforma Protestante, no se da cuenta del conflicto que vive en su seno, pienso que es fruto de su propia historia, de esa conciencia de minoría que nos ha acompañado durante todo este tiempo, de ese complejo de inferioridad frente a la influencia de ese “hermano mayor”, entendiendo éste como la confesión mayoritaria en nuestro país, de esa facilidad para dividirnos, e incluso no reconocernos los unos a los otros en favor de una unidad en la diversidad, de esos modelos de liderazgos carismáticos basado en individuos, autoritarios, individualistas y aislacionistas, que ejercen señorío sobre congregaciones y/o denominaciones enteras, acomplejadas sin ningún liderazgo social y que han renunciado al ejercicio de su libertad y a su relevancia en sociedad. He de reconocer, que por momentos me entristece, y en ocasiones me enfurece.

Herederos de la salvación por gracia, de la justificación por la fe y no por las obras, que hace del Dios humanado en Cristo Jesús nuestro único camino, la verdad que todos buscan y la vida, que sin merecer Él nos otorga, y que su proclama revolucionaria es “Soli Deo Gloria”, no entiendo cómo se ha podido establecer un modelo de iglesia basado en la meritocracia, que promueve la auto justicia basada en el obrar, la competencia, en vez de la cooperación y la unidad, el individualismo en detrimento del bien común, el exclusivismo, en vez de ser una comunidad integrada e integradora.

"Este modelo ha hecho de nuestra teología un mercado de ideas, novedades y curiosidades varias, que rescatan la idea del hombre/mujer como el centro de la religión..."

Este modelo ha hecho de nuestra teología un mercado de ideas, novedades y curiosidades varias, que rescatan la idea del hombre/mujer como el centro de la religión, que ignora las Escrituras, en la que lo que importa son los números y la belleza y/o grandeza de nuestros templos; en definitiva, una cultura del éxito basado en lo que “hacemos”, más que en lo que deberíamos “ser” en Cristo.

Este modelo, ha creado una seña de identidad. Curiosamente, ya no es el amor -recordemos: “En esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a los otros”-, ahora la seña de identidad son los números, el presupuesto, el estilo de vida tan opulento como vergonzante de sus líderes, los supuestos milagros que hacen de un dios, más imaginario que bíblico, un mero sirviente sometido al decreto de algunos y a declaraciones magnánimas que impresionan a los incautos necesitados.

Este modelo, rico en apariencia, de unos más que de otros, se sustenta sobre una filosofía o pensamiento que hace del ser humano y del individuo el centro del universo, desde una interpretación antropocéntrica de la Escritura, cuando la Biblia no trata de nosotros, sino de Dios. Este modelo, rico en apariencia, vive empobrecido bíblica y espiritualmente, sin ninguna relevancia social, sin ningún interés por las personas y las cuestiones que les preocupan de verdad, de espaldas a una realidad, que además de hacernos inútiles y prescindibles, nos hace invisibles.

Un modelo, que confunde espectáculo con visibilidad, evangelismo con proselitismo, misión con eventos. Un modelo basado en el último método que da resultado en cualquier parte del mundo y que se copia y pega sin ningún pudor.

"La iglesia basada en el modelo de Jesús, además de creíble, es maravillosa, rompe la cadena de la obligación, la tristeza de la resignación..."

Al final, un modelo sin rumbo cierto, cargado de frustraciones y necesidades que se hacen patentes en el vivir, y en la manera en la que nos relacionamos con el poder y la sociedad en su conjunto.

Con estas palabras, me gustaría hacer un llamamiento a “volver al original”,  a la fuente, volver a Cristo, quien ha sido, es y será siempre nuestra Esperanza de Gloria; a confiarle nuestra vida y abrazar el Evangelio, las buenas noticias de lo que Dios ha hecho por la humanidad; descubrir en Cristo el amor de Dios hacia todos, descubrir que se hizo un igual a nosotros, asumiendo nuestra realidad para, desde nuestra condición y en nuestro lenguaje, mostrarnos el mensaje de Dios para nosotros; que su cruz sigue siendo la única entrada posible a su reino y la fuente de la que emanan todas sus promesas. Y que su resurrección sigue siendo nuestro grito de Esperanza y Liberación.

Sé que, como diría el apóstol Pablo, “su benignidad nos guía al arrepentimiento”, por ello, espero y deseo que podamos redescubrir que nuestro mayor tesoro y perla preciosa no es otra cosa que “Cristo” y, por ello, ¡solo a Dios la Gloria!

No somos salvos por obras, precisamente para que nadie se gloríe, y solo a Dios sea la Gloria. Tampoco la meritocracia es el camino. Si alguien acumula mérito para seguirle, honrarle y adorarle de por vida, ese es Jesús.

La iglesia basada en el modelo de Jesús, además de creíble, es maravillosa, rompe la cadena de la obligación, la tristeza de la resignación, y lo cambia por un grito de libertad que se inspira y nutre de la verdad que se expresa y experimenta en amor: amor por Dios, amor por nuestros semejantes e iguales.

 

Autor: Carlos Martí Roy, Septiembre 2017. El autor es pastor evangélico de la Iglesia Comunidad Cristiana El Camino, de Alcalá de Henares (Madrid).


© 2017- Nota de Redacción: Las opiniones de los autores son estríctamente personales y no representan necesariamente la opinión o la línea editorial de Actualidad Evangélica.

La Reforma protestante y la creación de los estados modernos  europeos, 1

Humanismo y Renacimiento

Máximo García Ruiz

 

La creación de los estados modernos europeos, tal y como los conocemos hoy en día, no hubiera sido posible sin la existencia de la Reforma protestante y su correlato, el Concilio de Trento, tal y como veremos más adelante.

De igual forma, la Reforma no hubiera podido tener lugar, en su inmediatez histórica, sin la existencia del Humanismo y su manifestación artística y científica conocida como Renacimiento. Ahora bien, para poder centrar el tema, tenemos que remontarnos a la era anterior, la Edad Media, y poner nuestra mirada inicial, como punto de partida, en la Escolástica, el sistema educativo, el sistema teológico que identifica ese período, así como en el Feudalismo como forma de gobierno y estructuración social.

Para el escolasticismo la educación estaba reservada a sectores muy reducidos de la población, sometida a un estricto control de parte de la Iglesia. A esto hay que añadir que el sistema social estaba subordinado, a su vez, al ilimitado y caprichoso poder de los señores feudales bajo el paraguas de la Iglesia medieval que no sólo controlaba la cultura, sino que sometía las voluntades de los siervos, que no ciudadanos, amparada por un régimen considerado sagrado, en el que sus representantes actuaban en el nombre de Dios.

La Escolástica se desarrolla sometida a un rígido principio de autoridad, siendo la Biblia, a la que paradójicamente muy pocos tienen acceso, la principal fuente de conocimiento, siempre bajo el riguroso control de la jerarquía eclesiástica. En estas circunstancias, la razón ha de amoldarse a la fe y la fe es gestionada y administrada por la casta sacerdotal.

En ese largo período que conocemos como Edad Media, en especial en su último tramo, se producirían algunos hechos altamente significativos, como la invención de la imprenta (1440) o el descubrimiento de América (1492), que tendrán una enorme repercusión en ámbitos tan diferentes como la cultura, las ciencias naturales y la economía. En el terreno religioso, la escandalosa corrupción de la Iglesia medieval llegó a tales extremos que fueron varios los pre-reformadores que intentaron una reforma antes del siglo XVI: John Wycliffe (1320-1384), Jan Hus (1369-1415), Girolamo Savonarola (1452-1498), o el predecesor de todos ellos, Francisco de Asís (1181/2-1226) y otros más en diferentes partes de Europa. Todos ellos, salvo Francisco de Asís, que fue asimilado por la Iglesia, tuvieron un final dramático, sin que ninguno de esos movimientos de protesta, no siempre ajustados por acciones realmente evangélicas, consiguiera mover a la Iglesia hacia posturas de cambio o reforma.

 

No era el momento. No se daban los elementos necesarios para que germinaran las proclamas de estos aguerridos profetas, cuya voz quedó ahogada en sangre. El pueblo estaba sometido al poder y atemorizado por las supersticiones medievales; las élites eran ignorantes y no estaban preparadas para secundar a esos líderes que, como Juan el Bautista, terminaron clamando en el desierto, a pesar de que su mensaje, como las melodías del flautista de Hamelin, consiguiera arrastrar tras de sí algunos centenares o miles de personas. ¿Cuál fue la diferencia en lo que a Lutero se refiere? La respuesta, aparte de invocar aspectos transcendentes conectados con la fe de los creyentes es, desde el punto de vista histórico, sencilla y, a la vez, complicada; hay que buscarla, entre otras muchas circunstancias históricas, en el papel y en la influencia que ejercieron el Humanismo y el Renacimiento. Existen otros factores, sin duda, pero nos centraremos en estos dos.

 

Identificamos como Humanismo, al movimiento producido desde finales del siglo XIV que sigue con fuerza durante el XV y se proyecta al XVI, que impulsa una reforma cultural y educativa como respuesta a la Escolástica, que continuaba siendo considerada como la línea de pensamiento oficial de la Iglesia y, por consiguiente, de las instituciones políticas y sociales de la época. Mientras que para la educación escolástica las materias de estudio se circunscribían básicamente a la medicina, el derecho y la teología,  los humanistas se interesan vivamente por la poesía, la literatura en general (gramática, retórica, historia) y la  filosofía, es decir, las humanidades. Con ello se descubre una nueva filosofía de la vida, recuperando como objetivo central la dignidad de la persona. El hombre pasa a ser el centro y medida de todas las cosas.

 

La corriente humanista da origen a la formación del espíritu del Renacimiento, produciendo personajes tan relevantes como, Petrarca (1304-1374) o Bocaccio (1313-1375), Nebrija (1441-1522), Erasmo (1466-1536), Maquiavelo (1469-1527), Copérnico (1473-1543), Miguel Ángel (1475-1564), Tomás Moro (1478-1535), Rafael (1483-1520), Lutero (1483-1546), Cervantes (1547-1616), Bacon (1561-1626), Shakespeare (1564-1616), sin olvidar la influencia que sobre ellos pudieron tener sus predecesores, Dante (1265-1321), Giotto (1266-1337), y algunos otros pensadores de la época. Estos y tantos otros humanistas, unos desde la literatura, otros desde la filosofía, algunos desde la teología y otros desde el arte y las ciencias, contribuyeron al cambio de paradigma filosófico, teológico y social, haciendo posible el tránsito desde la Edad Media a la Edad Contemporánea, período de la historia que algunos circunscriben al transcurrido desde el descubrimiento de América (1492) a la Revolución Francesa (1789).

 

El Renacimiento se identifica por dar paso a un hombre libre, creador de sí mismo, con gran autonomía de la religión que pretende mantener el monopolio de Dios y el destino de los seres humanos. El Humanismo y el Renacimiento se superponen, si bien mientras el Humanismo se identifica específicamente, como ya hemos apuntado, con la cultura, el Renacimiento lo hace con el arte, la ciencia, y la capacidad creadora del hombre. El Renacimiento hace referencia a la civilización en su conjunto.

 

En resumen, el Humanismo es una corriente filosófica y cultural que sirve de caldo de cultivo al Renacimiento, que surge como fruto de las ideas desarrolladas por los pensadores humanistas, que se nutren a su vez de las fuentes clásicas tanto griegas como romanas. Marca el final de la Edad Media y sustituye el teocentrismo por el antropocentrismo, contribuyendo a crear las condiciones necesarias para la formación de los estados europeos modernos. Una época de tránsito en la que desaparece el feudalismo y surge la burguesía y la afirmación del capitalismo, dando paso a una sociedad europea con nuevos valores.

 

Visto lo que antecede, estamos en condiciones de juzgar la influencia que este cambio de ciclo histórico pudo tener en la Reforma promovida por Lutero en primera instancia, secundada por Zwinglio, Calvino, y otros reformadores del siglo XVI, y valorar de qué forma estos cambios contribuyeron a la formación de los modernos estados europeos.

 

Pero éste será tema de una segundan entrega.

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